Aldara
Dediqué tanto tiempo en concentrarme en mí misma, en mis hermanos, en el cambio de vida, que no me había molestado en fijarme en el planeta.
El cielo era morado, y había mucha vegetación. También había tierra parecida a la de la Tierra, solo que más dura, ya que había mucho sol.
Como agradecimiento a contratar su servicio, algunos de los comandantes de la misión nos regalaron una planta especial de Lilac: era de un color morado chillón, y tenía una especie de purpurina azul. Era preciosa, mucho más que las que había en la Tierra. La coloqué en la mesa de la casa que compartía con Heres. Papá se había instalado en otro sitio, él solo, posiblemente necesitaba espacio para pensar.
Pensaba que no habría gravedad, que podríamos ir botando por el planeta, como en la Luna, pero no fue así. Al fin y al cabo, Lilac era parecido a nuestro anterior hogar.
Al principio me sentía inútil: muchos de los trabajadores, entre ellos Erlik, ya empezaban a cultivar plantas y a sacar cerdos, vacas y otros animales del cohete. Esto ya empezaba a parecer una sociedad, y, sinceramente, tenía miedo de que se pareciese a la de la Tierra. Porque en el planeta azul, mucha gente no era feliz: muchos morían por pobreza, otros por disparos, otros por suicidios, y nadie hacía nada al respecto. Pero esta nueva vida tenía que ser distinta, porque, si no era así, ¿por qué nos habíamos molestado en venir?
Erlik comenzó a enseñarme cosas sobre el cultivo y la ganadería, y yo me sentía bien de poder poner de mi parte, aunque fuese solo un poquito.
Nos apartamos un poco de los campos de cultivo para encontrar una buena vista de estos.
-Mira, a la derecha están los tomates, a la izquierda las cebollas, en el medio las lechugas, y por allí hay más vegetales. El plan es plantar árboles frutales al fondo. -Mientras escuchaba todo esto, sentía nostalgia. Sabía que esta vida sería mejor, pero en el fondo echaba de menos... mi pasado. Y como si me hubiese podido leer los pensamientos, Erlik habló. -No te preocupes, una parte de esta sociedad se parecerá a la de la Tierra, ya que de lo contrario nada funcionaría, pero otra parte será nueva, mejor. -Tomó un par de palas y me entregó una. -¿Me ayudas?
Heres
Echaba de menos, no a mi hogar, no al planeta azul, no a mis cosas... sino a las experiencias que vivía. Me gustaba hacer cosas que no podía hacer en Lilac, o al menos, eso creía yo. Porque nadie me había dicho lo contrario. Era mi mente, mi cuerpo, el que me advertía constantemente de que estaba en un sitio desconocido y debía ir con cuidado.
Me gustaba ser previsor y poco arriesgado, así las cosas nunca me pillaban por sorpresa, pero creo que mi mente hizo una especie de click y entonces me dejé llevar: por unos minutos me sentí como un niño de ocho años: corriendo por lo que parecía ser un bosque lleno de plantas cuyo nombre no sabía nombrar, probando lo que parecían ser arándanos, gritando al aire mientras abrazaba a un árbol... no pensé en la vergüenza que sentiría al terminar mi "revolución", solamente pensé en mí.
Entonces me dejé caer sobre el suelo, donde una pila de hojas secas formaban un colchón perfecto. Empecé a reír, sin saber por qué, pero luego me saltaron las lágrimas. ¿Me estaba volviendo loco? ¡Para nada! Y si lo estaba haciendo, pues no pensaba detenerme.
Y por fin comprendí mis sentimientos: tenía miedo, miedo de un futuro inesperado, incierto. Un futuro que me esperaba tanto a mí, como a mi familia, y que, en caso de no ser del todo bueno, nadie podría cambiar o prevenir. Esa era mi gran debilidad, y los demás no podían saberlo, no, de momento.
Finalmente, hice una reflexión mental y decidí centrarme en mí, en nadie más que pudiese retrasarme en mi misión. No me veía capaz de admitir mi miedo delante de nadie, y mucho menos de pedir ayuda, así que decidí que, a partir de ese mismo momento, debía aprender a dominar al tiempo y a que el tiempo no me dominase a mí.
Vera
Esa noche de otoño fue aún peor de la que nos dijeron lo de nuestra... pequeña mudanza.
Papá nos envió un mensaje a todos con el walkie-talkie que nos habían ofrecido los trabajadores. Todos acudimos a su casa, a la que él llamaba "Amelia", por mamá. Una vez todos allí, nuestro padre se sentó en el sofá bajo la mirada impaciente de todos. Tenía un sobre blanco entre las manos, y lo abrió con tal delicadeza que no me parecía él.
-Vamos a ver... -Dijo con una sonrisa. Cada mes nos llegaba una carta con noticias de la Tierra, y la situación no andaba muy bien por ahí... pero nosotros manteníamos la esperanza de que tanto mamá, como los abuelos, estaban vivos. Por supuesto, que... si no lo estuviesen, ¿habría llegado una carta, no? Entonces papá empezó a leer el papel de arriba a abajo:
Se informa a la familia 2465772, de la muerte de Amelia, madre de cinco hijos y mujer de su esposo. La mujer falleció debido a una bomba nuclear que cayó en América del Sud, y quedó atrapada bajo los escombros junto a dos personas mayores. Los tres perdieron la vida antes de que los servicios de emergencia pudiesen rescatar sus cuerpos.
No se podrá celebrar un funeral por dos motivos: ella no dejó ningún testamento, y no hay familiares ni amigos que puedan acudir a su entierro. Así que, como hay fallecidos que sí solicitaron un entierro, se les cederá el puesto.
Miré a mis hermanos: Lyra estaba llorando, Aldara y Heres se estaban abrazando, también entre lágrimas, y Liam no quitaba la mirada del papel. Yo no supe cómo reaccionar, pues estaba triste, por supuesto, pero el sentimiento de rabia se apoderó de mi cuerpo.
"La vida no es tan larga como para que nos podamos aburrir, así que dejadnos vivir, y, cuando llegue nuestra hora de forma natural, ya moriremos. No necesito que me mate una persona por cuestión de dinero." -Pensé, mientras apretaba los puños.
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Una sociedad caducada
Adventure*Terminado* El cambio climático, las guerras, los conflictos políticos... son solo algunos de los miles de problemas que están presentes en este mundo. Están, pero también estarán. Por ese mismo motivo, esta familia ha tenido que tomar una decisión...