Misha

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La mansión estaba en una extraña calma, una que hacía un mes que brillaba por su ausencia y que, en aquel momento, me molestó. Cerré el reproductor de música y me saqué los auriculares. No podía concentrarme. Guardé y cerré el documento que había intentado leer, sin éxito, y la pantalla del PC me mostró el fondo de escritorio típico de planetas y miles de estrellas. ¿Qué diría Glenn si lo viera? ¿Que era típico para alguien pragmático como yo? Sonreí con tristeza. Algo me decía que él era de aquellos que, sin que te dieras cuenta, te cambiaban el fondo de pantalla por una fotografía más mundana, más personal. ¿Pondría Glenn una imagen de nosotros dos? Él con una sonrisa en sus labios, radiante y luminosa, como el dorado de sus ojos, con la felicidad escrita en sus facciones. Yo, en cambio, estaría enfurruñado mirando a la cámara interna del smartphone, obligado a hacerme un selfi con la vergüenza recorriéndome por dentro al no haber hecho algo así antes.

Apagué la pantalla cuando sentí una puñalada en el pecho. Era estúpido que me doliera tanto una simple ensoñación. Pero lo hacía.

Me hacía demasiada falta. Era como si mancara algo dentro de mí. No podía compararse con el vacío que dejó Marina o Sasha porque aquello era más visceral. El intercambio de sangre tenía mucha parte de culpa, sí, pero mi sed de sangre no era quien más lo anhelaba, sino la parte que agravaba ese sentimiento que no quería que fuera a más.

Suspiré y me levanté de la silla. Necesitaba salir. Necesitaba... ¿Qué? ¿Ir tras él?

¿A quién quería engañar? Si esa noche estaba peor que las anteriores desde mi distanciamiento con Glenn era a causa de la luna llena y el celo de los lobos. No había podido pegar ojo y la falta de sueño no era en sí un problema, sino los pensamientos que se aglomeraban en mi mente sin intención de desaparecer. Mi parte más egoísta y posesiva quería que se quedara y que no se fuera. Estábamos ligados para la eternidad, ¿por qué no podría ser yo quien lo aliviara? Y, aunque no fuera así, los intercambios de sangre eran para nosotros un vínculo eterno de amor y de fidelidad, ¿cómo iba a soportar que Glenn se fuera a buscar en otros brazos, en otro cuerpo que no fuera el mío, lo que necesitaba en las noches de luna llena?

Y, aun así, lo había tenido que dejar marchar.

En mi fuero interno había gritado y maldecido mientras que mi rostro, impasible, no mostró ni un ápice de la hecatombe que había en mi interior. Glenn vino a verme acompañado de Liam. Después de nuestra última conversación en el bosque, el lobo me había evitado de todas las formas posibles y, si debía verme por algún motivo, siempre aparecía acompañado de su beta.

—¿Salir?

Miré a mis dos interlocutores. Ambos me aguantaron la mirada. Liam con menos hostilidad que en ocasiones anteriores y Glenn con impasibilidad.

—No podéis salir. Fuera de estos muros no estáis seguros.

Me sentí bastante estúpido diciendo tal obviedad, pero más estúpido me sentí cuando Glenn me replicó.

—No he venido buscando tu permiso. Solamente quería informarte de que algunos vamos a salir.

Un golpe invisible impactó en la boca de mi estómago. Puede que nuestra relación se hubiera enfriado y tornado complicada, pero eso no le daba derecho a hablarme de aquel modo. ¿Se creía que yo era un monigote o algo? Estaba en mi territorio, bajo mi techo, y no tenía ni la autoridad ni el derecho para tratarme como si él estuviera al mando.

—Pues deberías. ¿Recuerdas dónde estáis tú y tu manada? —Quise sonar repelente, arrogante y, ¿por qué no?, hiriente con mi respuesta. Él no agachó la mirada ni tampoco cambió su gesto, como si mis palabras no le hubieran importado lo más mínimo.

Alfa. Seducción peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora