Agosto de 2016:
Me levantaba de la cama luego de haber dado unas veinte vueltas para encontrar una postura cómoda y poder descansar luego de mi exhaustiva rutina inherente. El insomnio se hacía presente una vez más y en múltiples ocasiones lograba tomar victoria, por lo que no me quedaba otra opción que vestirme y dirigirme a la cocina. Mientras todos dormían, yo esperaba el punto de hervor del agua para preparar mi fiel taza de café. Conectaba los auriculares para escuchar música y quizás así, pasar más rápido las horas, pero no, todo apuntaba a que iba a transformarse en una de esas interminables noches en las que iba a dar un hermoso repaso por mis mayores demonios o emociones escondidas.
Tenía una playlist específica que solía reproducir de forma aleatoria e incluía múltiples canciones que hasta la fecha, aún escucho, pero tengo que admitir que la mención de oro, se la otorgo a Lana Del Rey y su disco Ultraviolence. Esta obra de arte musical parecía apoderarse de mi y provocar los mejores éxtasis sentimentales para lograr escribir la gran mayoría de los capítulos de mi vida, especialmente aquellas reflexiones sobre mis fracasos amorosos. Por lo que es de mis mayores recomendaciones al público si quieren ser transportados a otro mundo.
Algunas noches eran un poco frescas pero tolerables, así que solía envolverme en una frazada y el problema parecía resolverse cuando salía al patio de mi antigua casa para disfrutar de este combo relajante. Tenía la costumbre de sentarme a ver la luna y las estrellas, aunque en algunas ocasiones también observaba a mis gatos saltar hacia el techo de mi vecino, o por qué no, los típicos autos que pasaban por esa ruidosa avenida donde vivía. Los sentimientos parecían brotar de diversos puntos de mi subconsciente, y era ahí, en ese preciso momento donde comenzaba el arte de mi dolor.
Pareciera ayer, cuando tenía dieciocho años y escribía mis primeros borradores con ideas prematuras de las cuales hoy día y al leerlas ya no siento lo que sentía tiempo atrás. Aprecio aquellos textos negativos acerca del enojo, el resentimiento o el lamento por las experiencias vividas o por aquellos fracasos que son igual de válidos que los reflexivos y resilientes en los que se transformaron con el crecimiento de mi alma.
No es fácil reflexionar por las noches, y esto a su vez me resulta curioso, porque por alguna extraña razón todo tiende a ser más dificultoso, inclusive el hecho de prestarle atención a cada detalle de estas dolencias que forman parte de nuestra persona, sin antes vulnerabilizarnos o romper en llanto, como en varias ocasiones terminé luego de cerrar definitivamente una etapa. Aprender a vivir solo, realmente es un desafío porque asimilar el desastre que hay en la cabeza de uno es la parte a la que todo el mundo tiende a esquivarle y quizás nunca observamos un cambio porque esto es lo que más tiempo cuesta asimilar y lo que realmente nos hace click.
Quizás esto es lo que abría paso al lloriqueo, que para muchos puede que sea una de una de las múltiples formas sanas de desahogar un acumulo sentimental, sin embargo, para mi era la forma de aceptar situaciones que en un principio omitia, porque era una introspectiva forma de comunicarme a mi mismo, que conocía aquel dolor en sus diversas magnitudes. Aquél al que, en más de una ocasión abracé porque tenía miedo a lo desconocido y por ende me aferraba a lo que me quedaba de esas penosas situaciones, porque dejarlo atrás significaba quedar completamente vacío y a la deriva hasta mis raíces.Y si esto era posible, ¿Cuál va a ser mi nuevo rumbo?
¿Estoy preparado para sumergirme en mi interior o esto no es otra cosa más que una cavidad interna en la que es fácil perderse?
¿Soy consciente de que mis mayores monstruos me acosan a toda hora, o solo me percato de ello cuando el insomnio se apodera del sueño y lo transforma en un periodo de vigilia?
No es casualidad que me encuentre a estas horas, escribiendo como suelo hacer siempre que la oportunidad se presenta o se vuelve una necesidad y de hecho, un pequeño dato acerca de este proyecto, es que cada oración fue procesada en su punto cumbre de la madrugada y creo que es por esto, la fascinación que tengo por esta pequeño grupo de horas tranquilas que para muchos suele ser agobiante. Por eso afirmo que la noche es un crucial momento de calma y serenidad, solo si nuestro océano de emociones internas, también lo está. Aquella estúpida acción de observar la luna o las estrellas, puede ser una excusa para escapar de nuestras mayores emociones o puede ser el aprecio y la admiración al orden.
¿Podré sentarme en la oscuridad, envuelto en una frazada y con mi taza de café, sin tenerle miedo a los ecos resonantes que suelen recordarme lo roto que estoy y que, aún tengo mucho de mi que trabajar y pulir?
¿Podré encontrarme aunque primero tenga que perderme en mi caos existencial?
Si es así, entonces estoy listo para dejar de admirar aquello en lo que anhelo convertirme, la mayor estrella luminosa que quiero ser entre tanta penumbra y oscuridad.