Faralā

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Caminamos charlando del día espléndido que hace, giramos en la siguiente esquina a la izquierda y avanzamos subiendo un poco una cuesta que agradezco enormemente que esté asfaltada.

— Es aquí. - Dice y se detiene frente a un portal con un cartel enorme que pone "Casa del arte flamenco". Sonríe cuando detecta que las dos nos quedamos chocadas. — En la segunda planta. - Vuelve a quitarse las gafas y se adentra en el edificio.

La seguimos hasta el fondo del pasillo y subimos un corro de escaleras.
Me sorprende el lugar. Parece que todo va a ser una sorpresa. Está prácticamente lleno. Según aparecemos, el maître se acerca a nosotras a darnos la bienvenida.

— Bienvenidas a Restaurante Faralā. Haremos todo lo posible para que su estancia en esta casa sea agradable. - Sonreímos. — Acompáñenme.
— Gracias, Julian. – Le responde amable, Nay.

Por un momento dudo de si es su restaurante o
no. Caminamos entre las mesas hasta delante de un ventanal en donde está nuestra mesa. Detecto que Nayla se ha detenido hablando con un matrimonio que había sentado al principio. Julian nos retira las sillas y nos sentamos. Nos abre una botella de agua que había en la mesa y nos sirve en las copas.

— Enseguida les traen las cartas. – Dice y se retira.

Observo a Nay que está distraída hablando, gesticula y sonríe y detecto también como varias personas de distintas mesas la miran.

— Moni... TE LÍA... - Murmura Elena al borde de la risa sacándome de mi pensamiento.
— Virgen Santa... - Digo en el mismo tono y doy un sorbo de agua.
— Qué estilazo tiene la tía...
— Sí que lo tiene, sí... – Miro hacia fuera fijándome en un par de tiendas de artesanía que hay en frente. — Que no se nos olvide comprar un imán.
— Un imán... tienes... sí... — Dice con sorna.
— Dilo... - Le digo siguiéndole la guasa. — Dilo... - Insisto casi riéndome. Sé perfectamente por dónde va.
— "De las cosas difíciles" – Termina diciendo fingiendo un suspiro. — ¿Qué has sabido de ella? — Me pregunta haciendo alusión a mi ex.
— Prácticamente nada. Lo que se ve en los medios. Sé que está mucho tiempo en Miami, pero poco más. – Resuelvo.
— ¿Y tú cómo estás? – Me pregunta.
— Estoy bien. Le deseo lo mejor, ojalá le esté yendo bien y esté siendo feliz. Eso es lo que quería. – Digo.

Ya no siento la quemazón que sentía cuando hablo de ella, y la nostalgia se ha ido alejando de mi vida. He aprendido a mirar con distancia y a sonreír a los recuerdos bonitos, que fueron muchos.

— No sabes cuánto me alegra escuchar eso. – Dice Elena al otro lado de la mesa con una sonrisa sincera. Le sonrío. Y veo a Nay caminar hacia nosotras.

Me sonríe a medida que se va acercando y hago lo mismo. Mi fuero interno se rebela y empiezo a sentir una inquietud agradable.

— Disculpadme. Son amigos de mis padres. – Retira la silla que hay al lado de Elena y se sienta.
— ¿Qué os apetece? - Nos pregunta.
— No sé... tenemos buena boca... - Dice Elena. Las dos la miramos. — Quiero decir... - Se ríe y nos reímos con ella.

Nos traen una carta de vinos y otra con el menú. Las hojeamos.

— Pues no sé... - Digo. No me reconozco experta en vino. — Elige tú. - Le digo.
— ¿Un rosado?
— Ay, sí... - Dice Elena. Me mira fijamente. Asiento.
— ¿Y la comida?
— Sorpréndenos. - Le contesta mi amiga otra vez. Yo estoy demasiado ensimismada en observarla sin que se dé cuenta como para tomar otras decisiones.

Levanta la mano discretamente, y acude veloz un camarero. Durante el almuerzo, nos cuenta que este restaurante fue el último en sumarse a su red de negocio y que fue idea suya. Se le ve orgullosa y satisfecha con lo que hace, pero no hace alarde de nada, es más, a ratos da la sensación de que le incomoda que la conversación gire sobre ella. Una timidez que parecía que no tenía, se le asoma, cuando Elena le pregunta si siempre ha trabajado en los negocios de su padre. Yo sé que no por lo que vi anoche en redes.

Te reías como nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora