EPÍLOGO

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En silencio, Marcos observaba a su pequeña hija durmiendo plácidamente en su cuna, abrazando esa almohadita en la que quedaba apices del aroma de Agustin. Ella se veía tan bonita y serena, como un dulce angelito que descansaba en armonía, Marcos sonrió con algo de amargura y acarició suavemente su mejilla.

— Bebé, es hora de levantarse – susurró dándole una nueva caricia – Ali... arriba, bebé – canturreó, comenzando a quitarle la almohadita que abrazaba.

Al sacársela, Alaska empezó a removerse con molestia, tanteando con sus manitos en busca de su objeto más preciado. Poco tardo en darse cuenta que ya no lo tenía, así que abrió sus celestes ojos y formó un pucherito antes de echarse a llorar.

Marcos la tomó entre sus brazos tras dejar la almohada sobre las sábanas de la cuna. Alaska rodeó su cuello con sus bracitos, escondiendo su rostro en el hueco que formaba este, tranquilizándose un poco al sentir el aroma de su papá alfa.

Un besito fue planeado entre su fino pelo, mientras Marcos caminaba hacia la cama. Ahí dejo con cuidado a su hija de veintiún meses para después quitarle su pijama, cambiarle el pañal, y vestirla con un conjunto nuevo que su tía Valentina le había regalado hace poco.

Apenas acabo de vestirla, esta gateo sobre la cama con rapidez, yendo directo del lado que solía ser de Agustín, se trepó hasta la almohada grande, tirándose encima, abrazándola y aspirando hondo.

— Pa – dijo cerrando sus ojitos.

Marcos apretó sus labios, reprimiendo las ganas de llorar que le daban siempre que su bebé hacía cositas como esas. Se tragó el nudo que subió por su garganta, y se acercó a aquel lado de la  cama, tomando asiento en el borde.

— ¿Te acordas que estuvimos practicando algunos nombres, bebé? – le preguntó Marcos, sonriéndole mientras le acariciaba un pequeño mechón de pelo.

— Ti – contestó, y después rió cuando su padre le hizo cosquillitas en su cuello.

– ashustin

Marcos rió, revolviéndole el pelo cariñosamente, no pudiendo evitar detener un par de lágrimas que se le escaparon, las cuales se limpió tras sorber sus mocos.

— Agustín – pronunció lento y despacio.

Su bebé abrió y cerró la boca un par de veces, tratando de copiar el movimiento de labios de Marcos.

— Uhm... ash... ashus... ashus... ¡ashustin! – gritó con entusiasmo, dando un saltito de emoción sobre la cama como si lo hubiese logrado. después miro con curiosidad a Marcos, quien la observaba con una feliz sonrisa de padre orgulloso – ¿One ta papa ashustin?

Esa sonrisa que iluminaba el rostro del alfa se fue desvaneciendo. Respiró hondo, no dejando que su amargura lo dominara, y se puso la mano izquierda en el pecho, a la altura de su corazón.

— Acá... y acá – señaló también el pecho de su hija – Siempre en nuestros corazones.

Siempre en mi corazón, Agustin guardis, tuyo sinceramente, Marcos. Eso fue lo que escribió en un poema que formó parte del homenaje que le hizo seis meses después de su desaparición. Cuando bajo los brazos, deteniendo su imparable búsqueda, entendiendo que ya no había modo de encontrarlo.










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— ¿Qué haces? – cuestionó en un susurro uno de los jóvenes omegas que descansaban dentro de esa fría y parcialmente oscura habitación, frunciendo el entrecejo al percibir movimiento en la cama de al lado.

Agustín terminaba de ajustarse los borcegos, se puso de pie y recargó el arma que le había robado al asqueroso alfa que se hacía llamar su dueño.

— ¿Lo vas a intentar de nuevo? – preguntó el pequeño Ian, asombrado y se talló los ojos, destapándose al instante para después sentarse en el borde de la cama, asustado – P-Pero... la ult-ultima vez te castigaron muy feo.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora