Es mejor que no

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De regreso a casa, después de una tarde inmejorable con Maje, camino despacio por Gran Vía hacia Cibeles, de allí, atravieso Castellana, para finalmente ascender un tramo de Alcalá. Al cruzar el Paseo de Alfonso XII, el sonido de los cláxones cuando el semáforo vuelve a verde, me sobresalta. Me doy cuenta que he caminado abstraída completamente en mi pensamiento.
La continua sensación de peligro acaba por arrojarme sin remedio a una decisión que he intentado apartar de mi mente. Es mejor que Nay y yo no nos sigamos viendo. El frío del otoño en Madrid se hace presente con una brisa fría que me hace aligerar el paso.
Entro en El Retiro por la puerta principal y camino rápido hasta la salida lateral de Menéndez Pelayo.
Necesito llegar a casa. Una maraña de pensamientos irracionales amparados por la sensación de pérdida de control, me genera mucho malestar.
Creí que podría vencer mis propias fronteras, pero me siento incapaz de avanzar. Necesito volver a mi lugar de seguridad, a pesar de que lo que me gustaría es seguir conociendo a Nay, no puedo mantenerme en esta continua sensación de estar en la cuerda floja.
Repaso la conversación con Maje, y sé que tiene razón, que debería dejarme llevar y ya, pero no puedo.
Recojo el coche del parking accesorio, y conduzco hasta mi casa.

Al entrar, la soledad me golpea. Camarón sigue en casa de mi hermano, y su ausencia hace que el silencio me muerda sin piedad alguna. Debería haber vuelto a recogerlo, pienso. Coloco la maleta a los pies de mi cama, y me dispongo a deshacerla. Sé que Nay me va a llamar en cualquier momento. Intento razonar de nuevo, peleo con las ganas de huir y para ello, repaso los últimos días vividos. La única realidad es que me merezco la oportunidad de conocer a alguien y qué tal vez, también me merezca que ese alguien sea Nay. Hacía mucho que no me sentía tan cuidada. Ella es maravillosa, y además no tiene miedo a mostrar lo que siente. No hay dobleces, ni dobles sentidos, ni juegos absurdos en los que siempre se acaba perdiendo.
Me doy una ducha rápida, y ya en pijama, me acomodo en el sofá. Estoy algo más tranquila, reviso mis redes, y veo que Nay ha publicado una imagen de la sierra desde el mirador de La Zarraca. Al pie, ha puesto:

"... y ahora tú".

Sonrío instintivamente. Me contengo de darle like. Subo una foto de Maje y mía de esa misma tarde, pongo el sticker "sister souls".

"¿Te llamo? - Recibido.

Cuando me entra el mensaje de Nay, un nudo me aprieta el estómago.

"Sí" - Enviado.

Cinco segundos después la pantalla de mi teléfono se ilumina con el nombre de Nay. Me electrifico.
Su voz sosegada al otro lado de la línea, me calma. Entramos en una conversación agradable, tranquila, cotidiana. Nos contamos cómo nos ha ido el día, y me dice que tiene ganas de verme de nuevo.
Otra vez, el miedo me da un golpe seco.

Lucho con mi propia mente para no darle voz a lo que estoy pensando pero fracaso estrepitosamente.

— Nay... - Hago una pausa. — Tengo algo que decirte... - El silencio se hace al otro lado del auricular. Intuyo que mi tono me ha delatado mucho antes de que me exprese. — No estoy segura de querer seguir con esto... - Digo finalmente.

Se hace un silencio que se me hace eterno.

— Está bien. - Es todo lo que me dice.
— No estoy preparada para empezar algo con alguien... - Continúo sabiendo que a cada palabra que digo me voy acercando al desastre. — Lo siento... - Barboto al final casi sin voz.
— Lo entiendo... - Se pausa. — Pero... me gustaría que lo habláramos mirándonos a los ojos... - Dice pausada.
— Vale... - Respondo titubeante. — Nos cuadramos un día de la semana que viene. - Concluyo.
— La semana que viene estaré en Namibia... ¿Puedo verte mañana?... - Se pausa. — No serán más de diez minutos, supongo que ya lo tienes decidido. - Mantiene su calma mientras yo me siento a punto de implosionar.
— Saldré a las cuatro y media... pero estamos muy lejos... - Continuo vagando erráticamente al filo de un precipicio que amenaza con abducirme.
— No importa... Dime dónde te espero... - Me dice.
— Espérame en casa. - Concluyo.
— Trata de descansar ¿sí? - Su tono de voz es invariable, supongo que esperaba que reaccionara de alguna manera, pero no lo hace. Mantiene una calma que yo sería incapaz de fabricar.
– Tú también... - Me pauso. — Nay...
— Dime...
— Lo siento. – Articulo de nuevo siendo consciente de lo desagradable del momento.
— No te preocupes, Mónica, está todo bien. Duerme. Hasta mañana. - Se despide lineal aunque he podido sentir ya un frío vasto en su voz.
— Tú también.

Te reías como nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora