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La situación cambió por completo luego de aquel bonito beso que el alfa se había atrevido a obsequiarle bajo la mirada desdeñosa de los respectivos presentes. Cambio porque gracias a este ahora no les tenía miedo, ni mucho menos se sentía avergonzado de ser quien era.

Al contrario, Marcos le devolvió la confianza y la seguridad que creyó haber perdido cuando ingresó al destacado restaurante. Y ahora elevaba la cabeza con orgullo y pertulancia, sin dejarse atemorizar por las miradas desafiantes de aquellas omegas que lo menospreciaban.

El chico malo que no se dejaba intimidar por nadie había regresado y lo demostraba sin problema con la nueva postura que había tomado. Sin embargo, procuraba mantenerse al margen de la situación, puesto que no quería defraudar al alfa. No cuando sentía que se lo debía.

Así que ahí se encontraba, luciendo más seguro que nunca, mientras que un aluvión de palabras extranjeras se dispersaban sin control en la mesa. Le gustaba aquel idioma. Era entretenido escucharlo, aunque no entendiese nada. Pero más le gustaba cuando Marcos hablaba. Era deleitoso escuchar el acento italiano resbalándose de entre sus labios, el cual casi ni se notaba cuando hablaba con él.

La comida ya había llegado, y por lo que Agustín vio la mayoría de platos eran puras pastas. Como no lo supuso. También descubrió que cada omega cenaba lo mismo que su alfa sin ningún tipo de reproches. Marcos había ordenado spaghetti all amantriciana, por lo que eso mismo fue destinado a él.

La idea de oponerse ni siquiera pasó por su mente. Por lo tanto tomó un par de cubiertos de la gran variedad que había, y estaba a punto de disponerse a cortar los fideos cuando una mano ajena desde su derecha lo detuvo.

Agustín se volteó hacia la omega extrañado. Ella era rubia y de tez bronceada. Parecía ser mucho mayor que él, mucho mayor y mucho más educada y refinada. Se erguía con elegancia en su lugar luciendo un ajustado vestido negro que realizaba una increíble muestra de sus atributos.

— Es una falta de respeto para los italianos – murmuró ella con disimulo.

— ¿Qué? – preguntó realmente confundido.

— Cortarlos, no lo hagas – le aconsejó – se enojara, es tradición.

— Oh...

Agustín dejó el cuchillo y echó un vistazo hacia su izquierda, hacia su alfa más precisamente. Este se encontraba metido dentro de una conversación, ignorando por completo su situación, mientras que distraídamente enrollaba sus spaghetti con el tenedor, dándole vueltas y más vueltas.

Bueno, ¿él como iba a saberlo? Desde pequeño, siempre había preferido cortarlos, puesto que detestaba que fuesen tan largos, y que por culpa de eso terminase manchando su ropa con la salsa de aquellos spaghettis rebeldes que tardaban aún más en ingresar a su boca. Por eso los cortaba, para ahorrarse limpiar su camisa sucia.

Pero el asunto cambió, y ahora el castigo vendría si no los comía como debía. Genial. No pretendía hacerlo enojar, por lo que decidió hacerle caso a la omega.

— Gracias – le dijo ni bien se volteó a la derecha, pero no debió haberlo dicho tan alto, tan delatador, no debió haber llamado la atención del alfa que iba con la rubia.

Se arrepintió al instante de haber mencionado aquello, porque ahora se encontraba recibiendo un gutural gruñido del otro alfa, siendo cruelmente acompañado de una mirada cargada de desprecio. No bastó más que eso para que el omega se encogiera sobre si mismo, espantado, buscando por puro instinto la protección de su alfa.

Para aquel entonces, Marcos ya había reaccionado, devolviéndole el gruñido con muchísima más potencia, mientras resguardaba al rizado omega bajo uno de sus brazos.

La rubia no había sido la única hembra que había resultado igual de atemorizada que Agustin, sino más bien la mayoría terminó encogiéndose de temor debido al contraataque de Marcos. Un contraataque que desencadenó una inevitable discusión entre ambos alfas.

Y Agustín solo quería llorar porque apenas iba comenzando la cena y ya lo había arruinado todo. Lo que menos quería que sucediera, ya estaba sucediendo. Marcos despilfarraba furia con sus feromonas, y él no sabía que hacer para tranquilizarlo.

Tenía miedo. Y el hecho de que los demás alfas se unieran a la discusión no hacía más que engrandecer su temor, la incertidumbre de estar ahí sin poder descifrar si estaban con su alfa o en contra de él lo carcomía.

— P-para... por favor – balbuceó el omega con sus ojos acuosos, percibiendo la vibración que se producía en el pecho del alfa por cada gruñido que parecía desgarrar su garganta.

Pero Marcos no le hizo caso, y todo parecía empeorar concorde los segundos avanzaban. El control de la situación se había perdido por completo. Y Agustín ya no sabía que era lo que ocurría. Sus ojos se encontraban cerrados con fuerza, mientras las lágrimas se escurrían sin permiso, huyendo a través de sus mejillas. Tan solo deseaba que todo aquello acabara.

Sin embargo, a su vez, también se sentía aterrado de lo que pudiera pasar después. Su consciencia no estaba tranquila teniendo presente que todo había sido por su culpa. Él sabia que lo arruinaría, y ahora el alfa lo destrozaría. Aseguraba que Ginocchio lo odiaría y no saldría nunca mas junto a él porque por fin habría entendido que no era otra cosa más que la imperfección personificada.

No era un omega digno de él ¿Cómo había permitido que llegaran hasta aquel punto? Debió haberse marchado ese mismo día. Debió haberse alejado de todo aquel peligro que correría. ¿Y que había sucedido con su escasa dignidad? La había tirado al tacho de basura al haberse dejado dominar por aquel alfa que no tardaría en asesinarlo.

Y en ese momento, solo podía pensar en que ansiaba regresar a su ordinaria vida. Quería volver a su pequeña, y para nada lujosa, habitación. Quería, necesitaba, prepararse un porro, fumarlo y salir en busca de un nuevo alfa que no le resultará difícil controlarlo. Extrañaba el sexo a su manera, en el que él no era lastimado. Extrañaba esos hombres normales que no tenían problema en que él fuese tan descarado en la cama, y no un sumiso patético.

Anhelaba, necesitaba, deseaba su vida devuelta. Y mientras se preparaba mentalmente para su descomunal castigo, si es que no se escapaba antes, un bombardeo de recuerdos lo asaltaron. Recuerdos de su infancia, de su pubertad. Desde que sus padres lo dejaron en la calle por presentarse como omega, haciéndole pasar frío, hambre, violaciones, hasta que Mariana lo acogió en su enorme casa. Una casa que años después perdió, siendo la miseria lo único que les aguardaba.

Agustín se encontraba hundido en la pura melancolía. Ya no lloraba por la cena que arruinó, lloraba por todo. Absolutamente todo le estaba doliendo. Y se dio cuenta que, en realidad, no quería volver a la desastrosa casa. No quería volver a ningún lado, porque no quería estar en ningún lado. Quería que lo mataran de una vez por todas, no valía nada, no era digno de nada. Solo era un defecto en la perfecta sociedad, un defecto que debía ser eliminado.

Y entonces lo noto debajo del saco de Marcos, un arma, la escena se presentó con rapidez en su cabeza. Él arrebatándosela de golpe, la discusión deteniéndose con el arma en sus manos, apuntándoles a aquellos que lo habían mirado feo, pero no los mataría, se colocaría el arma en la sien, soltaría el seguro y dispararía.

De ese modo habría sido su suicidio.

Pero algo inesperado arruinó su plan, y para antes de que él pudiese deslizar su mano hasta el arma, un hombre lo tomó de la cintura con fuerza. El rizado chilló de nervios y desesperación mientras era alejado del alfa que le otorgaba refugio bajo uno de sus brazos.

Grito todo lo que pudo, tratando de zafarse del firme agarre de aquel fornido tipo que aparentaba no tener intenciones de soltarlo. Pero aun así, Marcos ni siquiera volteo a mirarlo. Continuó discutiendo ferozmente, quizás, sin haber notado el pequeño detalle de que él ya no se encontraba a su lado.

O quizás, su alejamiento fue decidido por este con el propósito de ser asesinado por aquel matón en un lugar menos público. Un lugar donde no quedará expuesto el crimen y las evidencias fueran fáciles de camuflar, al igual que su cuerpo.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora