Misha

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No podía calmarme. Por más que lo intentara, por más sacos de arena que destrozara a puñetazos, mi corazón no dejaba de latir desbocado y mi respiración era incapaz de normalizarse. Inspirando y expirando, contemplé la arena desparramada a mis pies, la cual había sido el relleno del tercer saco de boxeo ultrarresistente que había molido a golpes. Unos golpes que querría propinarle al rostro arrogante y confiado de Glenn Linheart hasta que toda aquella belleza masculina quedara hecha añicos. Golpes que me encantaría poder darme a mí mismo por haber caído en las garras de aquel sucio y asqueroso lobo. ¿Cómo había podido bajar la guardia? ¿Es que todavía no había aprendido la lección?

Di una patada sobre la arena y la esparcí por todo el gimnasio. Llamar así a aquella habitación bajo la mansión era un eufemismo, porque era más una inmensa sala acorazada de entrenamiento militar que una destinada a una actividad inocente como la que hacían los humanos para tonificarse o mantener la línea. Suspiré y me dejé caer al suelo con las manos en la cara antes de pasarlas por mi cabello y mezclar mis dedos con los mechones negros.

No podía sacármelo de la cabeza ni de la piel. Por más que me había lavado a conciencia nada más llegar a la mansión, con la rabia hirviendo en mi interior, su olor persistía en mi recuerdo. Tal era mi estado de agitación que nadie se atrevió a acercarse a mí. Ni siquiera Lyonya, que siempre se metía donde no lo llamaban, supo que era mejor no preguntar por qué tenía en mi cuello sangre seca y la marca de unos colmillos que no eran los de un vampiro, ni por qué un apestoso olor a lobo impregnaba mi ropa. Mi piel. Mi boca.

Golpeé el suelo con fuerza y sentí que se me rompían los huesos de los nudillos, unos que, a los pocos segundos, se regeneraron. Debería haberlo despedazado cuando se atrevió a tocarme, cuando sus manos ardientes acariciaron mi cuerpo, cuando su aliento me rozó la piel, cuando su voz...

La sangre se me encendió de nuevo y mis mejillas enrojecieron con violencia. Iba a volverme loco si no hacía algo.

Y ese algo era encontrar al maldito Glenn Linheart y su manada.

Pero antes...

Me levanté, me sequé con una toalla y cogí mi teléfono. Pasé por alto las notificaciones que esperaban mi atención y entré en la aplicación de mensajería que utilizábamos los vampiros para comunicarnos. Todas las aplicaciones que usábamos, así como los propios smartphones, eran una creación de nuestro cuerpo de vampiros especializados en tecnología para evitar hackeos por parte de los lobos. Aunque, en algunas ocasiones, habíamos sufrido ataques cibernéticos y robos de información del mismo modo que nosotros habíamos atacado sus sistemas y logrado descubrir algunos de sus escondites. Escondites a los que yo había ido para bañarme en la sangre rastrera de aquellos chuchos sarnosos. No en vano sabía que me llamaban El Exterminador.

Después de pulsar la opción de enviar, me guardé el móvil en el bolsillo y subí por el ascensor hasta las plantas superiores para buscar a Vladimir. Lo encontré en la sala de estar con la mayoría de los miembros de mi aquelarre. Vova, que estaba dejando que su pareja Nikolai jugueteara con sus dedos mientras miraban una serie en la televisión, alzó el rostro en cuanto sintió mi presencia. El vampiro apartó con delicadeza a Kolya y se acercó a mí.

―Necesito que tú y Nikolai recabéis información sobe Glenn Linhard, los miembros de su manada y sobre su familia. Todo. Incluso aquello que pueda parecer insustancial.

Vladimir asintió, le hizo un gesto a su amante y ambos se marcharon hacia la sala de informática para ponerse a trabajar. Mi teléfono vibró dentro del bolsillo de mi pantalón de deporte. La respuesta había llegado más pronto de lo esperado. Antes de que me diera tiempo a llamarlo, Dima ya estaba a mi lado.

Alfa. Seducción peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora