Misha

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Hacía frío, mucho frío. ¿Desde cuándo hacía tanto frío?

A mi alrededor todo estaba oscuro y mis sentidos parecían apagados, como si estuvieran a punto de agotarse y que esa parte de mí, la que me permitía sentir y ser algo más que un ser vivo, fuera a sucumbir. ¿Estaba vivo acaso o había muerto? Y si esto era la muerte ¿por qué daba tanto miedo? Se supone que la muerte es paz y que la paz es tranquilidad, pero me sentía inquieto.

Me sentía solo.

Pero ya hacía dos siglos que me sentía solo, que estaba vacío por dentro. Que mi existencia era simplemente ver pasar los días intentando no pensar. Intentando esconder una realidad que me dolía cada vez que respiraba, cada vez que mi mente no estaba ocupada en mil tareas.

Él era mi mundo. Es mi mundo.

Mis recuerdos de Aleksandr cuando fui humano eran borrosos, como una película a la que se le han dañado los fotogramas sin posibilidad de arreglarlos. Cada vez que intentaba evocar lo que sucedió después de que abandonara la que había sido mi vida, lo único que rememoraba era el frío, la sed, el hambre y el dolor.

En aquel entonces yo no conocía nada de la guerra entre vampiros y licántropos. Es más, ni tan siquiera sabía que existían otros seres además de los humanos. Después del Segundo Colapso de la humanidad a manos de vampiros y licántropos, los seres humanos intentaron volver a resurgir de la miseria en la que habían quedado reducidos. Fue un retroceso a todos los niveles: sociales, económicos y tecnológicos. Todo se había perdido y tocaba reconstruir. Yo nací en el periodo intermedio del Tercer Resurgimiento, muchos años después de la paz entre vampiros y humanos. Aislado en una zona rural, prácticamente sin opciones para estudiar y conocer qué había más allá de las montañas, nadie creía que los monstruos existieran.

Y en verdad no existían los monstruos, no al menos de la forma en la que creemos y nos enseñan.

Y lo entendía cuando los lobos nos alcanzaron.

Yo estaba muy mal y me costaba respirar. Tenía la boca seca, los miembros helados y mucha hambre. Aún hoy me pregunto si Aleksandr dejó que llegara a ese estado porque no conocía las necesidades básicas humanas o porque era preferible escapar a costa de la vida del humano al cual había decidido salvar.

Nevaba. Los copos caían a montones del cielo encapotado y gris. Yo, sobre la nieve, me ahogaba. Mi garganta ardía intentando respirar y en mi costado había una fea herida, producida por las garras de uno de aquellos seres peludos semejantes a un lobo, que volvía el blanco en rojo.

Me estaba muriendo. Iba a morir del mismo modo en el que había muerto Marina. Pero no sentí pena. No sentía nada. Tampoco vi mi vida pasar como muchos dicen o me arrepentí de no haber hecho esto o aquello. Solamente quería que cesara el dolor y aquel entumecimiento. El calor abrasador que hacía que mis pulmones fueran a estallar.

No fui consciente de cuándo acabó todo ni de los cadáveres de lobos que nos rodeaban. Tampoco del olor de la sangre predominando en el ambiente. Ni siquiera pude sentir los brazos amables de Aleksandr cuando me cogieron en volandas y se alejó del lugar de la batalla para adentrarse en el bosque. No se separó de mí, no me soltó y yo se lo agradecí. Si iba a morir, prefería hacerlo a su lado. No entendí muy bien por qué, pero tampoco es que fuera importante conocer las razones cuando se está a punto de desaparecer.

― Puedo salvarte, pero depende de ti ― escuché que decía. ¿Me lo decía a mí? Porque, de ser así, no estaba seguro de comprender el significado de su frase a pesar de haberla oído con claridad. Si no pudo salvar a Marina, ¿cómo iba a poder salvarme a mí? ― Ella ya estaba muerta y el pharmakos solo funciona en un organismo vivo. Si después de lo que has visto y vivido quieres seguir en este mundo, te salvaré. Te llevaré a mi mundo.

Alfa. Seducción peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora