Extra uno

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— AGUSTÍN.

Fue un súbito impulso que brotó instantáneamente en su interior lo que lo hizo salir corriendo hacia su omega.

El tiroteo había iniciado, pero el ni siquiera era consciente de eso. Solo corría atropelladamente, siendo golpeado por un choque de adrenalina que ya penetraba sus venas. Sus dilatadas pupilas no quitaban la vista del omega que le estaba robando el aliento.

No podía creerlo, su Agustín estaba ahí, su bebé, estaba vivo. Pero ni siquiera hubo tiempo para lágrimas, ni para festejos. Tenía que sacarlo de ahí, tenía que llevárselo con él, tenía que ponerlo a salvo. Y claro, no morir en el intento.

El alfa pasó por encima de todo sin importarle nada, desgarrándose la garganta al gritar una y otra vez el nombre de su omega, viendo claramente como se lo llevaban a la fuerza hacia la parte de atrás del escenario. Los siguió dando pasos largos, empuñando su arma, dispuesto a matar a quien sea que le dificultara el rescatar a su bebé.

En el pasillo de los camarines, el alfa disparó, acertando el tiro en la cabeza de uno de los hijos de puta que arrastraban al omega en contra de su voluntad. El cuerpo cayó, pero el otro continuo en un rápido recorrido, llevándose al omega en su hombro.

Apuntó a sus pies, y cuando estaba a punto de disparar un brazo rodeó su cuello, aprentandolo con fuerza, consiguiendo robarle todo el aire al instante. El alfa gimió, y de un rápido movimiento disparó al apoyar el cañón del arma en la cintura del hombre que lo ahogaba con su fornido brazo.

Su cuello fue liberado y no bastó más nada para salir corriendo nuevamente detrás del alfa que se llevaba a su omega. Lo había perdido de vista y sus nervios aumentaron en el segundo exacto en el que un disparo resonó seguido de otro. El alfa aumentó su desesperada corrida, temiendo con lágrimas en los ojos, lo peor.

Fue al doblar en una esquina del pasillo cuando todo su sistema se alivió.

El alfa yacía en el piso junto a una oscura mancha de sangre, y Agustín estaba ahí, de bruces, con la sangre ajena tiñendo partes de su piel. Un arma se situaba en su mano, siendo la clara evidencia de que había sido el asesino del alfa. Marcos no desperdicio ni un segundo y corrió hacia él tan desesperado como nunca, guardándose el arma para después sacarse con rapidez el saco con el fin de cubrir la casi total desnudez de su omega y llevárselo con él.

Sin embargo, no fue tan fácil como pensó.

Agustín se asustó al detectarlo y de inmediato se puso a la defensiva, echándose velozmente hacia un costado, apartándose con un golpe de adrenalina al tiempo que ponía el arma en posición para atacar. Tenía la visión borrosa y distorsionada, por lo que tuvo que hacer un gran esfuerzo para apuntar con precisión hacía el borrón que parecía ser una persona.

Marcos retrocedió un paso por la sorpresa de ver a su omega apuntándole con la seguridad anclara en su mirada enrojecida y dilatada.

— Agustín, mi amor... tranquilo...S-Soy yo — dijo Marcos, temeroso, esforzándose por no tirarse encima de Agustín para abrazarlo. Temía asustarlo todavía más — Bebé, soy Marcos — continuó diciendo al tiempo que comenzaba a arrodillarse, acercándose muy lentamente.

— ¿M-Marcos? — el omega bajó el arma despacio, agudizando su olfato con frenesí al verse imposibilitado de enfocar su vista para mirarlo.

— Sí, mi amor, a-acá... acá estoy — confirmó el alfa con su voz rota y su mirada inundada de lágrimas.

— ¡Marcos! — Agustín rompió en llanto, recibiendo el impacto de su presencia con fuerza. Dejó caer el arma y gateó hacía él, echándose a sus brazos con prisa, aferrándose a él como si su vida dependiera de eso.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora