capitulo:6

22 2 0
                                    

VI

Abro los ojos de golpe, pero la luz me ciega instantáneamente. Me llevo las manos a la cabeza; el dolor es insoportable, como si mil martillos golpearan mis sienes.

—¿Te sientes bien? —la voz de Laura me saca de mis pensamientos. Miro a mí alrededor, curiosa, y me relajo al darme cuenta de que estoy en la enfermería.

Asiento hacia ella, pero su expresión dura y la ausencia de una sonrisa me llenan de inquietud.

—¿El bebé y yo estamos bien? —pregunto, en un intento de suavizar la situación.

—Ojalá fuera ese el caso—responde, la decepción en su tono es palpable—. Volviste a hacerlo. Me decepcionaste.

Niego repetidamente, tratando de acomodarme en la cama, el pánico creciendo en mi pecho. No puede creer eso; hace un año que dejé las drogas.

—Laura, por favor, ¡te juro que no es lo que piensas! No he consumido nada desde aquel día. No sé qué me pasó, pero debes creerme.

—Tu sangre demuestra que no has consumido nada, pero... ¿cómo explicas los síntomas? La sudoración, las alucinaciones... —sus ojos me atraviesan, llenos de preocupación.

—No lo sé. Desde que llegué al Friedrich, no me he sentido bien. Aquella noche resuena en mi mente como un eco del que no puedo escapar.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que viste a un psicólogo ? —me pregunta, su mirada seria, como si estuviera intentando desenmarañar un misterio.

Laura no es solo la enfermera del Friedrich; es mi amiga, la única persona que me ha hecho sentir segura. Por extraño que parezca, me siento más a gusto con ella que con mis propios padres.

—Hace unos meses. Ya estoy bien, lo sabes. Me dieron de alta, y... —mi voz se quiebra, sintiendo la presión de sus ojos sobre mí.

Puedo ver el temor en su rostro, la preocupación de que vuelva a caer en ese abismo oscuro. Debe creerme; jamás haría algo que la decepcionara.

—Te creo, pero necesito que te cuides. Tómate un tiempo para descansar, por favor —me dice, su voz suavizándose, deposita un beso tierno en mi frente antes de dejarme marchar hacia mi habitación.

No le dije que tengo miedo, que la he vuelto a ver. La idea de que regrese y quiera acabar conmigo me aterra. El pasillo se alarga, el silencio se vuelve ensordecedor. Me quedo congelada al sentir una mirada sobre mí, una mirada escalofriante que parece perforar mi piel. Quiero llorar, deseo orinarme encima por el miedo, pero me contengo, atrapada en un terror que amenaza con devorarme.

—Eres una asesina, acabaste con mi vida —susurra, su voz cargada de resentimiento.

Corro hacia los cuartos, desesperada, preguntándome dónde demonios se escondían los demás cuando más los necesitaba. De repente, unos brazos me acorralan y un torrente de lágrimas brota de mis ojos; lloro de impotencia y dolor. No lucho contra mi agresor, porque si debo morir, aceptaré mi destino con la cabeza en alto.

Una risa jovial, masculina y escalofriante resuena por todo el pasillo, una risa que me resulta demasiado familiar.

—Te voy a matar, juro por Dios que acabaré contigo —bramo, intentando alejarme de su cuerpo.

Me agarra del brazo con tal fuerza que creo que quiere herirme, pero en lugar de eso, me arrastra hacia él, estampando su cuerpo contra el mío. Su mano sujeta mi barbilla con firmeza mientras sus labios se apoderan de los míos en un beso brusco, tan diferente a todos los que he probado en mi vida.

La venganza de Brenda OwenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora