white flag, steve rogers

003. her shield

chapter three
003. her shield

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—NOMBRE.

Pamela levantó la vista del lugar donde había estado retorciéndose las muñecas, molesta por la forma en que el metal de las esposas le arañaba la piel. Al principio no contestó, mirando fijamente al agente. Él esperó a que hablara y ella esperó a estar segura de que le daba un tic en la frente, grande y cuadrada, antes de responder con elegancia.

—Meryl Streep.

Él le dirigió una mirada de acero y fastidio. Ella no se lo había puesto fácil, venía haciendo comentarios con actitud venenosa desde el momento en que la obligaron a bajarse de aquel estúpido corvette que había robado y la habían arrestado por robo de automóvil. Pamela no era estúpida, ni mucho menos. Sabía que no se lo estaba poniendo fácil, pero era una emoción extraña, una sensación muy curiosa la que sentía cuando se daba cuenta de que ya no le importaba nada. La idea de que no le importaba lo que pudiera pasarle cuando robó ese coche y pisó a fondo el acelerador calle abajo, tanto si lo llevaba por todo el estado como si lo chocaba contra una farola. Pensar que no le importaba que la acusaran de un delito, la llevaran a juicio y luego a la cárcel... A Pamela no le preocupaba adónde iba, no tenía un hogar al que volver; ni cama, ni techo, ni mesa y, sobre todo, ninguna familia a la que le interesara lo que hacía y dónde estaba.

Pero cada vez que trataba de agraviar al agente, éste no se enfadaba. No la acusaba, no perdía los nervios... simplemente se mordía la lengua y seguía con su trabajo. Cuando ella se burló de su nariz ganchuda, él simplemente la ignoró. Cuando se burló de su pelo oscuro y le hizo preguntas para tratar de incomodarlo, él no se alteró. Estaba tranquilo, era sereno, era amable con ella a pesar de lo grosera que estaba siendo, y ella lo odiaba.

—Nombre completo: Pamela Edith Daniels —continuó el agente, leyendo en la pantalla del ordenador.

Apretó la mandíbula, volvió a mirar al suelo y apretó las manos. Sabía que él la miraba, pero no se detuvo.

—Fecha de nacimiento: 23 de junio de 1988. Corrígeme si me equivoco.

—No —murmuró ella, revolviéndose incómoda en su silla. No miró al oficial a los ojos—. Tiene razón.

—¿Dirección?

Pamela tragó saliva. Jugueteó con los dedos.

—No tengo.

Volvió a mirar la pantalla.

—¿No estás tutelada por...?

—Me echaron —murmuró ella, avergonzada. Un viejo dolor se formó en su garganta. Pamela hizo todo lo posible por tragárselo—. En realidad, me han echado de tres casas desde entonces.

El oficial vaciló. Ella sabía que la observaba. Apretó la mandíbula y se negó a dejar que el escozor de sus ojos la abrumara. Escuchó cómo tomaba aire y volvía a fijar la mirada en su ordenador.

—No es la primera vez que te detienen... Tienes cargos por hurto, robo de vehículos, allanamiento de morada... —ella conocía ese tono de decepción. Lo detestaba. Ese tono cuando alguien se da cuenta de que no importa cuántas veces ella prometiera que saldría de sus problemas, no importa cuántas horas de servicio comunitario y cuántas segundas oportunidades le hubieran dado... aquí estaba, una vez más.

Y al oír su suspiro, supo que esta vez no tendría otra oportunidad.

Pamela guardó silencio el resto de la odisea. Como ya había hecho demasiadas veces, dejó que le tomaran una foto y la huella del pulgar. Dejó que la retuvieran. Cuando le preguntaron si había alguien a quien quisiera llamar, prefirió ignorar la mirada triste cuando les dijo que no tenía a nadie que quisiera escucharla.