008. parasite

601 68 70
                                    

chapter eight
008. parasite

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

LLEGARON AL DESTINO bastante tarde. El trío salió del automóvil y andó sobre el pasto seco y cubierto de maleza. En frente se encontraba lo que parecía un viejo campo de entrenamiento abandonado. Detrás de cercas eléctricas y luces apagadas, la agente Daniels vio viejas huellas de autos. Entrecerró los ojos y miró a través de la cerca a una distancia segura con las manos sobre la frente, como si estuviera mirando a través de binoculares (y como si eso la ayudase a ver mejor y, sorprendentemente, no fue así). Vio varios edificios. Sólo por la forma de su colocación, no le tomó mucho tiempo comprender dónde estaban, incluso sin mirar el letrero que colgaba medio arriba y medio apagado sobre su cabeza.

Los largos edificios de ladrillo que se extendían eran cuarteles. Lucían abandonados hacía mucho tiempo, olvidados y desmoronándose, con las ventanas tapiadas y los techos derrumbándose. Érase una vez, esos edificios habrían estado llenos de reclutas del ejército de la Segunda Guerra Mundial recién salidos de Nueva Jersey. Habrían marchado por estos senderos, habrían disparado en los campos distantes, se habrían arrastrado por el lodo y habrían pasado las noches en estos bosques realizando ejercicios de entrenamiento. Y la mayoría habrían muerto y nunca habrían regresado una vez que se hubieran marchado.

Uno de esos soldados regresaba setenta años después, justo a su lado, apenas envejecido unos años.

Daniels dio un paso atrás y se quitó parte del cabello de la cara. Miró el letrero. Campamento Lehigh.

—¿Es aquí? —preguntó, volviendo a ponerse en fila con Romanoff y Rogers.

—Es aquí —murmuró Steve.

Natasha comprobó algo en su teléfono y miró brevemente las coordenadas que había copiado. Frunció el ceño ante el cartel del ejército estadounidense.

—El archivo salió de estas coordenadas... —murmuró, si no un poco confundida sobre por qué (o dónde) estarían escondiendo algo aquí.

Miró a Steve, que se había puesto muy serio. Siempre fue severo y directo al grano, grave y cauteloso, pero en ese momento, parecía casi atormentado cuando volvió a hablar.

—Yo también.

A pesar de que había un cartel que les advertía de las consecuencias si traspasaban, entraron en el antiguo campamento militar sin ningún problema. El silencio reinaba entre el grupo de una forma alarmante e inquietante, Daniels se sentía como si estuviera atravesando una ciudad fantasma; un lugar que no se había tocado desde que las últimas personas lo abandonaron. Olvidado y ensombrecido, congelado en el tiempo y, a la vez, destruido también por la edad. Observó sus pies caminar, siguiendo en silencio a Steve y Nat por los senderos invadidos por la vegetación. Imaginó que caminaba en los zapatos de otra persona... imaginó la luz del día brillando en esta base donde todo era nuevo. Trató de imaginar el sonido de las órdenes, y la marcha disciplinada, y Pamela miró a su alrededor y de alguna manera pudo ver una vida ya desaparecida. Una época muy sangrienta y horrible, y ellos la recordaban... y al mismo tiempo parecía que no. Porque estaba segura de que, si lo hicieran, las decisiones que tomaron desde el final de la Segunda Guerra Mundial serían muy diferentes.

Y ahora, al igual que la página de un libro de historia, se cerró de golpe y se apartó tan pronto como alguien ya no necesitaba mirarla. Cumplió su propósito y la gente siguió adelante. Daniels se detuvo de repente y se agachó, con la respiración entrecortada cuando vio algo brillar. Extendió los dedos y, asombrada, cogió un botón viejo. Mientras los demás seguían caminando, ella lo giró en la palma de su mano y le quitó un poco de polvo. Pamela soltó una risita de asombro. Por el tamaño, supo que habría sido un repuesto de la camisa de alguien.

white flag, steve rogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora