Capítulo 4. El barquito que navegó

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Si algo me enseñaron mis padres, fue que hay que ser agradecida

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Si algo me enseñaron mis padres, fue que hay que ser agradecida. Así que, por esa razón, y porque no me gusta perderme nada de lo que esta isla, en la que todo es posible, tenga que ofrecerme, me he dirigido enfundada en mi nuevo abrigo negro a Hill Bay esta misma mañana, sin saber que acabaría en la cubierta de un yate rodeada de asesinos, ladrones y otros personajes de mala calaña. Lo mejorcito de cada casa surcando los mares.

En realidad, esto parece un funeral, pues todos estos criminales se han ataviado con sus mejores galas para la ocasión. No he hablado con nadie; me he dedicado a sentarme en una esquina a esperar a que pase algo. Pero si os preguntáis si tengo miedo, no lo tengo. Estoy acostumbrada a convivir con estas personas en Isla Monstruosa. Es decir, vivo en Queens Street; estos hombres son prácticamente mis vecinos. Aunque debo decir que me pone un poco nerviosa no saber a qué se debe este evento y, sobre todo, adónde nos dirigimos, pero en fin, mi vida es una aventura.

La bocina del barco suena llamando nuestra atención y provocando que nos giremos hacia el centro de la cubierta, donde un anciano vestido con un impecable traje blanco que contrasta con el resto de vestimentas, camina apoyándose en un bastón adornado de diamantes hasta situarse a la vista de todos.

—Bienvenidos a mi barco, espero que os guste esta travesía hasta El Triángulo Aberrante —comienza gesticulando teatralmente, mientras sus invitados gruñen como respuesta—. No me andaré con rodeos. Me estoy muriendo, y no puedo llevarme adonde voy toda la fortuna que he amasado durante estos años. Así que estoy buscando un heredero. Y vosotros sois los elegidos.

Me da un vuelco el corazón al escuchar esas palabras. ¿Qué? Definitivamente me tienen que haber confundido con otra persona. Solo hay que observar a esos hombres rudos que me rodean y luego mirarme a mí. No tenemos nada en común. Ellos matan por la riqueza. Yo nunca podría hacer tal cosa. Solo le quito a los ricos lo que creo que no necesitan. ¿Acaso eso es un crimen?

—Solo vuestra actuación en esta travesía determinará quién heredará mis riquezas. Así como toda mi organización. Os advierto que os guardéis las espaldas, pues en mi juego, como siempre todo vale. Disfrutad —la última palabra que dice es un susurro.

Agacha la cabeza mientras se gira para desaparecer en el interior del barco con sus pasos lentos y el sonido rítmico de su bastón sobre el suelo, que parece ser el tic tac de un reloj. Los invitados intercambian miradas en las que se revelan las amistades, enemistades y, sobre todo, las traiciones. En este juego todo vale.

Los observo evaluando mis posibilidades. Puede que ahora empiece a estar algo asustada, pero soy una sirena y estamos en medio del mar. Si la cosa se pone fea siempre tendré esa última vía de escape.

—Me pregunto cómo saldrás de esta —susurra una voz que conozco muy bien junto a mí.

Al girar la cabeza, lo veo apoyado en la barandilla del barco con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué? ¿Tú otra vez? ¿Qué haces aquí? —pregunto alterada, gesticulando excesivamente.

Se encoge de hombros. Me giro para observar cómo las olas del mar rompen contra el caso del barco.

—Bueno, en realidad... ¿Qué crees que haces tú aquí? —responde.

Mi mira fijamente. Trago saliva y desvío la mirada. Ojalá yo tuviera respuesta a esa pregunta.

—Pues... —titubeo.

No me deja ni un momento para responder cuando ya me está abordando con otra pregunta.

—¿Por qué fuiste a esa fiesta?

Me quedo mirándolo sin saber qué contestar. Lo cierto es que no sé nada. Pero de pronto, todo cobra un extraño sentido, que hace que mi mente se fragmente en miles de pedazos porque esta situación no puede ser más irónica.

—Espera... ¿fuiste tú? Tú me enviaste el vestido, y tú me enviaste la nota en el abrigo. Sabías que querría comprar esas botas, pero ¿cómo?

—Cómo no es importante, Nix. Y no fui yo exactamente. Verás le hablé de ti a El Barón Blanco. Creo que podrías heredar su imperio.

Lo miro boquiabierta. No sé en qué momento se ha pensado que necesito su ayuda para entrar en una organización criminal. ¿Es esta su forma de pedirme perdón por lo que me hizo?

—¿Qué? ¡Yo no soy una criminal! Lo sabes de sobra.

Alza las manos en un intento de calmarme, pero estoy lejos de hacerlo. No quiero escuchar ni una palabra más de él. Me giro para observar los movimientos que están haciendo mis adversarios; quién se alía con quién, quién traiciona a quién.

—He visto lo que haces, Nix. No eres mala, claro que no. Pero ellos tampoco piensan que lo sean. Todos somos el malo en alguna historia. A veces es necesario hacer cosas terribles para proteger a quienes que queremos.

Me quedo callada reflexionando sobre sus palabras. Tal vez sea su forma de disculparse. ¿Eso es lo que pensaba que estaba haciendo? ¿Protegerme? No lo creo. Así no se protege a quienes quieres. No me vale.

—Tal vez sería una buena idea que tú y yo nos diéramos una oportunidad. Ya sabes, podríamos darle una buena paliza a todos estos descerebrados. Hacemos buen equipo, ¿qué dices? —sugiere tendiéndome la mano para sellar un pacto.

Entre todos esos asesinos sedientos de sangre y poder vislumbro el cuerpecillo de una joven que desentona aquí. La reconozco al instante. Sin duda, es Venus, la hija del alcalde Woods. Y me muero por saber qué la trae a esta reunión de delincuentes.

—En realidad, preferiría estar muerta.

Y así sin más me alejo dejándolo con la palabra en la boca, y la mano tendida. Jamás pienso volver a coger esa mano. Nunca.

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