Glenn

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No pensé, solamente ataqué dejándome llevar por la furia. Una que iba más contra mí mismo que contra Rainer o Marko. Un calor abrasador, muy diferente al que había sentido antes por el celo, invadió mi cuerpo haciendo que mis músculos se expandieran y que mis manos tomaran la forma de unas garras con apenas pelo. Los huesos de mis vértebras chasquearon cuando mi cuerpo se alargó unos centímetros hacia arriba. Las zapatillas se rajaron para dejar libres a mis pies. Solté un jadeo y la saliva cayó de mi boca cuando mis dientes, afilados como cuchillos sobresalieron de mi boca.

Eché el brazo derecho hacia atrás para coger impulso y atacar a Rainer. El berserk me esquivó y mis afiladas uñas destrozaron parte de la barandilla de madera. Sin perder la velocidad que me conferían mis pies, salté de nuevo hacia el lobo. Al estar en un espacio más estrecho, Rainer no pudo moverse con la comodidad adecuada y, sin poder eludirme del todo, saltó hacia atrás, en dirección al pasillo. Me quedé quieto cuando toqué el suelo y contemplé mi garra. Entre las uñas había mechones grises. Alcé los ojos.

Rainer, sin jadear como yo, me mostró una nueva sonrisa en aquella boca alargada de dientes serrados que apestaba a sangre y carne.

—Nada mal, engendro —me concedió con voz gutural que hizo eco en el estrecho corredor. Dio otro paso hacia atrás —. No esperaba menos de ti. Serás una magnífica diversión. Mucho más que tu amiguito — alzó su garra izquierda y se lamió las puntas sangrantes de sus uñas —. Estaba tan concentrado con su polla dentro de una humana que ni se dio cuenta de los primeros arañazos. ¿Sabes? Creo que sintió un gran placer hasta que le hundí las uñas demasiado.

Caí en su provocación y él ensanchó más su horrible sonrisa.

Sabía que pretendía aislarme de Liam y los vampiros para divertirse y luego llevarme medio muerto con mi hermano y que él me diera el golpe de gracia. Lo sabía, pero no podía detenme. El sentimiento de culpabilidad era demasiado grande y sabía que solamente si mataba a Rainer podría aflojar un mínimo el nudo que me estaba estrangulando.

Carter había muerto porque yo fui incapaz de soportar estar en celo, deseando con desesperación hundirme en el cuerpo de Misha como un salvaje. Mi parte de lobo, la que se movía por el instinto más bestial, había deseado darle la vuelta al Exterminador en su despacho y penetrarlo hasta el fondo. ¿Salir de la mansión? Tenía lo que anhelaba y ansiaba allí mismo. Y su olor me tentaba más de lo habitual, como si el intercambio de sangre respondiera también a mi celo y un vampiro fuera capaz de lanzarle feromonas a un licántropo.

La cercanía de Liam fue lo que me mantuvo cuerdo, al menos el tiempo suficiente para no arrojarme sobre él, atrapar su boca y arrancarle la ropa.

Lo vi en sus ojos. Vi el deseo y el malestar por buscar en otro lugar lo que él también podía darme. Lo vi, lo supe, lo deseé, pero preferí marcharme desoyendo a la razón. ¿Pero era razonable cruzar la línea? ¿No empeoraría eso las cosas si Misha se negaba a dejarse llevar y seguía prefiriendo a Aleksandr? Me destrozaría más perderlo después de tenerlo que no tenerlo nunca.

Pero había pecado de inocencia.

Mi razonamiento, menos malicioso y experimentado a las tretas que los de mi hermano o Rainer, jamás habría imaginado que mis enemigos irían tan lejos como atacarnos en el territorio de los vampiros la noche de luna llena. Sí, los machos adultos podían controlar su celo y los impulsos de las feromonas femeninas de las lobas durante el plenilunio, pero era tan rastrero y cobarde aprovecharte de esa debilidad de tu adversario que no se me había pasado por la cabeza.

Tal y como la vez anterior, había querido creer que mi hermano tendría honor y que preferiría enfrentarse a mí cara a cara y sin subterfugios. ¿Pero qué podía esperar de Marko y los suyos si nunca habían tenido honor? Mató a mi madre de forma que involucrara a los vampiros para esconder su crimen, hiriendo en el proceso a su padre, algo que no estaba previsto pero que le vino que ni pintado. Que Louis Linheart estuviera fuera de combate le permitió saborear el poder durante algunos años, creerse ya el alfa de la manada. Mi amenaza, la amenaza de un niño, pareció no importarle. Tanto fue así que dejó de atormentarme y maltratarme. No en su totalidad, pero sí de forma asidua.

Alfa. Seducción peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora