Hay abrazos, hay besos...

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Un remolino de aire nos revuelve el pelo a las dos. La noche cae profunda. La oscuridad en mitad de la sierra es tan intensa que apenas se ve a escasos metros de la iluminación exterior de la casa. Me abrazo a su cuerpo, y ella me abraza a mí. El viento sigue silbado entre las ramas de los árboles. Un escalofrío repentino me recorre el cuerpo.

— Vamos dentro, que vas a coger frío. - Me dice.

Salgo de sus brazos, en donde me hubiera gustado quedarme un rato más. Coge nuestras maletas, y yo el resto de bultos. Ascendemos las tres escaleras que llevan al portal de la casa, y abre la puerta.
La casa está decorada de forma rústica. Tiene una sola planta y se accede directamente a un salón enorme decorado de la misma manera. La construcción parece bastante antigua aunque está perfectamente restaurada conservando el encanto de la madera y la piedra. El techo conserva vigas de madera. A la derecha hay tres puertas robustas de madera. Me encanta el lugar.

— Espérame aquí que voy a soltar a los perros. – Me dice. Me quedo observando el lugar. Vuelve cinco minutos escasos después sacudiéndose la ropa.
— Qué fieras... - Dice casi riéndose. — Oye, no salgas mientras estén sueltos, ¿sí? - Me advierte.
— Entonces... puedo darme por secuestrada... - Le digo bromeando. Se ríe.
— Puedes hacerlo... – Me dice y se me acerca hasta dejar un beso en mis labios. — Vamos a dejar todo esto en el dormitorio. – Me dice.

Camina hacia la puerta de más al fondo, y cuando la abre, me enamora la estancia. Hay una cama vestida de blanco, y la pared es un ventanal de cristal que la ocupa de manera completa. Delante hay una bañera exenta con patas que parece bastante antigua.

— Esta es mi guarida. – Dice colocando la cortina que cubre el ventanal.
— ¿La usas? - Le pregunto en alusión a la bañera.
— Una o dos veces. Prefiero la de dentro. - Me dice señalando con la barbilla una puerta que hay en una esquina del dormitorio. — No me ven desde fuera, si es lo que estás pensando. - Se ríe.
— No estaba pensando eso... - Me río porque me ha leído el pensamiento.

A los pies de la cama, hay una pequeña estufa de leña.

— ¿Y vienes mucho por aquí? - Le pregunto curiosa observando cómo coloca las maletas sobre el alféizar de la ventana.
— Siempre que necesito respirar... que es bastante a menudo. – Hace una mueca con la cara. — Vamos a ver qué nos han dejado de cenar... ¿tienes hambre? - Se dirige de nuevo hacia la puerta y la sigo.
— Yo siempre tengo hambre - Me río.
— Es verdad - Se ríe conmigo. — Casi se me olvida...

En la cocina, que conserva el mismo estilo del resto de la casa, nos encontramos la cena lista sobre una mesa de madera rectangular.

— ¿Y ellos viven aquí? - Le pregunto refiriéndome a los guardas.
— Nooo, se encargan de mantener en orden las fincas de mi padre, y esto. Me lo regalaron mis padres cuando cumplí dieciocho, pero hasta hace unos años no he podido disfrutarlo. - Me explica destapando los platos. Me hace el gesto para que me siente. — ¿Te apetece un vino? - Me pregunta.
— Vale, pero cortito.

Me siento al otro lado de la mesa. Ella saca una botella de una pequeña bodega y la abre. Nos sirve y se sienta enfrente de mí.

Cenamos tranquilamente contándonos cosas de nuestras vidas. Sé, así, que le hubiera gustado tener hermanos. Yo le cuento todas las virtudes de Jesús y por ende de su familia.

— Los quieres mucho. - Afirma.
— Ellos son mi vida. - Le digo.

Seguimos hablando de mis sobrinos, de mis padres y de los suyos, y cuando casi estamos terminando de cenar, y sin saber muy bien cómo, llegamos al tema de nuestras ex parejas. No me apetece entrar en ese terreno, y por lo que le intuyo a ella tampoco. Aún así lo bordeamos ligeramente. Me cuenta que ha tenido una relación de un par de años con una chica francesa. Y de pronto, se me vienen a la mente todas las fotos de Burdeos que he visto en su perfil.

Te reías como nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora