Luego de ese abrazo, y con los sentimientos a flor de piel por dicha conversación, decidí por el eterno amor de mi madre, emprender aquel viaje que me ayudara a recobrar los pigmentos de colores que me habían sido arrebatados por diversos factores. Con dicha aventura me percaté de un sin fin de cuestiones que había evadido por mi inmadurez juvenil o por la omisión de la realidad en la que me encontraba inmerso. La existencia de aquél bosque rotundo, sumamente oscuro y tétrico quizás, por el que prácticamente había comenzado a transitar a ciegas, generó en mi diversas sensaciones un tanto extrañas. Mi recibimiento había sido muy agridulce para algunos demonios que no estaban contentos con mi llegada, pero por respeto, me daban la bienvenida a ese lugar físico, del cual aún no había tomado el coraje necesario para invadir, conquistar y modificar. Al tomar posesión de cada habitante sentimental, podía sentir como moría cada cuestionamiento ensordecedor hacia mi existencia. Dicha muerte y su consiguiente superación venían en conjunto con la llegada de nuevos recuerdos, algunos positivos y felices que destacaban aquel cambio del cual al poco tiempo de producirse, quise aferrarme para siempre, reflexionando sobre aquella necesidad de dejar de vivir entre las penumbras para respirar aire puro y sentir los rayos de sol penetrar mis poros.
Cuando aquel ángel guardián me dijo "todo va a estar bien, y esto con el paso del tiempo se transformará en una anécdota que vas a recordar entre risas" en tono un tanto optimista, sin darme cuenta y con la sencillez de sus palabras había modificado y simplificado la forma en la que me percibiría a mi mismo con el paso de los años siguientes, comenzando a protegerme de la forma en la que mi hermosa madre lo hizo durante mis primeros pasos, pero ahora sin ella a mi lado, porque era hora de madurar y dejar de adolescer. Crecer consistía en fortalecer aquel poder analítico que adquirí cuando nací, y que hiperonimizando un poco, despertaba con cada situación que intentó quebrantarme para poner a prueba mi capacidad de resistencia antes las adversidades, que en la mayoría de los casos (bullying, acoso, maltrato físico y verbal, roturas amorosas o la pérdida física de un familiar), me dejaba un recuerdo, un pequeño y nuevo habitante en ese recondito bosque oscuro al que voy a apodar, mi subconsciente. Aquel almacenamiento de cosas negativas que por inercia echaban raíces y construían murallas, tenían un punto débil que no podía visualizar al principio por estar cegado con el dolor que producían, pero al analizar ese tipo de dolencia comprendí aquél componente que acabaría matándolos y era el hecho de quedarme con lo bueno y optimista que en el fondo escondían, justificando lo anterior con el siguiente fragmento extraído de otras reflexiones anteriores:
"Esparcir rumores de mi, para colocarme en un mapa de prejuicios y constantes burlas porque nunca me gustó el fútbol, porque mis vínculos se daban más con mujeres que con hombres o porque me asociaban o designaban un tipo de etiqueta por lo que percibían de mi, habla de lo mal estructurada que está la sociedad, y en como nos tenemos que limitar a un respectivo molde para "encajar", reforzando aquella postura de que el confudido no era yo, eran ellos. Les aturdía la idea de que superara sus esquemas de complejos y líneas trazadas cuando yo tenía un horizonte visible y simplemente estaba siendo honesto conmigo mismo, comprendiendo que estaba mucho más adelantado que ellos y su forma de ver la vida."
La historia de este símbolo es un tanto supersticiosa porque creo que en el fondo, todos tenemos algo espiritual a lo que aferrarnos y en mi caso, el significado de este pequeño pero inconmensurable ojo, parte de mi sentimiento posesivo de quedarme con el lado bueno de las situaciones que la vida tenga previstas para mi conquista, porque siempre me veo obligado a modificar la dinámica de mis heridas solo para cambiar el final, cuando a veces y sin pensarlo, la vida duele menos cuando nos reímos de las adversidades, quitándoles su capacidad y poder de producirnos un daño. Aquel punto de partida hacia el amor propio consistía en la protección de mi alma, en lo noble que siempre tuve y que le ofrecí a todo el mundo a pesar de no tener las mismas oportunidades, pero:
¿Soy yo el que está mal entonces o es el otro quién está cerrado a la posibilidad de expandir sus horizontes?
¿Tengo que pagar con la culpabilidad de ir más adelantado que el resto al punto de tener que rebajarme hacia donde ellos se encuentran?
¿No se supone que yo debería ser feliz por ser quien soy, antes que vivir amargado porque alguien no lo acepta?
¿Debo ser yo el que cargue con esa frustración ajena o debería estar disfrutando la realidad con la que vine a este mundo?
Sin pensarlo, aquella simple inversión de roles me había salvado la vida, recordándome diariamente por qué comencé a escribir para aferrarme a ese sentimiento extasiante, y fue ahí, donde di con este símbolo: Mi autocompasión inmarcesible.
Negarle la entrada a toda energía negativa a mi burbuja y mientras esto ocurre, eliminar la que ya está concentrada en mi ser, debido a todo el dolor que viví y experimenté, pero que con dedicación logré soltar de a poco y sobre todo moldear para aprender a convivir con el, viéndolo como algo diminuto que tarde o temprano, puedo domar y conquistar.