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Aquel rato más que Marcos le había pedido que permanecieran acostados juntos, se transformó en horas, muchísimas horas. Se habían quedado dormidos. La cantidad de noches de desvelo que padecieron ambos acabó dando sus efectos de extremo cansancio, los dos necesitaban tanto descansar, y por fin pudieron hacerlo. Sólo bastaba con reunirse de nuevo en una misma cama para lograr sumergirse en un profundo sueño, uno en donde no reinaran las pesadillas, unos que los dejara descansar en paz.

Marcos fue el primero en despertar, sintiéndose como nuevo después de atravesar tantas horas de sueño. Sonrió como idiota al tener el delicado cuerpo de su omega entre sus brazos. Acarició sus adorables cabellos con su nariz, aspirando profundo para inundar sus fosas nasales con su precioso aroma que ansiaba conservar cerca de su olfato para siempre.

Le depositó un beso en la mejilla, y lo liberó de sus brazos. Salió por debajo de las frazadas tratando de ejercer los movimientos más suaves de manera que el menor no se despertara. Permaneció un momento sentado en el extremo de la cama, tratando de despojarse de la somnolencia que se cargaba.

Transcurrieron pocos minutos cuando finalmente se decidió por levantarse del todo, comenzando a buscar su ropa en el suelo. Algo muy nuevo para él, nunca se despertaba y levantaba la ropa del suelo, mucho menos para volver a vestirse con ella ¡Y su arma también en el piso! No lo podía creer, e imaginaba que su celular estaría en iguales condiciones ¿desde cuándo era así?

Negó con la cabeza, desaprobándose a sí mismo.

Detestaba vestirse con las mismas prendas del día anterior, pero como no tenía más opción, lo hizo, mientras contemplaba con encanto al omega dormido. Era tan precioso, amaba cada centímetro de su cálida piel, de sus tentadores labios escarlata. Era perfecto, pero no era suyo, Agustín era como la plata prestada, tarde o temprano debía devolverse o sino habría consecuencias. El omega no querría quedarse con él, y lo repudiaría si lo obligaba.

El alfa sonrió al percatarse de que el rizado empezó a tantear con su mano sobre el colchón, buscándolo. Al no sentirlo, entreabrió los ojos y lo miró confuso.

— Eu, ¿quién te dio permiso de que te levantaras? — reprendió el aludido teniendo la voz ronca.

— ¿Ahora debo seguir tus ordenes? — habló el alfa con sorna, elevando una ceja, acabando de abotonar su camisa.

— Si, vení acá, maldita sea — exigió Agustín con un puchero, acomodando mejor su cabeza sobre la almohada al tiempo que volvía a cerrar los ojos.

— No sabes el tremendo castigo que te habría dado por hablarme así, pero estas de suerte — Marcos sonrió de lado con el buen humor notándosele a kilómetros — tengo que ir a trabajar, Agustín, será mejor que te levantes.

— Espero seguir con esa suerte — dijo serenamente con sus ojos cerrados, enredando sus piernas entre las frazadas, abrazando una almohada como si se tratara del alfa — ¿Qué hora es?

— Pasada las seis — informó, acomodándose el saco.

— Es demasiado temprano...dale, veni a dormir un ratito más... después nos levantamos, desayunamos y nos vamos.

— Ya dormimos demasiado, bebé, desde ayer a la tarde ¿Cómo es posible que aún sigas teniendo sueño?

El alfa se puso de cuclillas en torno a la cama, justo frente al rostro calmado y somnoliento de Agustín. Llevo una de sus manos a la maraña de pelo que se cargaba el susodicho, acariciándolos suavemente, casi haciéndole ronronear.

— Es que...últimamente...yo no he...podido dormir — balbuceó en un estado de completa relajación por las caricias que le brindaba Marcos en su pelo.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora