Prólogo.

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Narrador omnisciente

Las cosas en Barcelona transcurrían con normalidad, o por lo menos de momento. Paula estaba terminando de acomodar las cosas de la mudanza mientras tiraba las cajas vacías, acababa de dejarlo todo para comenzar una nueva vida en Barcelona, lejos de Málaga y por lo tanto lejos de cualquier recuerdo que le quedase de allí.

Ya tenia correspondencia en su buzón, una carta de su padre. La cual no contenía nada más que reproches y argumentos inútiles rogando por el perdón de ella, también había una entrada para un partido de fútbol. ¿Irónico, no? Que la única cosa que consiga relajarla sea un partido de 90 minutos en los que no sabes si vas a perder o ganar.

"Espero que con esto me perdones, te quiere papá". -Paula rompió la carta para luego tirarla y dejó la entrada sobre la mesa de su salón.

Dejó todo aquello que la unía a Málaga, su cuidad natal. Su afición por el fútbol era lo único que le quedaba para sentir que aún llevaba algo de lo que Málaga le enseñó, revisó la entrada y era para la final de Supercopa entre FC Barcelona y Real Madrid. Su padre tocó donde más le gustaba pero ni aún así conseguiría el perdón de su niña, al menos por ahora.

Terminó de organizar todo y vio que olvidó lo más importantes, las camisetas de su equipo. No quiso formar un drama de eso así que sin más fue a la tienda oficial del Barça a comprarse las de esta temporada.

- Perdone, ¿tienen de la talla S? — dijo ella con amabilidad dirigiéndose a uno de los dependientes—

- Claro señorita, ¿la quiere edición jugador? — le contestó el dependiente guiándola a donde se encontraba esa sección—

- Estaría bien, ¿de Pedri os queda alguna? Algo me dice que las adolescentes locas se las han llevado todas. — ese comentario hizo que tanto ella como el dependiente rieran—

- Nos quedan unas pocas, siempre tenemos que reponerlas. — con una sonrisa, el chico le tendió la camiseta con el dorsal de Pedri a la chica—

 — con una sonrisa, el chico le tendió la camiseta con el dorsal de Pedri a la chica—

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Fue al mostrador a que le cobraran y recibió cierta información importante. El dueño de ese dorsal iba a llegar en una hora y media a firmar camisetas y demás cosas que los fans llevasen, una sonrisa se escapó de sus labios. Aun recuerda el primer partido que vio de ese chico, cuando aún era jugador de Las Palmas, asintió a la chica y se despidió con un "gracias" para luego hacer tiempo en una cafetería cercana hasta que el futbolista llegara a la tienda.

Un amor por casualidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora