Aldara
Estaba sentada en el sofá de mi casa, mirando las noticias con mi padre. Ese día mi madre trabajaba hasta tarde. Escuché las risas de mis hermanos jugando a espías, escondidos tras una pared. Miré a mi padre, que observaba la pantalla con atención y detenimiento. Sonrió, y entonces yo le imité.
-¿Por qué solo nos dejáis ver las noticias... a veces? -Pregunté, rompiendo el silencio. Sabía lo que iba a contestar, siempre decía lo mismo. Pero, por algún motivo, la esperanza de obtener una respuesta diferente permanecía.
-Para protegeros... -¿Para protegernos? ¿De qué? Mi cerebro era todavía demasiado inocente para entender nada.
-Pero, ¿de qué? ¡No lo entiendo! -Insistía. Pero la conversación siempre terminaba ahí: yo mirando a mi padre, desesperada, y él medio sonriendo.
Dirigí la mirada hacia la televisión, donde una mujer de pelo largo y rubio empezaba a hablar. Justo cuando me acomodaba para escuchar, mi padre se levantó y me agarró de la mano, al mismo tiempo que la pantalla quedaba sumergida en un intenso negro que volvió a llevarme a la desesperación.
-Vamos. Es hora de irse a la cama, que se ha hecho tarde. -Yo sabía que por mucho que me quejara, o muchas veces que chillara, los adultos siempre ganan, así que me limité a dejarme llevar. Ambos subimos las escaleras, hasta que, al llegar a la habitación, me hizo una señal con la cabeza para que me acostara, y se marchó para encontrar a mis hermanos, que seguían correteando por la casa sin parar.
Mientras tanto, me acosté pensé en todas las veces que mis padres habían apagado la televisión en cuanto empezaban las noticias. Me sentía desiformada, inútil. En la escuela todo el mundo sabía lo que pasaba en el planeta, menos yo, por supuesto.
Unos minutos más tarde, papá abrió la puerta lentamente para ver si estaba despierta. Entonces dio un par de pasos adelante y me dio un beso en la frente.
-Buenas noches, Aldara.
-Buenas noches. -Contesté. Vi cómo dos de sus dedos iban a apagar el interruptor de la luz.
-¡No! Espera, no lo apagues.
Él me dedicó una mirada cómplice: sabía que a mi madre no le gustaba que me quedara despierta, pero, en parte, él sabía que yo lo necesitaba. Su expresión se volvió más seria, y yo asentí, como diciendo que no se preocupara.
La puerta se cerró y entonces me dediqué a observar con detenimiento mi habitación. Primero, mis ojos se fijaron en mi escritorio: allí guardaba en un organizador todos los lápices y rotuladores de colores, aparte de todo tipo de marcadores que me había regalado mi mejor amiga, Astrid, por mi cumpleaños. Después, me fijé en el armario, donde había colgados más de quince carteles con mensajes. Cada semana los cambiaba, no me gustaba que siempre hubiera las mismas frases. Los leí uno a uno, al igual que hacía todas las noches. Mi favorito, sin duda, era el que decía: "Este mundo no va a cambiar. Los humanos no van a cambiar. Nada cambiará si nadie lo cambia." Me sentía más que identificada con ese mensaje. Sabía que yo no cambiaría nada del mundo, pero en mi mente sentía que el póster hablaba sobre mí, aunque no sabía muy bien por qué.
Cada día me iba a dormir con ese mensaje flotando por mi cerebro. Esto provocó que tuviera sueños de todo tipo: extraños, únicos, rara vez, divertidos, enigmáticos e intrigantes... pero, sin duda, lo que más me extrañaba era que, por algún motivo el cual desconocía, siempre los recordaba. Quizás era yo misma la que intentaba recordarlos. O quizás simplemente era casualidad.
Heres
El sol iluminó por completo la habitación. En cuanto entró el primer rayo de luz, Vera se removió en la cama, tiró de la manta y se tapó la cara.
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Una sociedad caducada
Adventure*Terminado* El cambio climático, las guerras, los conflictos políticos... son solo algunos de los miles de problemas que están presentes en este mundo. Están, pero también estarán. Por ese mismo motivo, esta familia ha tenido que tomar una decisión...