Epílogo. Las traiciones se pagan con otra traición también

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La línea que separa el amor del odio es muy delgada, sin embargo, no deja de cambiar un sentimiento por otro

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La línea que separa el amor del odio es muy delgada, sin embargo, no deja de cambiar un sentimiento por otro. Son pasiones que pueden transformarse entre ellas intentando volver loco a todo aquel que las padezca. Así que, para mí, no hay más satisfacción y orgullo de mí misma, al por fin experimentar la nada. Durante mis años de soledad, fui ignorada por toda la ciudadanía de Isla Monstruosa. Nadie sabía de mi existencia, y solía gustarme. Pero otras veces, era insoportable. Así que supongo que lo peor que puedes hacerle a una persona es ignorarla. ¿No has escuchado alguna vez eso de no hay peor desprecio que el no hacer aprecio? Pues efectivamente, eso es así.

Eso es todo lo que pienso mientras observo el vestido de tul amarillo que he encargado para esta ocasión. Lo tengo tendido sobre la cama y estoy deseando colocármelo. Hace unos meses tenía que robar para subsistir y hoy tengo tanto dinero que no sé en qué me lo voy a gastar, así que tengo todos los vestidos que siempre he deseado, ¡y todos en amarillo! ¿No es fabuloso? Para mí es un sueño.

Me enfundo el vestido que me sienta como un guante, y después me coloco mis zapatos Stilettos, también amarillos, con un brillante en la punta. Me visto de gala para una ocasión muy especial para mí.

Acto seguido llamo a mi servicio, que me está esperando en el umbral de mi lujoso apartamento en Hill Bay Port, para conducirme a mi cita de hoy. Los gorilas del Barón Blanco que ahora forman parte de mi equipo de confianza, gracias a un hechizo que les lanzó Venus, la bruja más inteligente que conozco. Ahora, las personas contra las que luché me escoltan al coche negro que me espera en la entrada. Uno de ellos me abre la puerta, mientras otro me ayuda a entrar sin que me pise el vestido. Unos minutos después nos ponemos en marcha con todo un séquito escoltándonos por toda Isla Monstruosa. Ahora soy la reina de aquí. Ni siquiera el alcalde Woods tiene tanto poder como yo ahora, y lo mejor es que él ni siquiera se lo imagina.

Durante unos cuarenta y cinco minutos nos dirigimos sin prisa hasta el barrio más catastrófico de la ciudad, y el que durante mucho tiempo fue mi hogar: Queens Street. Llegamos un poco más tarde de la hora acordada, pero ¿te crees que me importa?

Cuando el coche se detiene mis guardaespaldas corren a abrirme la puerta para no hacerme esperar ni un segundo, aunque en ningún momento les he tratado mal si me hacen esperar o en cualquier otra situación, supongo que es a lo que están acostumbrados.

Pongo uno de mis pies en el suelo, así que el tacón amarillo toca la acera sucia de este desastroso barrio. Pongo el otro pie en el suelo y salgo del coche. De pronto siento varios pares de ojos posados en mí y en mi despampanante vestido de tul amarillo. Sin poderlo evitar suelto una sonrisa, pero no me detengo a observar quiénes me están mirando. Qué más me da. ¡Que disfruten!

Mi escolta me conduce a través de un pasadizo maloliente que hay enfrente de nosotros. Los sigo con el sonido de mis zapatos resonando a través de la callejuela, anunciando mi llegada. No me sobrecojo ni un poquito al estar en estos entornos tan sucios y descuidados que podrían ser el escenario de un tiroteo tres horas más tarde. Estoy acostumbrada a estos lugares, y los billetes no van a cambiar eso.

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