Capítulo 19. No habrá paz para los malvados

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Esto parece que va a terminar cómo empezó: en un barco

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Esto parece que va a terminar cómo empezó: en un barco. Este es algo más pequeño que en el que nos conocimos, es un diminuto bote. Venus, Summer y yo nos sentamos en la proa, mirando el horizonte mientras la embarcación se desliza entre las olas del mar. Mientras tanto, Evans Harris, el rey vampiro, lleva el timón, dirigiéndonos hacia nuestro último destino.

Un tenso silencio cae sobre nosotras. Imagino que estarán pensando en lo que va a ser de nosotras cuando hayamos hecho la entrega de las joyas al infame Barón Blanco. Eso es en lo que yo estoy pensando. Quiero mirarle a la cara y hacerlo pagar por todo el daño que ha hecho, aunque empiezo a pensar en que me estoy convirtiendo en una criatura de su calaña.

No sé cuánto tiempo ha pasado sin que digamos ni una palabra cuando se comienza a vislumbrar la gran e imponente mansión del Barón. Se ve desde el mar, rodeada de un frondoso bosque y altos muros impenetrables, y sobre todo custodiada por los más crueles sicarios de toda Isla Monstruosa.

Atracamos el bote en su puerto privado, ya nos estaban esperando. No hace falta ni que nos identifiquemos. Evans se queda en la embarcación, esperando a que volvamos. Él no tiene nada que hacer aquí, esto es cosa nuestra.

Nos escoltan hasta la entrada principal, con la cabeza bien alta y pasos decididos. La mansión del Barón Blanco hace honor a su nombre. Se trata de la casa más grande que he visto jamás, supongo que debe ser del mismo tamaño que el de los palacios de los reyes más grandes que hayan existido. La arquitectura neoclásica dota de un carácter elegante a la residencia de alguien de un oscuro corazón, y a pesar de la decoración liviana, se respira una pesada atmósfera lúgubre y un intenso silencio.

Nuestra escolta nos dirige a través de un laberinto de pasillos claros, repletos de esculturas y obras de arte, que supongo que serán robadas, igual que todo lo que ha cimentado este lugar. Así llegamos hasta una lujosa sala de estar iluminada por la luz de una chimenea. En el centro de la estancia hay una gigantesca mesa, y ahí presidiendo la mesa en un suntuoso sillón de terciopelo rojo, nos espera el Barón Blanco.

Su mirada fría y calculadora se clava en nosotras mientras nos acercamos sin perder la calma ni por un instante. A pesar de que esa mirada puede que haga temblar a sus enemigos, no produce ninguna emoción en mí más que el rechazo y el odio. Parece que este no es el mismo hombre que conocí en aquel barco. Me recuerda a un pobre viejo en su lecho de muerte. Parece un perro herido que espera que alguien tenga compasión y acabe con su vida. Ni siquiera me da pena.

Pasa su lengua vieja y seca por sus labios arrugados para humedecérselos.

—Preciosas, como siempre —murmura con una sonrisa que no llega a sus ojos—. ¿Habéis cumplido con vuestra parte del trato?

Asentimos con determinación. Summer y Venus dejan las cajas de terciopelo negras que llevaban en la mano encima de la mesa. Las abren y las deslizan hacia delante mostrándole el contenido.

—Hemos cumplido con todo lo que nos encomendaste —declaro con voz firme—. Ahora te toca cumplir con tu parte.

Me falta decirle que hemos tenido muchos inconvenientes y que hemos estado al borde de la muerte gracias al inútil de su hijo que ha tratado de hacernos la vida imposible, pero me callo porque supongo que eso era parte de la prueba. Ya me encargaré de eso más tarde.

El viejo se levanta de su asiento y camina hacia nosotras apoyándose en su bastón repleto de diamantes. Se detiene a pocos metros. Antes de llegar acaricia las cajas y examina el contenido. Los ojos se le iluminan y reflejan el brillo de los diamantes. Las joyas brillan con una intensidad deslumbrante, me parece que refulgen más que nunca.

El Barón ni siquiera sonríe. No dice nada. Su expresión es impasible. Entonces tira las joyas de mala manera contra la mesa, como si no le importaran nada, como si no tuvieran ningún valor. Y por un momento comienzo a temer que sean falsas, pero si así fuera nos habríamos dado cuenta, ¿no?

Se gira hacia nosotras y reemprende su camino hasta detenerse frente a mí. La sangre cada vez hierve más dentro de mi cuerpo. Si ahora mismo me pusieran un termómetro, estoy segura de que estallaría.

—Aquí está, lo que tanto has deseado durante todos estos años—dice escupiendo las palabras, apoyándose en su bastón hecho de los diamantes que le robó a mi familia, por los que mató a toda mi especie.

Parece que me está vacilando, pero lo he entendido. Creo que ahora lo entiendo todo. Este viejo no buscaba un heredero. Buscaba a alguien tan cruel como él, que no solo pudiera reemplazarlo cuando llegara el momento. Quiere que lo quiten de en medio. Ahora dudo si hacerlo. Así obtendría lo que más quiere, y no sé si quiero darle el placer del descanso eterno. Eso sería tener compasión, y es lo último que quiero.

Pero como si el universo tuviera una respuesta para mis deseos un puñal hecho de diamantes aparece delante de mí. Parece que el tiempo se ha detenido y que solo yo puedo verlo. Antes de que pueda darme cuenta ya he tomado la decisión.

El puñal está en mi mano. Con un movimiento rápido y certero, atravieso su corazón. Noto su sangre caliente resbalarse entre mis dedos, nunca olvidaré su expresión de sorpresa con la que se queda congelado. El dolor se refleja en su mirada, pero sé que le he dado justo lo que quería. Soy una digna heredera de su dinastía, y sé que en cierto modo está orgulloso de su creación. Se aferra a su herida, y a mí cuando me susurra escupiendo sangre:

—Larga vida a las sirenas.

Sus palabras ensangrentadas me hacen enfurecer. Así que saco el puñal y vuelvo a clavarlo, ante la mirada indiferente de Summer y Venus.

—¡Esto es por mi familia! —exclamo, de nuevo extraigo el puñal y lo introduzco otra vez con más fuerza—. ¡Esto es por todas las sirenas! ¡Esto es por Gia! ¡Y esto es por mí!

El Barón Blanco exhala su último aliento cerca de mi rostro, y veo que su rostro ha quedado con una mueca asustada, lo que me tranquiliza; no ha encontrado la paz que tanto ansiaba en el otro lado.

Por fin he consumado mi venganza. Al fin hemos vengado a todas las familias destruidas por las acciones del Barón Blanco, pero no me siento aliviada. Intercambio una mirada con las chicas, y sé que ellas sienten lo mismo que yo. Parece que esto solo acaba de empezar.

Recogen la gargantilla y la tiara y las introducen de nuevo en sus cajas. Nos alejamos de ahí y dejamos el cadáver del Barón Blanco entre un charco de sangre roja cada vez más inmenso, que mancha su traje impoluto. Una irónica imagen de lo que ha sido toda su vida.

Nos vamos sin decir nada, como hemos venido. Parece que el silencio lúgubre nos acompaña cuando llegamos al bote que nos llevara a nuestro nuevo hogar. Nadie nos persigue, y no me sorprende, porque ahora todos estos son nuestros súbditos. Ahora somos las reinas del crimen y las emperatrices del mal.

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