Caminó, a paso lento y sin prisas.
Avanzó, por las largas y frías calles de la aldea que, a esa hora de la mañana, todavía no se veían tan aglomeradas.
Eligió el trayecto más largo, para permitirse ordenar las ideas y reunir el valor para dar el siguiente paso; cada pisada la acercaba a su destino: el complejo Hyuga.
No quería ir.
No quería regresar.
No quería volver al lugar desde donde la habían desechado.
—¿Estás segura de esto? —le había preguntado Shino, mientras recibía un papel con las instrucciones que ella estaba dejándole a sus empleados.
—No, no lo estoy—respondió con sinceridad, tomando una pequeña cartera de cuero y colgándosela al hombro—. Pero es algo que debo hacer.
Su amigo asintió, sin cuestionarla más.
—Yo me encargaré del café—indicó él—. Cualquier cosa, estaré atento.
—Muchas gracias.
Sin mayor retraso, al día siguiente del encuentro con el anciano Hyuga en su café, decidió presentarse en el clan. Contactó a Shino, para que le ayudara a manejar el negocio por un rato y no le comentó a Sasuke que ese sería el día en que iría, no quería preocuparlo más.
Necesitaba terminar el asunto cuanto antes, resolver lo que fuera que quedara pendiente y continuar con su vida en paz.
Quería no volver a estar frente a esa muralla blanca y limpia, ni esa gran puerta de madera con aquellos dos guardias, que en ese momento, la estudiaban con atención como si la juzgaran.
Quizás era su imaginación; tal vez, no. Eso ya no importaba tanto.
—Soy Hinata de la Arena—se presentó, mirando directamente a los ojos de los guardias que la observaban—. Vengo a ver al líder del clan, como me fue solicitado.
Los minutos fueron eternos, y a la vez, pasaron demasiado rápido como para preparar su corazón; las puertas se abrieron y se tuvo que obligar a avanzar.
Ingresar a ese lugar, después de poco más de un año, se sintió como un golpe helado en el corazón.
Nada había cambiado y, a la vez, ella ya no era la misma.
Los pisos de madera continuaban pulcros y brillantes.
El jardín interior se mantenía verde y correctamente podado.
Los pasillos, de aquel blanco inmaculado, seguían pareciendo enormes y solitarios.
Y las miradas, silenciosas, reprobadoras, pesaban en su espalda una vez más.
Cada pisada se volvía angustiante en ese lugar, pero avanzó, con la cabeza en alto, mirada al frente y expresión segura; no iba a demostrar debilidad. No, cuando en ese momento, las pesadas puertas correderas del salón de reuniones se abrían y dejaban ver a los miembros del concejo esperándola.
"Hinata, camina." se dijo " Un paso a la vez"
Ingresó, sin darle tiempo a su cuerpo de procesar la ansiedad que comenzaba a apoderarse de ella, y caminó, a paso lento, calculado y elegante, seguro, por un pasillo central entre los puestos que, en ese momento, se encontraban vacíos.
Se detuvo, con suavidad, cuando llegó a donde terminaba el pasillo y comenzaban unas escaleras hacia donde se encontraban los ancianos del concejo en sus asientos, y esperó.
No hubo reverencias, su mirada se mantuvo directa, algo desafiante, y se permitió observar con descaro a cada uno de los presentes.
—Fui llamada por el líder del clan—dijo ella con cierto tono de reproche, luego de un rato—. Si no se presentará, me retiro.

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Lejanía
Fiksi PenggemarSe conocían, en silencios y circunstancias que los llevaron por caminos separados; en momentos y recuerdos que muy pocas veces los juntaron; y ahora, ella estaba en un lugar donde él jamás lograría llegar.