Primavera, segunda parte

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Creer que la jornada pasaría rápido ese día había sido una inocente suposición de su parte, que apareció en su cabeza desde el momento en que cerró la puerta de su departamento. El patrullaje de rutina, en los alrededores de la aldea podía ser bastante aburrido pero, por lo general, los días terminaban rápido para él.
Sin embargo, ese día en particular, parecía no querer finalizar.
Aquel llanto ahogado, desesperado, apretaba su corazón con sólo recordarlo. Su cuerpo, su pequeña figura, que se sintió frágil entre sus brazos mientras liberaba toda su tormenta, parecía que en cualquier momento se rompería a pesar de que era una kunoichi.
Era la primera vez que la veía derrumbarse, que su expresión se mostraba fuera de control, que ella mostraba sus debilidades.
Quería verla, saber que ella seguía bien.
Joder.
Quince largos minutos fue lo que se demoró con Kakashi reportando la misión y, de pronto, se encontró caminando por las calles de la aldea, que a esa hora se bañaba de los rojizos colores del atardecer.
La brisa, fresca del primer día de primavera, se levantó con los últimos rayos del sol y las lámparas, de brillantes colores y llamativas formas adornaron las calles de Konoha.
Cruzó la calle, caminó un par de metros más y luego retrocedió a una pequeña y cálida vitrina de un local que se mostraba muy acogedor y que desprendía un agradable aroma a café.
Hinata frecuentaba ese tipo de lugares, lo recordaba.
Dudó un momento, mientras miraba los dulces, cuidadosamente expuestos, en el mostrador del ventanal.
Quizás, llegar con algo podría sorprenderla.
Tal vez, no sería raro entrar a ese lugar y buscar algo para llevar, ahora que había alguien en su hogar...
Apretó su puño, un poco indeciso, y frunció el ceño al darse cuenta de como estaba actuando; él, bajo ningún concepto dudaba.
Jamás.
Y entró.
Dos rollos de canela sonaban bastante bien para esa noche; y a lo mejor, podría hacerla sonreír.
Con una pequeña caja en su mano, decorada adorablemente con cintas rosadas y celestes, salió del lugar y continuó su camino sólo para notar que estaba siendo observado. Afinó sus sentidos y divisó, a su derecha, una figura que se escondió en un callejón.
No sintió peligro alguno, era evidente que quién lo vigilaba esperaba ser detectado, y estaba casi seguro de quien era.
—Hyuga—dijo, a modo de saludo, una vez que ingresó al callejón.
Hanabi, la pequeña hermana de Hinta estaba esperándolo escondida en la parte más oscura del lugar.
—Uchiha—respondió, y esta vez, su voz no sonó como la de aquella niña malcriada y altanera que, a veces, pretendía ser; se dirigió a él con respeto.
Sin siquiera dudar se acercó a ella, comprendiendo que la chica estaba ahí porque esperaba hablarle de Hinata y no quería ser vista por los demás miembros de su clan.
Llegó a su lado, y se miraron un momento en silencio, evaluando la situación y con ella evidentemente alerta de su alrededor.
Sin decir nada más, le estiró una pequeña bolsa de tela que él recibió; no necesitó preguntar el destinatario, era obvio que debía ser Hinata.
—Deberías entregarla tú—respondió Sasuke, mientras tomaba la bolsa.
Pero Hanabi negó.
—Es mejor así.
No, no lo era. Ella todavía tenía la oportunidad de hablar con su hermana, de decir todas las cosas que necesitaba, de mantener el lazo que él ya no tenía con Itachi; no tenían que terminar de esta forma.
Y él, que no se caracterizaba por meterse en la vida de los demás, esta vez, quiso intervenir; Hinata amaba a su hermana lo suficiente como para dar su vida por ella y Hanabi amaba a su hermana lo suficiente como para tomar el papel de villana para salvarla.
—A Hinata le gustaría verte—Intentó insistir, porque estaba seguro que era así.
Estaba seguro que Hinata entendía el porqué Hanabi la había sellado y no la culpaba. Pero la menor volvió a negar y esta vez, con más fuerzas.
Porque no, ella no podía ver a su hermana, aun cuando la necesitara como nadie.
Porque no, Hinata debía liberarse de todo lo que la atara a su familia para que comenzara a vivir para si misma. Si se veían, su hermana notaría lo mucho que la extrañaba y volvería a su lado sin importarle nada; olvidándose por completo de sus propios sueños, una vez más.
Ella siempre era así, era su mayor defecto y su más grande cualidad.
Y Hanabi, por sobre todas las cosas, quería que su hermana fuera libre para encontrar su propia felicidad.
—Tiene olvidarse de mi—dijo—, y avanzar.
Seguir, moverse, y juntar todos los pedazos de su corazón; Hinata necesitaba cortar las cadenas para conocer la libertad. Ella era el ancla de aquel barco que necesitaba partir; lo sabía.
Sasuke entendió; comprendió el sacrificio que la menor estaba haciendo. Hanabi sabía que mientras ella estuviera en su presente, Hinata no encontraría su futuro, sus alas.
Se miraron en un último momento que no necesitó de más palabras que sólo un leve movimiento de cabeza en señal de afirmación y la Hyuga, más tranquila, desapareció en la oscuridad.
La brisa, fresca de la noche sopló, jugando en su suave recorrido con las pequeñas hojas y flores que comenzaban a brotar en aquella primavera que recién llegaba.
La luna asomó lenta, suave y a la vez segura, en un trayecto que iniciaba su ascenso hasta la posición más alta, en esa oscura noche estrellada.
Suspiró, mientras buscaba los guantes de cocina que colgaban desde el estante y colocó la bandeja, con la masa de pan recién hecha, y cerró la puerta del horno. Con lentitud, se sacó los guantes y los dejó a un lado, mientras sus ojos recorrían esa cocina que no le pertenecía pero que le brindaba un escape de esa realidad que, por el momento, no había querido enfrentar.
Suspiró una vez más, pesadamente, y avanzó por ese pequeño pasillo que conectaba la cocina con la sala de estar, cruzando los pocos metros cuadrados que la separaban del gran ventanal central del departamento. Se detuvo, mientras posaba sus delgados y aún heridos dedos en el marco de la ventana y llevó su blanca mirada al cielo, que se transformaba en un oscuro anochecer.
Era momento de volver a su realidad.
"¿Cómo puedo avanzar?" recordó, con una mezcla de sentimientos que aún no lograba calmar, lo que con desesperación había preguntado a Gaara ese medio día.
"Creo, que puedo ayudarte con eso" le respondió y sus ojos, de aquel verde aguamarina la miraron con esa seguridad, con esa confianza, que ella había perdido mientras pronunciaba las palabras que, quizás, cambiarían su destino, si ella así lo permitía. "Ven conmigo a Suna" completó.
Sintió como su estómago nuevamente se apretaba con el recuerdo de esa frase que reveló una oportunidad que no había jamás imaginado, y un secreto que, de alguna forma, entibió su corazón.
"Tus amigos, Inuzuka y Aburame, me contactaron para iniciar el proceso de ciudadanía, hace unas semanas atrás" le explicó el Kazekage y continuó "tenemos todo listo para que comiences allá, como ninja de la arena, si lo deseas"
No se lo esperó, jamás imaginó que ellos sabían toda la situación y que habían actuado para darle una opción.
Sus compañeros, nuevamente, estaban a su lado.

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