Capítulo 11. Burning Up

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El cielo rojo ha venido a por mí, y sé que esta vez no es un sueño

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El cielo rojo ha venido a por mí, y sé que esta vez no es un sueño. El calor es sofocante, y hace que me escueza la piel. Estoy ardiendo. No veo el fuego lamer mi cuerpo, pero sé que estoy ardiendo por mis pecados. Así sé que he llegado al infierno. El Purgatorium me ha reclamado.

Los gritos de dolor son tan desgarradores que atraviesan lo que queda de mi alma en llamas. Siento que me arrastran hasta su abismo de agonía, y creo que nunca conseguiré salir de aquí. Trato de pellizcarme para despertarme, pero esta vez nada funciona. Sé que es real. Aunque una extraña sensación de onirismo envuelva este entorno sé que estoy aquí de verdad.

Miro a mi alrededor para descubrir que este lugar es bastante diferente a lo que me mostraban mis sueños. Me encuentro en una celda cuadrada construida con piedras blancas, tan antiguas como esta isla, probablemente. El techo es bastante alto, está completamente vacía y la única luz que entra es a través de los barrotes de hierro oxidados que hacen de puerta. Me acerco hasta la entrada del habitáculo para descubrir un pasillo en el que se suceden varias celdas iguales que esta, que forman una estructura de arcos. Está iluminado por antorchas que se encuentran colocadas estratégicamente en algunos puntos. Curiosamente el lugar se ve como si una hoguera inmensa estuviera ardiendo en el centro del pasillo, supongo que será por estar en el infierno.

Pronto descubro que algunas de las celdas no tienen ni puerta, ni paredes, ni techo. Han sido destruidas. Me pregunto si yo podré hacer lo mismo y salir de este lugar, pero eso quizás solo aumente mis posibilidades de morir aquí. Aunque según nuestro plan, debo esperar en la celda sin que me maten, pero no tengo esperanzas de que sea tan fácil. A juzgar por lo que oigo ahí fuera se está librando una batalla campal. Y esos gritos incesantes de dolor y muerte me van a hacer perder la cabeza.

Quizás deba quedarme aquí hecha un ovillo para siempre. Es lo que me merezco por haber transgredido las normas de la naturaleza. ¿Acaso me creo una diosa? No soy más que una sirena estúpida que no vale más que para robar baratijas. Si hubiera sabido hacer mi trabajo bien no estaría en esta situación.

Los alaridos se cuelan por todos los rincones de esta pequeña sala. Los respiro y me cortan los pulmones impidiéndome tomar otra bocanada de aire. ¿Quién me creo que soy? No soy nadie. No soy nada. No le importo a nadie, ni siquiera logré enamorar a Eric. No valgo nada. Por eso estoy aquí. Y por eso debo permanecer aquí, ardiendo en este infierno. El mundo es para los valientes, y está claro que yo soy una cobarde, siempre poniéndome excusas para no enfrentarme a la realidad. No soy mejor que aquellos a los que miro por encima del hombro. No soy mejor que ninguno de los criminales a los que maté en el barco. Por eso estoy aquí.

Siento que de un momento a otro mi pecho se va a partir en dos. Parece que estoy soportando mi dolor y el de los miles de personas que están ahí afuera intentando sobrevivir. Creo que me he rendido. Más me vale que nadie se dé cuenta de que he llegado, porque no tengo ninguna intención de pelear por mi vida. De repente siento como si hubiera vivido miles de años. Me encuentro más cansada que nunca, así que cierro los ojos y trato de descansar, de dejar marchar todo el sufrimiento. Pero aquí no hay lugar para la paz.

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