Capítol 23: El final

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Heres

Los días me parecieron eternos: cada día pensaba en Aldara. Pensaba que mientras yo esperaba su llegada, quizás ella nunca volvería. Claro que habían estado entrenando para esa misión durante mucho tiempo, y claro que confiaba en ella, pero... No tenía ninguna noticia de ellos, y debían haber llegado hacía un par de días. 

Tomé a Helena de la mano para salir a dar una vuelta por el centro del campamento, al igual que hacíamos cada día. Ella caminaba dando saltitos, mirando a todos lados, mientras que yo tenía la mirada clavada en algún punto fijo, sumergido en mis pensamientos. 

-¡Heres! -Helena me estiró del brazo. -¡Heres, mira! -Levanté la mirada y la dirigí hacia donde señalaba la pequeña. Ahí, en medio de la plaza central, se encontraba una gran nave gris. Se me formó una gran sonrisa que no pude ver, pero que sentía. 

Helena se soltó de mi brazo y salió corriendo hacia el cohete, pero la tuve que detener, pues no podía dejarla sola hasta que estuviera con sus padres. Hasta que no se reunieran los tres, ella seguía siendo mi responsabilidad. 

Lo cierto es que esas semanas lo había pasado muy mal por la pobre niña: solo tenía seis años y había vivido muchos cambios. Ella no había tenido que cambiarse de planeta, pero nació mientras aún nos estábamos adaptando. 

Nos quedamos plantados delante de la gran nave, que imponía bastante. Le ordené a Helena que se quedara ahí un momento mientras yo iba a preguntar algo. Entonces me alejé unos metros, pero sin retirar la vista de la niña. Al final, cuando me aseguré de que ella se había quedado quieta, me acerqué a un guardia que vigilaba el cohete:

-Hola. -Dijo él, con voz serena. -¿Puedo ayudarlo en algo?

-Eh, lo cierto es que sí. -Me miró, algo intrigado. -Mi hermana está en esa nave, o eso creo... ¿Ese cohete ha vuelto hoy de la Tierra? -El hombre asintió. -¡Bien! Pues el caso es que mi hermana está dentro y...

-Saldrán en breve. Los familiares deben ir a la derecha, los amigos a la izquierda, y la gente que no los conozca tiene que estar fuera del recinto hasta las dos del mediodía. -El guarda volvió a vigilar nuestro entorno, así que con eso había dado la conversación por terminada. 

-Gracias. -Volví la mirada hacia Helena (menos mal, seguía ahí) y le ordené que me siguiera. Ella obedeció sin quejarse. Nos dirigimos hacia la derecha, como me había ordenado el guardia, y allí encontré a mis hermanos. Nos saludamos con abrazos y besos y al cabo de cinco minutos todo el mundo tenía los ojos en la nave. 

-Espero que todos estén bien. -Soltó Vera, con la mirada fija en el cohete. 

-Lo están. -La voz aguda y floja de Helena contrastó con la voz más fuerte de mis hermanos y mía. Todo el mundo miró a la pequeña con cierta ternura, y ella sonrío, lo que hizo que todos soltaran un "Ohhh". 


Vera

Y, por fin, las puertas se abrieron. 

Lo hicieron tan lentamente que me impacienté enseguida, y sabía que mis hermanos también lo estaban. Empezaron a salir personas: primero una mujer con una sonrisa radiante que saludaba a todo el mundo, después un hombro con barba que miraba a su entorno con desconfianza, después otro hombre, este más joven, que también sonreía... Estuvimos así casi dos minutos, viendo cómo gente prácticamente desconocida salía del cohete. 

Al final salió una cara conocida: Erlik. Él estaba algo serio, aunque era normal en él, y buscaba algo entre los espectadores. Al final, halló eso que buscaba: Heres alzó a Helena en brazos y su padre pareció satisfecho. Aun con el traje de astronauta, se acercó a nosotros con el paso acelerado y cogió a su hija en brazos. 

Todo el mundo estaba pendiente del chico, excepto yo, quién seguía mirando a la nave. Y finalmente (la última), salió Aldara. 

-¡Chicos! -Se acercó corriendo a nosotros y nos dio un abrazo. -¡Qué ganas tenía de veros! -Cogió a Helena en brazos y la apretó tanto contra su cuerpo que creo que la pequeña ya no podía respirar. 

Y, no sé por qué, todo pasó delante de mis ojos. Fue muy repentino. 

Es como si mi cerebro no quisiera que olvidara todo lo que había pasado hasta entonces: la guerra, la muerte de mamá, el viaje, la adaptación... Era un recordatorio. Estaba claro. Habían pasado muchas cosas. Demasiadas. 

Mientras todo el mundo se saludaba, empecé a contar con los dedos: uno, dos, tres... Diez. ¿Diez años? ¿De verdad había pasado todo ese tiempo? No podía ser. 

Miré a mis hermanos, que ya no hablaban. Todos me estaban mirando, pero yo no me incomodé. Sabía que, por algún motivo, sentían lo mismo que yo. Ya estábamos todos juntos. 

Ahora, solo quedaba seguir adelante. 




Una sociedad caducadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora