002. shed another skin

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chapter two
002. shed another skin

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ESTABA NERVIOSA.

Pamela Daniels estaba muy nerviosa.

Caminaba de un lado a otro con el corazón desbocado frente a la puerta de entrada de una casa de las afueras con una valla de piquetes extendida sobre una hermosa hierba verde y regada. Sus dedos temblaban, dando golpecitos, jugueteando y doblando el trozo de papel que agarraba con tanta fuerza que estaba arrugado. Una dirección que podría cambiar su vida para siempre. Una dirección que llevaba años intentando encontrar. Pamela respiró hondo, tratando de hallar el valor para dar un paso y llamar a la puerta principal.

La casa era sencilla, construida sobre cimientos de ladrillo rojo. Tenía una ventana redonda en la que podía ver una mesa de comedor colocada entre los huecos de las cortinas. Una mesa en la que cabían seis personas; una familia entera. Una mujer, un marido y todos sus hijos. Observó el buzón y el felpudo de bienvenida, la extensión que se construyó años después de la casa original, donde podía ver el resplandor de las literas.

Frunció los labios, arrastrando los pies de un lado a otro. Echó un vistazo a la calle de la ciudad, preguntándose si debía huir.

Pamela se dijo a sí misma que no podía. Después de años de búsqueda, de huir de ciudad en ciudad, de cruzar fronteras estatales y casi todos los pueblos y ciudades intermedios... por fin había llegado hasta aquí.

Miró el papel arrugado y volvió a comprobar la dirección para asegurarse de que estaba en lo cierto. Y así era. Estaba aquí. Era aquí.

La joven de dieciocho años se mordió el labio y miró a su alrededor cuando oyó reír a un niño. Observó, apenada, cómo un chaval montaba en bicicleta con ruedines, chillando a su padre para que le viera avanzar mientras aprendía por fin a montar sin su ayuda.

Respiró hondo otra vez. Reprendió a su acelerado corazón para que se calmara. Volvió a apretar el papel en la palma de la mano y dio el valiente paso a través de la puerta pintada de blanco.

Crujió cuando la cerró tras de sí. Sus botas negras rechinaron sobre los guijarros sueltos al pasar el camino y dirigirse al porche de la perfecta vivienda. Se posó sobre el felpudo, justo al lado de las patas del perro familiar.

Respira hondo, se recordó a sí misma. Pamela se acomodó el cabello negro oscuro detrás de la oreja y extendió una mano temblorosa... contuvo la respiración mientras llamaba tímidamente a la puerta. El tatuaje de una flor que ella misma se había hecho con aguja y tinta de bolígrafo palidecía bajo su piel bajo el resplandeciente sol del verano australiano.

Oyó voces adentro. Escuchó, tratando por todos los medios de contener el creciente nudo en la garganta, preguntándose cuál era la de él. Oyó el sonido de una mujer, de varios niños, uno muy pequeño. Y entonces lo oyó. Su corazón se sobresaltó, reconociendo un tono más grave, masculino, que decía quién habría en la puerta. Contó los pasos que se acercaban.

Pamela se quedó mirando el pomo mientras giraba.

Levantó la vista y se quedó helada cuando se abrió y se quedó mirando a la persona que aparecía.

Durante mucho tiempo no dijo nada. No se movió ni un ápice de la posición en la que se encontraba, impresionada ante su sola visión. Casi creía que no era real, pero allí estaba... y ella tenía su barbilla, tenía sus ojos... tragó saliva, temblando de terror.

El hombre la miró ceñudo. Pareció darse cuenta de que había algo extrañamente familiar en la chica rara y perdida que estaba en su puerta. Pamela tenía el corazón atascado en la garganta. Le dolía el pecho de tanto aguantar la respiración.

white flag, steve rogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora