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El robusto alfa lo obligó a subirse a la parte de atrás del auto. Poco después se puso frente al volante cargando en su rostro la expresión más solemne. No mencionó palabra alguna durante el viaje. Tampoco se quejó del angustioso llanto, ni de los gritos histéricos que dejaba salir el omega asustado.

Agustín estaba aterrorizado, hecho una bolita en un rincón del asiento, suplicándole al alfa que lo dejara ir o, en su defecto, que lo matara ahí mismo.

Nada resultó. Y el desasosiego fue creciendo a medida que notaba descender la velocidad del auto, deteniéndose frente a un sitio que él desconocía. Todo estaba demasiado oscuro, y sus ojos completamente hinchados y llorosos no lograban distinguir demasiado. El auto avanzó, adentrándose a un estacionamiento subterráneo.

Minutos más tarde, Agustín se encontraba siendo empujado por aquel mismo alfa de mirada gélida. No sabia a donde lo enviaba, ni que le haría. Aunque podía imaginárselo, y de solo pensar en eso su estómago se contraía.

Subieron por unas estrechas escaleras apena iluminadas. Y continuaron subiendo, uno o dos, quizás tres pisos. El rizado no supo contarlos, solo sabía que cuando dejaron de subir estaba realmente exhausto. Con su corazón palpitándole como loco en el pecho.

El omega no quería seguir y descubrí cuál era su doloroso destino. Quería huir, esconderse. No quería que lo lastimasen. El miedo se compenetraba cada vez más en su cuerpo a medida que avanzaban por un silencioso, y tal ves siniestro, pasillo.

De pronto, el tipo lo metió en una de las habitaciones de un empujón y, sin siquiera decirle algo, le cerró la puerta, dejándolo ahí en absoluta soledad. Dentro de una habitación enorme y lujosa, la cual se encontraba sumergida en las penumbras.
Agustín comenzó a dar vueltas, nervioso, remordiéndose las uñas mientras esperaba atemorizado lo que le esperaba.

Y mientras se decidía por iniciar una búsqueda de algo que le sirviera para defenderse, pensaba en por qué el aroma que invadía el lugar le resultaba tan familiar. Nunca había estado ahí, pero ese olor... ese olor...

Un golpe seco se escuchó desde el pasillo. Agustín se alarmó, su respiración se estremeció, su aliento había sido robado. Ya no tenía tiempo, por lo tanto se apuró con su búsqueda. Sin embargo, no logró encontrar más que ropa y objetos personales de, quien suponía, era el dueño de esa habitación.

Pasos resonaron del otro lado de la puerta, deteniéndose justo delante de esta. Agustín tembló, tragó en seco y corrió hacia el balcón, sitio que no había advertido antes. La brisa helada lo tranquilizó apenas un poco, necesitaba aire libre.

La vista, sin duda, era preciosa. Pero eso no importaba, se asomó por el barandal, notando que eran dos pisos de altura. Sería una caída dura. Por ahí, ni siquiera viviría para escapar. Y tal vez, eso sería mejor que vivir y escapar herido.

No lo pensó dos veces. No quería pensarlo dos veces, porque sabía que si lo pensaba demasiado se acobardaría. El ruido de la puerta cerrarse fue el aviso para que se apurara. Si no se mataba él, lo matarían. Así que se subió al barandal por puro impulso. Le echo una leve mirada hacia abajo y el vértigo se acumulo en su estómago súbitamente. Ya estaba ahí, a un solo paso, a un último respiro.

— ¿Qué mierda haces?

La inesperada pregunta a sus espaldas le provocó un muy inoportuno susto, un susto que le hizo perder el equilibrio. El omega soltó un grito cuando sus pies dejaron de sentir algo sólido debajo, el terror lo azoto de golpe al saber que la muerte abría sus brazos para atraparlo.

Pero, de pronto, una de sus muñecas fue sujetada fuertemente, impidiendo su viaje directo al otro mundo. El rizado levantó la vista completamente asustado y desorientado. Sus mejillas cubiertas de lágrimas, sus pelos revueltos por culpa del viento, sus pies colgados buscando sostenerse de algo inexistente.

Y entonces lo vio. Un par de ojos verdes lo miraban con un excesivo grado de preocupación. Era él, el olor era de él. Mierda, se sentía muy agradecido.

— ¡Agárrate Agustín, la puta madre! Dame la otra maldita mano – exclamó el alfa alarmado.

El omega ahogó un grito cuando el agarre del alfa comenzó a resbalarse. La adrenalina se esparcía como una corriente eléctrica por sus venas, colisionando con el insuperable vértigo que lo acribillaba por dentro. El omega estiró su otra mano para que el alfa se la sujetara. Y así lo hizo, tironeando con fuerza, y de un veloz y ágil movimiento lo levantó de golpe.

Por consecuencia, ambos terminaron cayendo al suelo de aquel balcón. Sano y a salvo, el omega se aferró al cuerpo del otro, rompiendo en llanto una vez más y solo entonces pudo sentirse completamente seguro.

— Me podes explicar que mierda estabas haciendo ahí – exigió, tratando de incorporarse con Agustín enredado como un mono a su cuerpo.

— Y-yo... yo pensé q-que... – balbuceó en medio de incontrolados sollozos que no le permitían articular muchas palabras seguidas – ... que me... matarían o... algo así.

El omega sorbió los mocos.

— Quería escapar... o morir, no lo se – agregó.

Le oyó al alfa inhalar profundo. El solo se sintió capaz de acurrucarse aun más contra su pecho, eso era lo que su instinto le demandaba.

— ¿Porqué pensaste que alguien iba a matarte?

— Porque... porque ese alfa me secuestro y, y... vos, vos ni siquiera...

— No, Agustín, yo le ordené que te sacara de ahí la situación ya no era – hizo una pausa para suspirar – segura.

— P-Pero... ¿Y mi castigo?

El omega se separó apenas un poco con el propósito de mirarlo a los ojos.

— ¿Que castigo? – preguntó el alfa examinando cada centímetro del rostro de Agustín. Sus ojos hinchados, sus mejillas pálidas y humedecidas, sus labios resecos y casi sin tonalidad. Estaba devastado.

Posó una de sus manos en la mejilla de este, y con el pulgar comenzó a darle ciertas caricias que el omega recibió gustosamente.

— Vos me dijiste que... mh... si arruinaba...

— Vos no arruinaste nada.

— Si, fue mi culpa... yo...

— No, vos no tuviste la culpa de nada – acalló, para luego inclinarse y atrapar aquellos apegados labios sin vida en un beso que le devolvería su fulgor.

Lo beso suave, despacio, con cuidado, cómo si temiera lastimarlo de alguna manera. El cálido contacto de sus labios encontrándose con los suyos fue lo último que necesitó para que la completa calma reinara en su interior.

— Entremos – dijo el alfa poco después, haciéndole entender a Agustín que era tiempo de que se levantara de encima de su cuerpo. Lo hizo, y ambos se pusieron de pie – Vamos a bañarnos ¿queres? Necesito relajarme, y creo que vos también.

Agustín asintió con algo de timidez. Después de todo lo que había experimentado la última hora necesitaba seriamente relajarse. Había pensado en suicidarse en dos ocasiones en menos de sesenta minutos pensando en que lo asesinarían. Mierda, cuanta maldita tensión había sufrido.

Sin embargo, había algo que el omega ni siquiera imaginaba, algo que ignoraba por completo, y es que ese era sólo el comienzo. Al menos si pretendía permanecer a su lado.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora