La nieve era intensa, muy fuerte, niebla con poca visibilidad y temperaturas bajo cero. La noche estaba más silenciosa y sola que nunca, ningún alma se atrevería a salir para encontrarse con ese clima... Salvo por esa mujer.
Estaba congelada y sola. Miraba compulsivamente hacia todas partes, como si temiera que alguien la viera pero no fue así. Quizás se trataba de esa paranoia que no la dejaba en paz.
Sus lágrimas se mezclaban con la nieve. Mientras, sus brazos apretaban con fuerza un bulto perfectamente envuelto. Dio unos cuantos pasos y se refugió momentáneamente debajo del padre árbol. Estaba cerca de la iglesia, no faltaba mucho para llegar.
Cuando menguó la nieve, salió con la misma prisa del principio y se acercó hacia las grandes puertas de madera maciza de ese lugar, un orfanato dirigido por una monja y una mujer. Ella las conocía y pensó que esas mujeres de Dios podrían cuidar a su preciosa carga.
Se acercó tanto como pudo y se alivió al saber que había un espacio. Entonces se agachó con cuidado y mientras lo hacía, decía unas palabras incomprensibles.
Cuando dejó a esa bebé en el suelo, se aseguró de que estuviera bien abrigada. Le acarició una de sus mejillas para calmar el llanto. Se quedó un rato junto a ella hasta que extrajo un sobre pequeño, y lo dejo sobre el cuerpecito de la niña. Comenzó a llorar de nuevo en silencio y con la amargura en el corazón.
Finalmente, se levantó poco a poco, estiró la mano para hacer un par de toques sobre la puerta para luego alejarse de su hija. Supo que más nunca la volvería a ver. Se giró entonces con rapidez y salió corriendo, sin mirar atrás.
Minutos después una monja abrió la puerta con cierto recelo, al no ver a nadie, se dispuso a cerrar pero se dio cuenta que había un bebé en suelo con una nota cerca. La tomó entre sus brazos e ingresó de inmediato porque la nieve no paró en ningún momento. Era Annie... Y después otra niña, en otra canasta bajo la protección del padre árbol. Esa fui yo.—Si, así es como me imagino a mi madre el día en que me abandonó. Ahora, No, no más ¡ya no importa!, ¡no importa nada más!, ni siquiera todo el dolor y necesidades que he tenido que padecer desde el momento en que he llegado aquí... tengo ya tres años de haber vuelto a ser Candy White, solamente Candy White y ahora es mi oportunidad... Susana Marlow ha muerto hace más de un año y Terry, me escribió... Si, me iré...
Y eso significaba enfrentar una situación un nivel mayor de dificultad.
No podía dejar de pensar en ello, básicamente porque no tenía lugar para dónde ir. Una persona como ella, decidida a encontrar sola su suerte, estaba más desamparada que nunca. Ni siquiera tenía suficiente dinero para alquilar un sitio. No, nada. Absolutamente nada. Entonces esperó el momento que no pensó que llegaría... Al menos no tan rápido.
La señorita Pony con una expresión neutra y de lentes gruesos fue la que se encargó de darle unos pocos centavos para alimentos. Ella tomó el dinero entre sus dedos y volvió a quedarse perpleja, como si se hubiera perdido allí.
—¿Ya recogiste todas tus cosas? —Dijo ella con voz monótona.
—Sí. Todo. —Respondió Candy con el mismo desgano.
—Bien, dentro de poco vendrán por ti y te dejarán en el hostal donde podrás pasar unos días. Recuerda que debes llevar contigo parte del informe médico para que puedas pedir trabajo en algún hospital.
—Si, Gracias.
Candy se giró y fue de nuevo a lo que había sido su habitación. Inesperadamente, ese lugar de paredes blancas y sábanas grises, se había convertido en su hogar durante todos los años que permaneció allí.
Miró por un rato largo el escritorio de madera y esa lámpara pequeña que estaba sobre ella. Candy no recordó el momento que tuvo que recoger sus pocas cosas pero supo que lo había hecho rápidamente. Bueno, eso también se debió a que no quiso darle más largas al asunto.
Miró la ventana como solía hacer y recordó el instante en el que estuvo en ese mismo punto cuando ingresó. Fue una extraña sensación de que estaba repitiéndolo todo y que parecía que no podía escapar de ese círculo por más que quisiera.
Minutos después, le avisaron que era momento de irse, por lo que tomó el pequeño maletín y bajó para encontrarse con la persona que la llevaría a lugar que quisiera. Lo cierto fue que se ilusionó por llegar al departamento de la casa Magnolia en el centro de la ciudad, cuyo precio recordaba era más o menos manejable para ella.
Extendió un trozo de papel con la dirección y se dispuso a salir. Mientras lo hacía, notó que el hogar de Pony era mucho más oscuro y triste de lo que recordaba.
En cuanto salió, sintió los primeros rayos del sol de la primavera. Por alguna razón, tuvo un poco de esperanza, incluso se sintió como la persona más poderosa del mundo.
Se subió a ese coche que ya estaba bastante viejo, y echó un último vistazo a ese enorme edificio gris con aspecto de ladrillo pesado. Quizás lo extrañaría, quizás no. No estaba demasiado segura. Tampoco quiso pensar.
El coche arrancó y Candy supo que su vida estaba tomando un rumbo hacia lo desconocido. No es que no lo fuera de esa forma antes pero ahora estaba plenamente consciente. Anteriormente, su destino era manejado por alguien más, por un ente externo y prácticamente era obligada a aceptar sus condiciones.
No obstante, ahora lo que le resultaba intimidante era el hecho de que las fichas la tenía ella y no tenía muy claro qué hacer. Mientras, se distrajo un poco con la vista de la ciudad y de aquellas cosas que se había perdido durante algunos años.
Lo único más o menos vívido eran los flashes que tenía de la época que vivía en el campo, siempre se sintió conmovida por lo que tenía frente a ella, la tranquilidad de las cosas y el aire puro. Su nuevo entorno, aunque diferente de lo que conoció, también le llamaba la atención.
Los coches, el sonido del claxon, los semáforos, las mujeres vestidas de trajes elegantes o con vestidos desgarrados, los hombres con portafolios de cuero o con ropa rota y vieja. Niños con uniforme y otros que mendigaban por las aceras de la ciudad. De fondo, una especie de capa densa que dibujaba la contaminación de allí. Como el tráfico estaba pesado, ellos tardaron más de lo pensado. Un par de horas después, ya estaba frente a la puerta del hostal. Respiró profundo y entró con la esperanza de encontrar un lugar para dormir, al menos por unos cuantos días.
Pidió la habitación y eso se tradujo a un espacio reducido, muchísimo más pequeño que el cuarto de la casa Magnolia. No obstante, se alegró porque se dio cuenta que su plan al menos estaba caminando un poco.
Dejó la maleta sobre la cama y se preparó para ir a buscar trabajo. No tenía idea de cómo, pero tenía que asegurarse comida, hospedaje y un poco de tranquilidad mental.
Tras haber caminado por largas horas y haberse perdido una infinidad de veces, Candy no encontró un trabajo para ella. De hecho, hizo lo posible por sonar convincente y preparada. Pero lo cierto fue que el haber pasado tanto tiempo aislada del mundo, no tenía ni idea de cómo podían funcionar las cosas después de tres años.
La cuenta comenzó su marcha. Quizás si se fuera a New York a dedo, o escondida en una carreta... Tenía que tomar una decisión urgente, la ayuda que recibió del hogar de Pony solo le iba a alcanzar para un almuerzo más.
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Terence Grandchester, la historia definitiva.
FanficCandy se quedó en el hogar de Pony, y esperó por mucho tiempo su milagro. Y finalmente llegó el día en que el duque de Grandchester escribió la carta tan anhelada. Y Candy dejó todo por ir tras de él. Esta es la versión punto a punto de toda Terryfa...