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Agustín escuchó un ruido en la planta alta de la casa, aunque no se inmutó. Debía ser Marcos, por lo que, sin preocupación, continuó lavando los platos sucios de la cena. Sin embargo, decidió pausar su tarea al percibir un segundo ruido en seco. Apagó la llave del agua y, secándose las manos, miró hacia arriba.

— ¿Marcos? — llamó a su alfa en un tono de voz elevado — ¿Está todo bien?

Acaricio su vientre bastante abultado, tratando de mantenerse tranquilo y no alterarse en vano, ya que, a su embarazo de casi nueve meses no le haría bien. Al no recibir respuesta del mayor, respiró hondo antes de abrir un cajón y tomar un arma.

— Tranquilo, mi cielo, no voy a dejar que nada malo te pase — murmuró cariñosamente, dirigiéndose a su bebé — Seguro no es nada, debe ser papá.

Una parte de si tenía miedo por lo que podría encontrarse, pero por otra se mantenía en calma, pensando en que, muy seguramente, solo sería una falsa alarma. Sea como fuese, no quería entrar en pánico, no debía entrar en pánico.

Tomó coraje y subió por las escaleras en silencio, con sus manos temblorosas apretaba el arma, deseando no tener que usarla. Los nervios aumentaron en cuanto llegó al primer piso, todo estaba tan silencioso, tan extrañamente misterioso.

El omega pisaba con cuidado, procurando no dar en las maderas que rechinaban. Su respiración se tornaba cada vez más dificultosa. Con su avanzado estado de gestación se desplazó con cuidado por el pasillo ligeramente iluminado.

La puerta de la habitación que compartía con Marcos se encontraba entreabierta, por lo que de un solo empujoncito la abrió. Asomó su cabeza, la habitación estaba en medio de las penumbras. Una helada brisa se infiltraba por la cristalizada puerta abierta que daba al balcón, parecía no haber nadie.

El rizado entró, tragando en seco, sintiendo un horrible escalofrío atravesando su espina dorsal. Pronto su visión se acostumbró a la poca iluminación, pudiendo observar todo con más facilidad.

Por el resquicio de la puerta del baño se vislumbraba la luz encendida. Se dirigió ahí, poniendo el arma en posición con muchísimo miedo, su pulso le fallaba, pero no hizo caso de ello.

Abrió la puerta del baño despacio, y lo que vio lo dejo sin aliento. Un inevitable grito de dolor se escabulló de entre sus labios y se tiro hacía atrás, aterrorizado, hundiéndose en un profundo y frío mar de sufrimiento. Un desgarrador grito huyó desde su garganta, su rostro contraído del histérico llanto.

El cuerpo de su alfa estaba tirado en el suelo, inmóvil, rodeado de sangre.

Sus piernas flaquearon. Todo su sistema flaqueó, Agustín quería dejarse caer de rodillas al suelo, pero un brazo rodeando su cuello no se lo permitió. De repente, se encontraba con su espalda pegada al pecho de otro alfa, quien casi lo estaba ahogando con su brutal agarre.

Una risa maliciosa retumbó en sus oídos. Un arma acariciando su gigantesca panza de embarazo. El omega forcejeó, muerto de desesperación, suplicando entre llanto que no le hiciesen nada a su bebé.

Pero el bebé pateó en el momento equivocado. El arma se detuvo justo ahí y la bala perforó el endurecido vientre del omega.

— ¡NOOOOO! — gritó desgarradoramente, su rostro empapado de lágrimas con el dolor expandiéndose por dentro.

Con ineludible desespero, intentó poner sus manos sobre su enorme panza de embarazado, pero esta, extrañamente, no sintieron aquel bulto. Sus manos no sintieron más que su pequeña pancita de dos meses.

Y, entonces, comprendiéndolo todo, se echó a llorar con gusto entre los brazos que ahora estaban abrazándolo con fuerza.

— Shh, tranquilo, amor, acá estoy — dijo en tono dulce y apaciguado Marcos, quien lo abrazaba despacio — Fue sólo un mal sueño, ¿no? Tranquilízate, mi amor.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora