Capítulo 18: Reflexión

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Lyra

Desde que nos mudamos a Lilac las cosas habían cambiado mucho. Creo que ya era hora de hacer una reflexión.

Notaba... cierta tensión entre mis hermanos. Era como si la muerte de mamá y la mudanza nos estuviesen volviendo locos a todos. Quería decirles que debíamos seguir adelante, ignorar el pasado, pero me resultaba complicado, ya que ni tan solo yo misma era capaz de hacerlo. 

-Bueno, ¿y qué tal el día? -Pregunté, rompiendo el silencio. 

-Normal, como siempre. -Contestó Liam, sin retirar la mirada de Vera, quien, por cierto, no hacía más que mirar a la mesa. 

-Claro... ¿Y no os parece que la cena de hoy está más buena? Creo que han renovado a los cocineros, o algo. -Ninguna risa. Esperaba una, al menos. 

Vera alzó por fin la mirada y la dirigió hacia Liam:

-¿Se puede saber por qué no paras de mirarme?

-¿Yo? ¿Mirarte? ¡Pero qué dices! -Mi hermana puso los ojos en blanco y volvió a mirar hacia el plato. Me levanté de la mesa con el ceño fruncido y los puños cerrados con fuerza. 

-¿Se puede saber qué os pasa? Mirad, sé que han cambiado muchas cosas y todo eso, pero si seguimos así solo vamos a seguir empeorando. Yo voto por cambiar. El mundo, la gente, nuestro entorno, no va a ser diferente por nosotros, así que tenemos que ser nosotros mismos, como personas, las que tenemos que adaptarnos al ambiente, ¿de acuerdo? -Nadie contestó. -Bien, daré por hecho que todos me habéis escuchado. 

Sin dar las buenas noches a nadie, abandoné la gran tienda y me dirigí hacia mi casa. 

Cuando llegué, tuve la sensación de que todo estaba muy oscuro. Seguramente era yo misma la que se imaginaba cosas a causa de la frustración, pero fue raro igualmente. Caminé, casi arrastrando los pies hacia mi cuarto. Tenía ganas de estar sola, pero al mismo tiempo necesitaba compañía. Sí, creo que la rara era yo. 

Esperé unos minutos sentada en la cama con la mirada fija en la cremallera de mi puerta de tela. No llegaba nadie, quizás se habían quedado hablando sobre a quién le caía peor Lyra. Intenté quitarme esos pensamientos de inmediato, cosa que costó, ya que no tenía otra cosa en que pensar. O sí, solo que aún no la había encontrado. 


Heres

Volví a casa solo cuando el sueño me ordenó que volviese, puesto que yo no tenía ningunas ganas de marcharme, en absoluto. Mis hermanos sí se quedaron hablando, y eso me dio mucha rabia, no sé por qué. Quizás ellos también se marcharon al poco rato, pero eso nunca lo sabré. 

Al llegar a casa todo estaba en silencio: todas las puertas estaban abiertas, excepto la de Lyra. No entiendo por qué, aquella puerta cerrada provocó un drástico cambio en mi humor. Noté un dolor fuerte en el pecho. ¿Era culpa? Pero... en caso afirmativo, ¿culpa de qué? Por supuesto, por estar perdiendo a mi hermanita pequeña... por no escucharla... por ignorarla y seguir con mi vida cómo si no hubiese escuchado esas palabras que tanto me habían dolido: "Yo voto por cambiar", había dicho la pequeña. Y nadie le había contestado como se merecía. 

 Intenté no hacer demasiado ruido cómo para despertar a mi hermana, si es que estaba dormida. Antes de entrar a mi cuarto esperé unos segundos: no. Ningún ruido. Sin duda, el sueño se había apoderado de ella. 

Me tumbé en la cama sin cerrar los ojos en ningún momento, pues tenía que pensar en una solución. Mi hermana tenía razón, no podíamos seguir así, teníamos que hacer algo, cualquier cosa excepto seguir así. 

Suspiré mientras arrastraba el cojín hacia mis brazos. Sí, quizás un buen abrazo era la solución a todos mis problemas. 


                                                                                            * * *

Me despertaron unos pasos rápidos que no paraban de escucharse. Sin duda, el que estaba provocando ese ruido no tenía como objetivo ser silencioso. 

Me senté sobre la cama, aun con las piernas entre las sábanas. Sentí un escalofrío en mis pies descalzos, y de inmediato los escondí de nuevo debajo de una manta. Era una mañana fresca. 

Me froté los ojos a la vez que me ponía en pie y escondía mis pies en mis zapatillas blanditas. ¡Ah! ¡Ese maldito ruido no paraba de sonar! Cansada de escucharlo, salí de mi habitación, enfurecida y lista para echar la bronca a cualquiera de los dos hermanos con los que compartía habitación. Pero no había nadie. 

 -Qué cojones... -Y más ruido. La rabia se había extendido rápidamente por mi cuerpo. Oh, no: Cuando eso pasaba las palabras salían de mí sin haberlas pensado primero, y luego me echaba a llorar pidiendo disculpas. Pero ya no había marcha atrás. 

Dirigí una mirada rápida hacia el cuarto de Vera: puerta abierta, se había marchado. Ahora sí, aun con el pijama y las zapatillas puestas, salí al exterior. El sol me iluminó la cara y no pude evitar tapármela con las manos. Claro, me había acostumbrado a la oscuridad de la casa y no había tenido en cuenta que fuera habría más luz. Mucha más luz. 

Cuando por fin conseguí adaptar mis ojos, lo que vi me sorprendió: un montón de gente corría hacia un mismo sitio. Había gente en pijama, otros con ropa de hacer deporte, otros que llevaban los niños dormidos en sus brazos... Sin duda, había pasado algo. Pero... ¿Algo bueno, o algo malo? Crucé los dedos antes de unirme a la estampida de gente. 














Una sociedad caducadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora