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El corazón de Agustín latía a gran velocidad. Intentaba volver a comunicarse con Marcos, mientras esperaba sentado en el porche de su casa que sucediera algo, sin embargo, nada pasaba y el alfa no contestaba.

Todavía seguía sin comprender qué era lo que había ocurrido o cómo era que habían llegado a esa situación, todo era tan confuso.

Y los nervios le carcomían por dentro al pensar en que Marcos llegaría en cualquier momento creyendo que, quizás, el corría peligro. Cuando, en realidad, el único tipo de peligro que corría era el de agarrarse una gripe por estas afuera de su casa en pleno invierno, esperándolo. O al menos, eso aseguraba Agustín.

El omega no tenía ni la menor idea de las razones de Marcos.

De pronto, el silencio sepulcral del desastroso barrio se vio afectado por el sonido de un par de motores rugiendo. Agustín se paralizó, y en cuestión de segundos el rastro de neumáticos quedó grabado en el asfalto por las bruscas maniobras de aquellos vehículos al frenar.

Agustín quiso reírse, porque habían armado semejante escena totalmente en vano, más no lo hizo. No ansiaba que los tipos pensaran que había sido una broma de él y que lo acabaran fusilando por querer hacerse el chistoso.

Así que se mantuvo serio, y sólo se puso de pie cuando diviso a Marcos bajarse de uno de los autos. Llevaba puesto uno de sus típicos trajes, los cuales anunciaba con gracia a que clase social pertenecía. El alfa comenzó a acercarse a él al tiempo que observaba con precisión a su alrededor, tal vez buscando la pieza que le faltaba para entender el por qué Agustín estaba suelto ahí, en vez de estar maniatado y amordazado en contra de su voluntad.

— No hacía falta todo esto, Marcos, no es lo que, por alguna razón, creíste — le aclaró el omega desde las escaleras de su porche.

El alfa lo escuchó, pero no pareció del todo convencido, continuó indagando con la mirada el sitio, e hizo una señal con una de sus manos para que sos hombres bajaran de los vehículos.

—¿Hay alguien adentro? — preguntó.

— Mi mamá, pero escúchame, no hay nadie que me quiera hacer daño, ni nada por el estilo. No sé por que armaste todo esto — comunico nervioso mientras observaba a los matones de Marcos acercarse.

— ¿Por qué habrías llamado entonces? — cuestionó el alfa, parándose frente a él, mirándolo con especial atención. Lo tomo de las muñecas despacio para examinarlas, advirtiendo que no había rastros de magulladuras en ellas.

El omega se quedó sin aliento cuando Marcos se aproximó aún más hacía él, olfateándolo. Su pulso volvió a descontrolarse, y sin poder evitarlo aspiró profundo, absorbiendo el encantador aroma del alfa por instinto. Él sabía que el castaño tan sólo lo había olisqueado para detectar el olor de algún otro alfa impregnado en su piel, y por primera vez en su vida, Agustín agradecía no haberse acercado a ningún otro en tanto tiempo.

— Porque lo que te dije es verdad — reveló aprovechando la cercanía para observar más en detalle su rostro.

Se sorprendió al percibir lo demacrado que se veía, su piel lucia más pálida, los huesos de sus pómulos se remarcaban mucho más, sus ojeras violáceas resaltaban de un modo nada atractivo y la vida que creyó haber encontrado dentro de sus ojos pareció haberse extinguido. Ya no era vibrante, era apagado, gastado, marchito. Ese no era el Marcos que él había conocido.

— No tiene sentido — repuso el aludido frunciendo el ceño — No... no entiendo.

— Si me dejas explicarte... yo tampoco entiendo esto, ¿Por qué creíste que alguien me había obligado?

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora