012. to burn a legacy

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chapter twelve
012. to burn a legacy

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ESTE HOMBRE declinó el Premio Nobel de la Paz —Nick Fury agarraba la foto con fuerza entre sus dedos. Le frunció con una ira que Daniels no había visto antes. Nunca pensó que Fury alguna vez podría sentir traición, porque nunca confió en nadie para dejarse traicionar. Pero ahora mismo, mientras se sentaba a la mesa en el cabestrillo y hacía una mueca cada vez que respiraba, se había convertido en Julio César... y su imperio se había desmoronado en el momento en que la espada de Alexander Pierce lo atravesó—. Adujo que la paz nunca podría ser un logro, sino una responsabilidad —dejó caer la foto de sus dedos y apretó la mandíbula—. Verán, cosas de este estilo me hacen ser desconfiado.

A Daniels no le hizo gracia. Se cruzó de brazos y frunció el ceño a la mesa. Podía notar que el ojo de Fury se fijó en ella por un breve momento; le quemó la piel, pero no lo miró. Se negaba. Fury habló de traición. Pamela también lo sintió como sal sobre una herida reciente; donde se salpicaba más y más, una y otra vez.

—Hay que detener el lanzamiento —murmuró Natasha. Se sentaba frente a Hill. El color había vuelto a sus mejillas, pero sus movimientos seguían rígidos. Alrededor de sus hombros y clavículas había un vendaje nuevo. Estaría bien.

Fury movió su mirada de Daniels a la Viuda Negra.

—Mucho me temo que el Consejo no aceptará ni una llamada mía —dicho esto, abrió con cuidado un estuche negro sobre la mesa. Dentro había tres chips idénticos.

—¿Qué es eso? —Sam se enderezó. Sacó las manos de los bolsillos y se acercó a Pam para ver el interior del estuche.

—Al alcanzar los tres mil pies, los helicarriers triangularán con los satélites de Insight, convirtiéndose en auténticas armas —Hill giró su portátil. En la pantalla mostró un mapa satélite de la Tierra. Había un radio rojo brillante justo encima de los Estados Unidos. El círculo central flotaba sobre Washington. Líneas se extendían desde cada satélite en todo el mundo, conectando de ciudad en ciudad hasta puntos rojos brillantes donde se encontraba un objetivo. Daniels se enfermó al ver cuántos eran. Se mordió la lengua.

—Hay que acceder a esos transportes y cambiar sus placas selectores de blanco por las nuestras —continuó Fury mientras el portátil de Hill les mostraba exactamente en qué parte del helicarrier debían ir estos chips.

—Y necesariamente, hay que enlazar los tres transportes para que esto funcione, porque si una sola de esas naves continúa siendo operativa, será una auténtica masacre.

—Bueno, no sé muy bien qué esperaba —murmuró Daniels después de que Hill terminara, levantando finalmente la mirada para fruncir el ceño hacia Fury—. ¿Qué pretendía cuando dijo sí a un programa de genocidio literal?

A Nick Fury no le hizo gracia su comentario. Ella lo miró fijamente durante un largo momento. Al lado de Daniels, Sam torció los labios y compartió una mirada con Romanoff; nadie habló para decirle a Daniels que estaba equivocada.

—Damos por hecho que, todos los que están a bordo, pertenecen a HYDRA —continuó Fury, su mirada severa fija en Daniels por un momento más antes de continuar—. Tenemos que superarlos, insertar estas placas y tal vez, solamente tal vez, podamos salvar lo que queda de...

—No vamos a salvar nada —Steve habló enojado. Fury vaciló, desconcertado. El Capitán América levantó la vista del suelo con el ceño fruncido—. No solo vamos a acabar con los transportes, Nick. Sino con S.H.I.E.L.D.

white flag, steve rogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora