Capítulo 22: La Tierra

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Aldara

"Gracias, tecnología" -Me repetía todo el rato. Era una maravilla. Cuando vinimos hacia Lilac tardamos ni más ni menos que ¡ocho años! Y ahora, solo un par de meses. Era increíble como evolucionábamos. 

Me senté junto a Erlik, quien estaba mirando por la pequeña ventana, similar a las que hay en los aviones. 

-¿Algo interesante por ahí fuera? -Se giró de golpe, sorprendido. Al ver mi cara, volvió a girarse. 

-Bueno, si te gusta la oscuridad y el color negro, sí. -Sonrió. 

Me saqué un chicle (que había conseguido esconder, ya que no se podían llevar) del bolsillo y me lo metí en la boca, sin siquiera procurar que nadie me viese. Erlik, al escucharme, me miró con una ceja levantada. 

-Esta mañana te has levantado rebelde, eh. Incumpliendo normas. -Bromeó. Yo lo miré con los ojos entrecerrados y observé a nuestro alrededor. 

Las paredes del cohete eran grises, hechas de metal y otros materiales los cuales, muy probablemente, no conocía. Eran gruesas, sin duda. Nosotros nos encontrábamos sentados en unos asientos poco cómodos de color rojo, y a nuestro alrededor había un montón de tubos de todos los tamaños. 

Después de haber estudiado para hacerme astronauta, me hacía ilusión saber cuál era el funcionamiento de cada uno. Como si supiera lo que pensaba, Erlik habló:

-Por lo que veo, las horas de estudio han dado resultados. 


2 meses después...

El suelo estaba duro. Un montón de grietas lo cubrían. Donde antes había un río, ahora solo había escombros. No pude evitar tener un sentimiento de horror, pues todo eso me superaba.

Y pensar que ese había sido mi hogar hasta los doce años... Y el de mis hermanos. Y el de mis padres y amigos... Miré a mi alrededor, esperando encontrar algo que me subiera los ánimos. Pero nada. Fue muy mala idea, ya que solo había más escombros. Casas y coches destrozados decoraban el paisaje. Era horrible, horroroso. 

Entonces me olvidé de todo: olvidé las normas de seguridad, nuestra misión. No porque mi memoria fuese escasa, al contrario. Porque tenía tanta memoria que no podía olvidar recordar cómo era la Tierra antes de la guerra nuclear. Me aparté unos pasos de Erlik. Primero caminé despacio, pero después me puse a correr con la mirada, no en un ponto fijo, sino en todas direcciones. 

A mi derecha había un gran agujero que reconocí enseguida: eso era un lago. Recordaba que en verano iba a nadar allí con la familia. Miré a mi izquierda. Ahí solo había casas en ruinas. Mi cerebro pensó en la posibilidad de encontrar algún que otro cadáver, pero la ignoré de inmediato: no tenía tiempo para pensar en eso. 

Escuché los gritos de Erlik detrás de mí, que me preguntaban dónde iba. Los ignoré. 

Podría haber contestado, sí. Pero, ¿qué le hubiese dicho? ¿Qué me iba a dar una vuelta, así sin más? Era poco creíble, y más cuando ni siquiera yo sabía dónde me dirigía. Las piernas no obedecieron a mi cerebro y siguieron corriendo. Creo que mi cuerpo también se encontraba en una batalla, en una decisión. 

Una parte de mí quería volver, abrazar a Erlik, y seguir con la misión. Pero otra parte no podía olvidarse de que este había sido mi hogar durante años. ¡Años! ¡Pero si la mejor parte de mi vida la había pasado aquí! Por Dios, ahora lo veía todo claro. Por fin había conseguido entenderme a mí misma. 

Aun corriendo, recogí mi pelo despeinado en una coleta mal hecha. 

Y entonces llegué. Llegué a mi antiguo hogar. A mi casa. Bien, lo que quedaba de ella, porque las dos paredes que quedaban en pie, estaban grises. El techo se había derrumbado. Y el que había sido el suelo estaba cubierto por arena y piedras. Paré delante de la casa en ruinas, observando cada detalle. 

Una sociedad caducadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora