25. Necesidades especiales

13K 748 273
                                    

Capítulo 25. Necesidades especiales 

Kol

Estoy condenado.

Lo sé desde el momento en el que me devolvió el beso. La forma en la como nos amoldamos los dos, es… carajo. 

Estoy condenado a ella. 

—Desátame. 

Me muevo a la velocidad de la luz. Desato la corbata de sus muñecas. 

Beso la piel donde estaba mi ropa, donde se han formado unas superficiales marcas rojas por la fuerza con la que se movía. 

—¿Te duele? —Me intriga saber si le hice daño de alguna manera. 

Niega la cabeza. 

Caigo contra sus tetas cuando me abraza. Su mano me acaricia con suavidad el cabello, tomando el tiempo en cada hebra, intentando descubrir terreno inhóspito. 

No me gusta que me toquen. 

Pero estoy rompiendo la regla. 

Su otra mano se encarga de recorrer la piel de mi espalda. Las uñas salen a lucir, raspando, dejando un cosquilleo que me hace cerrar los ojos por lo placentero que se siente. 

Me siento débil. 

No sólo por el sexo. 

Me siento débil. 

Es complicado explicarlo. Porque no estoy débil, no como haber hecho ejercicio. Es una debilidad nueva. 

Me siento débil. 

Su corazón se escucha contra mi oído, que descansa en su pecho. Me dejo llevar. Dejo que mis brazos se enrosquen en su cintura, apegando mucho más nuestros cuerpos. 

Dejo que mis piernas se entrelacen a las suyas. Dejo que me dé besos en la mejilla. Que sus caricias escalen de nivel, que me hagan sentir bien. 

Dejo que me posea de un modo que me deja desnudo. Aunque ya esté desnudo. 

Mierda.

Estoy cayendo. 

Abro los ojos cuando me doy cuenta de lo que estoy dejando que me haga. Me está desarmando. 

Retiro mis manos, me alejo de sus brazos y me quedo suspendido sobre ella. 

Tiene una sonrisa suave que me está aniquilando. No puedo dejar de ver sus ojos verdes pardo, puedo notar las manchas cafés que invaden algunos sectores de sus ojos. Las mejillas sonrojadas por el sexo la hacen lucir adorable.

—No pensé que sería así contigo. 

Elevo una ceja, tomando distancia pero sin no mucha como para separarme de ella por completo.

—¿De qué hablas?

—Pensé que sería un… sexo salvaje. —Se ríe.

Hago un esfuerzo por no bajar la cabeza y besarla. Porque no debo besarla como si el solo escuchar su risa fuera lo más increíble del jodido mundo. 

—Quieres aprender a volar y apenas estás gateando. —Bajo la cabeza oliendo ese leve perfume azucarado que usa. Acerco mi boca a su oreja—. Podemos intentarlo. 

Ladea la cabeza para encontrar mis ojos y se muerde el labio. Y yo puedo el control. 

No puedes pedir a un hambriento que no ataque la deliciosa comida que le dejan al frente sin supervisión. No puedes decirle al niño que no juegue con su nuevo juguete. Porque lo hará. 

Una mentira blanca para una alma destrozada ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora