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Nico lanza la idea al aire justo cuando estamos bajando la adrenalina del partido. — Mañana podríamos quedar para celebrar que les hemos dado una buena. — dice, secándose el sudor de la frente.

Noah me mira, esperando que yo decida. Y es que, aunque en el campo me siento como un pato en un garaje, fuera de él, estoy empezando a sentirme parte de la pandilla. Quedar con ellos suena genial, y creo que a Noah también le viene bien. Se está soltando más, conectando con los chicos. A veces, incluso se escapa con ellos y me deja a solas con Dina para hacer trabajos. Pero hoy, quiero que Dina también se apunte a la celebración.

—¿Os importa si invito a Dina?— pregunto, cruzando los dedos para que digan que sí.

—¡Claro! Pero que no venga con Lucas.— bromea Abraham. —¡Cuantas más, mejor!— sonrío contenta, al ver la aceptación de la mayoría del grupo.

Con la excusa de la salida, decidimos darle un repaso al armario de Dina y nos vamos el viernes por la tarde al centro comercial. Las tiendas están a tope y la ropa parece llamarnos a gritos, como prisioneros buscando un dueño.

—Oye, mira esta blusa. Es preciosa. —le digo a Dina, sacando una blusa negra con trasparencias.

Ella arquea una ceja, —¿No es mucho para mí?

—Nada de mucho. Es perfecta.— respondo con una sonrisa tranquilizadora. —Con esto, te aseguro que más de uno se volverá para mirarte.

Ella suelta una risita, como si la idea le hiciera gracia pero no la convenciera del todo. —Eso es justo lo que no quiero— dice, y se va directo a otra percha, sacando un top ceñido con un escote que juega al escondite. —¿Y este?

—Te van a mirar igual,— le digo, y mi sonrisa se hace más amplia, aunque por dentro, una sombra de preocupación empieza a crecer.

Nos armamos con un arsenal de vaqueros y tops y nos dirigimos a los probadores. Dina se quita el jersey con una timidez que no le conocía, como si intentara esconderse de su propia piel. Baja la cabeza, y por un momento, parece que si no me mira, yo tampoco podré verla.

Pero la veo. Y lo que veo me deja helada. Está mucho más delgada de lo que recordaba, como si alguien hubiera borrado partes de ella con un goma de borrar demasiado entusiasta.

—Dina,—empiezo, y mi voz suena más seria de lo que pretendía, —sé que soy un disco rayado con esto, pero estás demasiado delgada para llevar solo un mes a dieta. ¿Qué estás haciendo?

Ella se pone a la defensiva en un segundo, —¡Estoy bien! Su voz es un latigazo. —Siempre he sido 'la gorda', y ahora que empiezo a sentirme bien, ¿Os preocupáis todos?"

Su tono me hiere, pero más me duele verla así. —Claro que me preocupo, somos amigas, ¿no? No quiero que te pase nada malo.

Ella resopla, como si mis palabras fueran moscas que quiere espantar, y se pone uno de los tops. Se estudia en el espejo, girando y buscando esos michelines que se han esfumado.

—Te queda genial, de verdad,—le digo, aunque por dentro, un mar de dudas me está ahogando.

Caminamos hacia mi casa envueltos en un silencio espeso, el aire cargado con los pensamientos no dichos de Dina. Puedo sentir la tormenta de dudas girando en su mente, hasta que, como si rompiera una barrera invisible, sus ojos se aclaran y vuelve al presente, donde la espera una amiga paciente. La tarde se desliza entre brochas y sombras de ojos, con la expectativa de la noche colgando sobre nosotras. Dina, inexperta en los rituales de belleza, me deja guiar sus párpados hacia la transformación.

«¿Cuánto os queda? Ya estamos todos aquí. Solo faltáis vosotras», escribe Noah, su impaciencia palpable incluso a través de la pantalla.

«Ya casi estamos, ¿acaso llegas tan puntual a clase?» replico, acelerando el paso, mientras una sombra de irritación cruza mi rostro.

El KillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora