Epílogo

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Hacía mucho que había olvidado lo que eran las risas, unas inocentes que el viento llevaba de un sitio a otro, inundándolo todo de una sensación de paz y tranquilidad que hacía desaparecer las preocupaciones aunque fuera por un tiempo. Sentirlas de nuevo lo transportaba a un lugar muy lejano, a un tiempo en el que se lo conocía como Gabriel y no como Mikhail Morozov. De niño, él también río como si nada ni nadie pudiera herirlo, corriendo con otros niños y niñas por las calles y los bosques de su aldea natal.

Los cachorros, algunos en sus formas animales, correteaban por los jardines de la mansión Linheart, persiguiéndose los unos a los otros. El sol de la media tarde brillaba con fuerza en el cielo despejado y los insectos revoloteaban entre las flores. Misha acarició los suaves pétalos de una petunia antes de proseguir su camino. Aunque pudiera aguantar sin problemas bajo la luz del sol, seguía sin gustarle demasiado el calor de éste en su piel. Puede que fuese a causa de los años que había pasado en las sombras o que exponerse a su luminosidad le trajera demasiados recuerdos que, a pesar del tiempo, seguían doliendo.

Fue el día de la lucha contra Rainer y la caída de Marko Linheart cuando Misha se percató de los cambios que su organismo había sufrido gracias a la ingesta continuada de la sangre de Glenn. No solamente su cuerpo sanaba más rápido y cada vez aguantaba más tiempo sin beber sangre, sino que era capaz de salir bajo la luz del sol sin que sufriera por ello como antaño. Todavía no sabía si se debía al intercambio de sangre con alguien que no fuera un vampiro o porque la sangre de Glenn era especial, pero Misha temía por lo que sucedería cuando sus nuevas capacidades salieran a la luz. De momento todo estaba bajo control, pero quién sabía hasta cuándo.

Desde hacía medio año que estaban viviendo una paz pasajera, falsa, pero que no quería que terminara.

Glenn Linheart se había convertido en el alfa de la manada y Misha y su aquelarre se habían unido a la familia, dejando de pertenecer a un clan de vampiros para ser parte de una manada de lobos.

Con su llegada a la mansión hubo muchos cambios. Se acondicionó una zona especialmente para ellos, colocándoles cristales tintados en las ventanas de sus dormitorios y salas de estar, además de otras comodidades como neveras llenas de bolsitas de sangre. Incluso habían agrandado la mansión para construir un gimnasio donde se pudieran entrenar con maquinaria y armamento adecuado.

Convivir con lobos no fue una tarea complicada para los vampiros, acostumbrados ya a ellos. Como si fueran una piña, el aquelarre de Misha y la antigua manda de Glenn eran inseparables. Todos trabajaban juntos y fue esa normalidad, esa camadería, la que fue animando a los demás licántropos a aceptarlos.

Hubo un cambio más, una norma que, obviamente, ya no tenía ningún sentido. Dentro de la familia Linheart, ningún lobo o loba tenía prohibido confraternizar con humanos y cualquier híbrido era bienvenido. No en vano había dos de ellos en la manada.

Faltaba poco para que entrara el invierno cuando nació Aran. Su cabello castaño claro y sus ojos grises eran como los de su padre Kenneth y sus dos madres, Zara y Dariya, no podían quererlo más. Bueno, en realidad era el pequeño consentido de toda la familia Misha-Glenn.

Incluso Konstantin le traía regalos cada vez que iba de visita. Él y los miembros del clan Egorov que lo habían acompañado, se habían instalado en la zona de influencia de los Linheart y, bajo la protección de la manda, Kostya esperaba el momento para recuperar las riendas del Clan y su puesto en lo referente a la lucha por la paz.

—Las cosas no andan muy bien en ese sentido —le comunicó en su última visita —. Muchos no han visto bien lo tuyo con Glenn.

—Parece que ninguno de ellos vio la paz de este modo.

Kosntatin sonrió.

—Eso parece. Aunque no deja de ser un modo mucho más interesante que el de mantener las distancias y fingir que el otro bando no existe.

Misha río. Desde luego que era mucho más interesante y excitante.

—¿Qué tienes pensado hacer?

El vampiro echó la cabeza hacia atrás.

—De momento me limitaré a observar. Después... bueno, recuperaremos lo que es nuestro.

A Misha le gustó que usara el nosotros, que lo considerara a él, a su aquelarre y a los Linheart como parte de lo que sería un todo. Para ellos, la paz era una realidad.

Las risas continuaron mientras él abandonaba el jardín y entraba en la mansión. Allí también había mucho movimiento. Aunque muchos de los lobos vivían en las casas situadas en los alrededores de los terrenos de la mansión principal, los miembros más influyentes de la manada pasaban el día trabajando allí con los demás alfas y betas. Misha ascendió las escaleras y recorrió los pasillos hasta llegar a su destino. La puerta del despacho de Glenn estaba abierta, pero no había ni rastro de él. Misha entró a pesar de todo porque sabía dónde se encontraba su pareja.

Con paso ligero, cruzó la estancia y apartó la cortina para poder salir por la ventana y ascender hasta el tejado. Tal y como sospechaba, Glenn Linheart estaba allí contemplando el horizonte. Era una manía que había adoptado desde el día en el que había sido elegido como alfa. Porque sabía tan bien como Misha y Konstantin que habían ganado una batalla, pero no la guerra. Y ellos, además de la guerra general entre vampiros y licántropos, estaban en pugna con los Ancianos del clan Egorov.

Glenn sintió su presencia y su olor antes de que los brazos de su amado lo rodearan por detrás. El rostro de Misha se apoyó sobre su hombro y Glenn cerró los ojos unos instantes antes de volver a abrirlos. La tarde era tan joven como los cachorros que correteaban por el jardín, ajenos a los peligros que había fuera de ese pequeño paraíso que llamaban hogar.

—Ojalá fuese siempre así —musitó.

Misha besó su cuello.

—Algún día lo será. Nosotros haremos que lo sea.

Glenn sonrió y se dio la vuelta. Contempló el bello y seguro rostro del vampiro, del amor de su vida, del enemigo que había pasado a ser su aliado y una parte de sí mismo. Tomó el rostro níveo de Misha con cuidado, como si fuera algo sumamente valioso, tanto que diera miedo de sujetar por temor a que se rompiera.

—¿Es eso una promesa?

Misha soltó una ligera carcajada música y le besó la palma de la mano.

—No, es una certeza.

—Te quiero —susurró Glenn a escasos centímetros.

Misha se mordió el labio inferior mientras sus labios no abandonaban la sonrisa.

—¿Es eso una certeza?

Ahora fue Glenn quien soltó una risita.

—La mayor de todas.

Sus labios se unieron y se abrazaron con fuerza, como si fueran un solo ente en vez de dos.

El mañana era incierto, pero mientras estuvieran juntos no temerían el devenir. 

Alfa. Seducción peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora