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La caliente atmósfera que concentraba la habitación se encontraba siendo profundamente penetrada por aquellas potentes feromonas de excitación que emanaban los dos seres tendidos en la cama, cuya llama de pasión se extendía con rapidez sin ánimos de ser apagada.

El alfa, regado de deseo, apenas rozaba su latente miembro contra la espalda del regocijado omega que yacía bajo su cuerpo a la espera de ser embestido. Agustín gimoteaba impaciente, enredando sus piernas cada vez más alrededor de la cintura del alfa, moviendo su propia cadera en busca de hacer entrar de una vez por todas a su ansiado visitante.

— Quédate quieto — le ordenó el mayor en un susurro, demasiado cerca del oído como para conseguir un ligero estremecimiento por respuesta — déjamelo a mí, bebé.

El omega asintió, mordiéndose el labio inferior mientras echaba la cabeza hacía atrás, intentando contener de algún modo la impaciencia que dominaba su ser.

— Entonces, apúrate — le sugirió este, casi en tono de súplica, retorciéndose un poco sobre las sabanas — tu maldito juego de anticipación me está volviendo loco.

— Cállate — demandó brusco, acomodándose mejor entre el cuerpo del rizado, haciendo que su miembro golpeara una vez más el culo del omega, el cual rogaba con lágrimas de lubricación que fuera penetrado — Y por cierto, creo que me encanta volverte loco — Agregó, mordiéndole lentamente el lóbulo de la oreja, al tiempo que presionaba contra sus nalgas sin embestirlo.

Su pene se deslizaba entre medio de sus glúteos, percibiendo una deleitosa descarga de placer por el contacto de las pieles de ambas zonas sumamente intimas.

— Mierda... A-alfa — jadeó el omega, arqueándose, aferrándose a los hombros del hombre que estaba torturándolo, enloqueciéndolo con sus jugueteos previos al sexo.

— No quiero que sigas llamándome así — expuso el alfa con la respiración irregular, cansado de escucharle decir aquella palabra que aseguraba también la había utilizado para llamar a todos aquellos tipos con los que se había acostado. Y él no quería ser solo uno más de ellos. Claro que no lo era, tampoco pretendía que lo llamara daddy, al menos no en esa ocasión. El quería ir un poco más allá, extenderse de sus propios límites. Él quería que aquella noche fuera más íntima.

No un maldito alfa con un omega cualquiera, no un estricto dominante con un sumiso rebelde. Él anhelaba que fueran simplemente Marcos y Agustín, dos seres tan distintos e iguales a la vez unidos por aquel invisible hijo rojo del destino que solo uno lograba ver.

— Entonces, ¿Cómo t-te llamo? — quiso saber el menor jadeando, mirándolo directo a los ojos. Aquellos ojos que irradiaban vida sin saber cómo.

— Marcos, bebé — contestó en un susurro sobre la comisura de sus labios, sin rastros de dubitación.

Jamás había permitido que alguno de sus pasados omegas lo llamara por su nombre, y, en lo posible, hasta prefería que ni siquiera lo supieran. No le parecía necesario teniendo en cuenta la poca importancia que tenían en su vida. Pero Agustín era todo un caso aparte, y no había omega más digno que él para ser merecedor de tener aquel privilegio.

— Mmh...Marcos — mencionó el rizado con cierta sensualidad, saboreando con exquisitez cada letra en su boca, mientras esbozaba una sonrisa traviesa delatadora de los pensamientos más perversos que albergaban su mente.

El alfa se estremeció por completo al escuchar su nombre bañado de erotismo saliendo de entre aquellos hinchados y sonrosados labios que ahora mismo se encontraba besando de la manera más pasional posible.

Con la ayuda de una de sus manos se alineó en la entrada del omega, y sin dar más rodeos, empujó hacía dentro despacio, encargándose de enterrarse sin prisa hasta el fondo. El menor ahogó un gemido, ya que, sus labios aún seguían conectados con las lenguas dándose las más húmedas caricias.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora