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Le costó alrededor de dos días y medio poder recomponerse de la última relación sexual que había mantenido con el alfa. Su maldito culo le había quedado doliendo considerablemente, resultándole molesto sentarse, teniendo que verse obligado a tomar cierta precaución cada vez que lo hacía.

Por fortuna, el mayor no había tratado de volver a cojerselo las últimas noches, permitiéndole a su cuerpo un descanso.

Marcos tan solo se había limitado a abrazarlo cada vez que llegaba de trabajar, mimándolo con suaves caricias, inundándolo de dulces besos, tratándolo como un pequeño ser necesitado de cariño, hasta que se duerma.

El alfa solía quedarse despierto más tiempo, contemplando con admiración la paz que emanaba el menor estando profundamente dormido. Esa, sin rastros de vacilación, era la perfecta imagen que todas las noches deseaba observar antes de cerrar sus ojos, con la palpable seguridad de que Agustín se encontraba a su lado.

Solo de esa manera lograba conciliar el sueño.

Algo similar ocurría al despertar. Adoraba que Agustín fuese lo primero que sus ojos veían al abrirse por la mañana. Era tan bonito sentir el calor de su cuerpo junto al suyo, tan bonito olfatear al aroma dulce y fresco que desprendía su piel, que le costaba demasiado abandonar la cama; alejarse de él.

Tanto que, a veces, deseaba tan sólo tomarse el día libre y permanecer junto a su omega cuantas horas quisiera. Pero él siempre había sido muy razonable en cuanto a su trabajo, y no podía decidir no ir porque se le antojaba. Simplemente no podía, era su deber atender los asuntos que demandaban su empleo poco tradicional.

Muchas cosas estaban en juego en aquel preciso instante su vida, por lo que no era momento para actuar como un caprichoso e irresponsable alfa inmaduro. Ni por el omega podía tomarse esos atrevimientos.

Y esa era la razón por la que el rizado amanecía cada mañana en compañía de la silenciosa soledad y la consoladora luz matutina. Pero no se quejaba, no era como si le entusiasmara la idea de compartir una escena melosa también por la mañana, ya con la dulzura que se empeñaba en darle Marcos por la noche le alcanzaba.

No ansiaba sufrir sobredosis de azúcar tan pronto, mucho menos cuando, por culpa de la bendita falta de droga, el mal humor lo embarcaba de forma periódica por la mañana. Tendía a ponerse demasiado irritable, y todo en lo absoluto le molestaba.

De ese modo continuaba, hasta después de ducharse y bajar a desayunar, quejándose gruñonamente con la servidumbre si había algo que no estaba como él quería. Claro que, cuando cesaba su crisis de abstinencia, regresaba a la cocina a disculparse, sintiéndose apenado por su actitud, queriendo ayudarles en lo que fuese con tal de tener la mente en otro lugar.

Jamás le permitieron realizar las tareas de la casa, ya que, Marcos podía echarlos a todos si se enteraba que habían dejado que su omega hiciese su trabajo. Por ende, a esa altura, Agustín ya se había hecho un pequeño mapa mental de cómo, más o menos, era la mansión. Con tanto tiempo libre, ya se había recorrido el establecimiento entero varías veces por simple aburrimiento.

No solía haber mucho movimiento en la casa, más que el de los empleados y algunos que otros alfas que desconocía, por lo que, la mayor parte del tiempo, era un lugar realmente apacible en el que podía andar tranquilamente.

Y así fue como se lo encontró.

En uno de sus típicos paseos, logró divisar a Sebastián desde lo lejos, el cual no tardó en ingresar en una habitación sin siquiera haber notado su lejana presencia. El omega frunció el ceño, recordando que aun tenía un asunto pendiente con ese alfa.

No se había olvidado de lo que le había hecho a Nacho, ni tampoco se había olvidado de su venganza.

El omega se armó de valor, se tronó los huesos de sus manos, queriendo hacerse el rudo, como si fuese posible que pudiera molerlo a golpes cuando ni siquiera mataba a una mosca, cuando lo más probable era que Sebastián lo destrozara en un abrir y cerrar de ojos, pero no le importó.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora