Claro que sí

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Me quedo un rato mirando la pantalla de mi teléfono. Ya tengo una respuesta contundente. Al fin y al cabo, era lo que quería, o eso creía.
Vuelvo a dejar el móvil en la mesilla y un frío repentino, enfría mi cama.
Trato de arroparme buscando un calor que nada tiene que ver con la temperatura corporal. Soy incapaz de fraguar el sueño.
Me levanto y voy al baño. Camarón levanta la cabeza pero vuelve a enroscarse y a dormir.
Son casi las cuatro de la madrugada. Me meto en la cama de nuevo e intento apartar un montón de pensamientos de mi mente. Pienso si debí haber empezado algo con Nay, pero sobre todo, pienso en sí debí haber puesto el punto y final.
Ya no sé si huyo de ella o de mí misma.
Me escondo en la oscuridad de mis párpados hasta que una luz exterior, se filtra a través de mi piel. Abro los ojos, y la pantalla de mi teléfono está encendida, lo cojo rápidamente leyendo ya el nombre de Nay en la pantalla de retina. Mi corazón vigoriza sus latidos. Abro la aplicación de mensajería instantánea y leo su mensaje.

"He tenido días mejores" - Recibido.
"¿Tú qué tal estás? - Recibido.
"¿Y qué haces despierta a estas horas?" - Recibido.

Leo varias veces los mensajes antes de contestar. Esta vez permanece en línea.

"También he tenido días mejores" - Enviado.
"No puedo dormir" - Enviado.

Siento, de repente, unas ganas irrefrenables de llorar. Puedo hacerlo, al fin y al cabo, nadie me ve. Es una necesidad orgánica. Una manera de liberar la tensión de los últimos cincuenta minutos.

"¿Qué tal el día de trabajo?" - Recibido.
"Larguísimo" - Enviado.
"Sólo pensaba en volver a casa" - Enviado.
"¿Tú qué tal?" - Enviado.
"Acabo de llegar a casa. Ha sido un día agotador pero mañana podré ocuparme de hacer la maleta" - Recibido.
"¿Te vas el martes, no? - Enviado.
"Sí, salimos el martes" - Recibido.
"Intenta dormir, Moni" - Recibido.

Cuando leo su último mensaje, estallo en un sollozo y las lágrimas acuden en manantial a mis ojos.

"Tú también" - Enviado.
"Cuídate mucho, cariño" - Recibido.
"¿Me contarás cómo estarás allí?" - Enviado.
"Claro" - Recibido.
"Lo espero. Descansa" - Enviado.
"Un beso" - Enviado.
"Un beso" - Recibido.

Su "en línea" desaparece momentáneamente. Y yo me quedo con las ganas de decirle que empiezo a extrañarla de una manera irracional. Me siento cobarde.

Otra vez la migraña vuelve a exprimirme el cerebro. Me levanto de nuevo al baño. Sé que voy a ser incapaz de cuajar el sueño. Ya en la cama, reviso mi teléfono de nuevo y descubro unos últimos mensajes de Nay que me han llegado hace apenas unos segundos.

"Gracias por las últimas semanas. Han sido las más maravillosas de mi vida." - Recibido.
"No digas nada, no es necesario" - Recibido.
"Duerme" - Recibido.

Dejo el teléfono en la mesilla. No quiero dejarme llevar, no quiero contestarle algo de lo que luego me arrepienta. No quiero hacerle más daño, no quiero hacérmelo a mí.

Siento mis latidos en las sienes. Después de dar mil vueltas en la cama, me rindo a un sueño azaroso que exacerba mi dolor de cabeza. Despierto el lunes, poco después de las diez. Camarón no ha podido contenerse y el salón está hecho un desastre. Limpio y subo las persianas. Un día gris cubre el cielo de Madrid.
Mientras me tomo un café, releo nuestra última conversación y sus últimos mensajes.
También han sido las mejores semanas de mi vida. He vuelto a sentirme viva aunque ahora mismo me sienta en el inframundo.

Llamo a Elena, y aunque trato de recomponerme, en seguida detecta el desánimo en mi voz. Le cuento por encima como han sido los últimos días, y me trae a la realidad poniéndole nombre a lo que siento.

Te reías como nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora