Capítulo 6: Despedidas

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Lyra

El ambiente era muy raro, lo llevaba siendo todo el día: hablábamos poco y no entendía muy bien por qué. Pero preferí imitar a mis hermanos, no fuera que se enfadaran conmigo.

Aldara sacó una pequeña libreta de su bolsillo y la abrió.

-Bueno, ¿por dónde empezamos? -Heres se inclinó para ver todos los nombres que había y señaló uno de ellos.

-Podríamos empezar por tus amigos, Aldara. ¿Tu mejor amiga no vive por esta zona? -Mi hermana asintió lentamente.

-Sí, sí vive por aquí... pero no me veo preparada para... -Se le quebró la voz y no siguió hablando.

-De acuerdo, pues, Lyra, ¿empezamos por los tuyos?

-Pero, ¿qué debemos hacer exactamente? -Me acarició un par de veces el hombro y entendí que era hora de ponernos en marcha.

Adelantamos un par de calles y noté como si el corazón se me encogiera cuando entendí que iba a decir adiós a personas queridas, para siempre.

-Vamos, Lyra. Tú puedes.

-Pero... de verdad no volveré a verlos nunca... ¿Nunca más?

-De verdad. Así que lo único que podemos hacer es aprovechar el tiempo que nos queda aquí, al máximo, ¿vale? -Me consoló Aldara.

Subí los cinco escalones que me separaban de la puerta de una amiga, la mejor de todas. Nos habíamos criado juntas y la echaría mucho de menos. Demasiado.

Me preparé para golpear la puerta y aceptar el destino, pero no me veía capaz.

-¿De verdad debo hacerlo? -Pregunté, girándome hacia mis hermanos. Todos asintieron, excepto Liam, que me miraba con los ojos entrecerrados. Me volví de nuevo hacia la puerta y la golpeé.

Al principio no contestaba nadie, así que pensé que no estaban en casa. En parte me alegró: recordé que en las películas las despedidas siempre habían sido tristes, y no quería soportarlo.

Pero justo cuando daba media vuelta para marcharme, sonó una especie de chirrido a mi espalda.

-¡Lyra, bonita! -Dijo una voz familiar. -Carla está dentro, pasa, pasa. -Me invitó a pasar con la mano y dirigí una última mirada suplicante a mis hermanos.

La madre de Carla me acompañó escaleras arriba hasta la habitación de mi amiga:

-Creo que está jugando. -Dijo antes de abrir la puerta. -Si necesitas cualquier cosa, estoy en la cocina. -Me acarició el pelo y la abrió. Al escuchar el ruido, Carla volvió la cabeza casi inmediatamente.

-¡Lyra! -Se levantó del suelo y nos fundimos en un abrazo que me pareció eterno. Se separó de mí y me miró a la cara. -¿Qué te ocurre? -preguntó con un hilo de voz.

-Tengo malas noticias. -Hizo que me sentara en su cama. -No sé cómo empezar...

-No me hagas sufrir, por favor. Dilo y ya está...

Dudé un momento, pero finalmente entendí lo que quería mi amiga, y lo hice tal como ella me dijo:

-Muy bien... no te podré ver más, Carla. Ni a ti ni a nadie más aparte de mi familia. -Abrió los ojos, pero no dejó de mirarme a la cara. -Sé que es raro... pero me voy, y lo digo de forma literal, a otro planeta.

 Aldara

Lyra no tardó mucho en salir de casa de su amiga. En cuanto bajó los escalones corrió a abrazarnos, llorando. Nadie hizo el intento de consolarla: todos sabíamos que por mucho que lo intentáramos no habría modo de conseguirlo, ni con ella ni con nadie más en esta misma situación.

-La echaré de menos... -Se repetía. -¡Mucho! ¡Demasiado!

Arrancamos la marcha de nuevo. Esta vez nuestro destino era la casa de mi mejor amiga, que vivía en esa misma calle. En cuanto llegamos a la puerta, nadie dijo nada. Me imaginé que el silencio que surgía de mis hermanos era una forma de decir "Estamos contigo. Tú puedes." o algo similar. Así que me acerqué un par de pasos y sin mirar atrás pulsé el botón del timbre.

A través de un cristal pude apreciar cómo se encendía una luz, y una sombra corriendo hacia la puerta. La silueta la abrió e inmediatamente la reconocí. Era Astrid, mi mejor amiga.

-¡Aldara! -Me dio un abrazo rápido. -¡No te esperaba!

-Ya, yo tampoco me esperaba venir. -Señalé a mis hermanos con la cabeza, y los cinco la saludaron con la mano, sonrientes. Todos los de la familia le teníamos mucho cariño a Astrid.

-¡Pasa! -Se retiró a un lado y me invitó a pasar. Yo acepté, sin dar las gracias: esa era como mi segunda casa. Había pasado muchos ratos allí.

-¿Quieres comer algo? -Negué con la cabeza.
-No, no gracias.

-Vale, veamos... ¿Qué hacemos hoy? ¿Quieres jugar a un juego de mesa? ¡Tengo uno nuevo! O podemos mirar la televisión, si no tienes ganas de jugar...

-Astrid, la verdad es que hoy no he venido a jugar...

-Vale, si no tienes ganas... bueno, ¿y de qué quieres hablar? Porque entiendo que si no quieres jugar lo que quieres es hablar, ¿me equivoco?

-No, no te equivocas...

-¡Me alegro!

La vi tan alegre... tan... normal. Noté como si el corazón se me partiera en dos pedazos, y no pudiese hacer nada para volver a pegarlos.

-Escúchame, Astrid, no sabes el daño que me hace decírtelo. De hecho, te garantizo que me duele más a mí que a ti. ¿De acuerdo?

-Aldara, me estás asustando. -Me tomó de las manos.

-Lo sé mejor que nadie, créeme. ¿Crees que yo no me asusté?

-No te preocupes, no puede ser tan malo. Venga, explícamelo.

-Sé que parece surrealista, pero me voy con mis padres y mis hermanos... -Ella iba asintiendo con la cabeza, intentando entender cada palabra. -bueno, el caso es que me voy a vivir a otro planeta. -Intenté resaltar esa última palabra, para que me tomara en serio.

Al principio no contestó, pero después se echó a reír con una risa nerviosa.

-¿Aldara, qué me estás diciendo? -No supe qué responder, así que me dediqué a hacer grandes movimientos con los brazos.

-No me culpes, por favor. ¡Yo no lo he decidido!

Tenía ganas de abrazarla, de llorar sobre su hombro, y de que ella hiciese lo mismo si lo necesitaba, pero me sentía demasiado mala amiga como para hacerlo, así que me quedé mirándola a los ojos.

Pero, para mi sorpresa, ella avanzó un par de pasos y me rodeó con sus brazos. Al principio no sabía cómo reaccionar, pero al final acepté con gusto el abrazó.

-Te echaré de menos. -Dijimos las dos a la vez.



Una sociedad caducadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora