Los Leegan 3

178 18 2
                                    

Tiempo actual:

Si las cuentas estaban bien: ya había acumulado el dinero suficiente para el viaje a New York, comida y alojamiento hasta poder dar con la dirección del departamento de Terry. Llegada la hora de salir del "presidio", cuando le sonó en los oídos a Candy esa frase tan rara: ¡estás libre!, fue aquél un momento inverosímil e inaudito; un rayo de brillante luz, un rayo de la luz verdadera de los vivos se le metió dentro de repente. Pero ese rayo de luz no tardó en palidecer. A Candy la había deslumbrado la idea de la libertad. Creyó en una vida nueva. No más borrachos ni mujeres desnudas dejándose manosear, No más vistas furtivas a hombres teniendo relaciones frente a las demás, No más nalgadas, No más tener que hacerse la tonta para que ninguno de aquellos quiera pagar por ella y una habitación, No mas noches de insomnio y lagrimas, No tardó en caer en la cuenta de que era una libertad; pero una libertad con pasaporte amarillo.
Y, además de ésa, otras muchas amarguras. Había calculado que la masita, mientras estuvo ahí, tenía que haber llegado a ocho dólares con cincuenta. Hay que decir que se le había olvidado, al echar la cuenta, el descanso forzoso de los domingos y los días festivos, que, en diez meses, suponía una merma de alrededor de cinco dólares incluyendo la habitación y alimentos. Fuere como fuere, la masita se había quedado, debido a diversas retenciones locales, en cuatro dólares con setenta. Le habían robado.
Tendría que encontrar inmediatamente a Terry ni bien llegar a New York.

Siguió caminando hasta que las luces de neón incidieron en el rostro de un hombre. Ella se quedó impresionada, como si hubiera recibido una especie de golpe en el estómago. Por alguna razón, mientras iba hacia adelante, sintió que el tiempo se ralentizó, que el ruido de la música se desvaneció y que el resto de la gente desapareció por arte de magia, como por un chasquido.
Cuando lo tuvo en frente, casi sintió que sus piernas se volvieron de plastilina. Ese mentón cuadrado, el cabello castaño bien peinado con brillantina y el brillo de esos ojos verdes aguamarina. Tenían un fulgor, una magia que no pudo describir. Experimentó como una especie de corriente eléctrica por todo el cuerpo.
—Buenas noches, señores y bienvenidos. Mi nombre es Candy y estoy aquí para servirles. ¿Qué se les apetece esta noche? —Candy dijo esas palabras con sumo nerviosismo, aunque hizo un enorme esfuerzo por no perder el control de sus palabras.
Marlon la miró directo a los ojos, prácticamente sin pestañear. Se dio cuenta que era una chiquilla, pero eso no quiso decir que no la encontrara hermosa, increíblemente hermosa. Le pareció divertido que ella usara zapatos de tacón para verse un poco más alta, y que usara una trenza para lucir un poco más madura. Pero no hacía falta, esas pequeñas pecas, lo redondo de sus ojos y esa mirada inocente daban a entender que se trataba de una jovencita.
Entonces él se inclinó hacia adelante y la miró mientras esbozó una sonrisa suave.
—¿Qué tienes de interesante?
Ella se quedó un poco intimidada. Candy no estaba segura de qué hacer, lo más extraño era que se trataba de un trabajo que ya dominaba a la perfección pero ese hombre la ponía nerviosa de una manera indescriptible.
—Ehm, esta noche contamos con una nueva carta de tragos y también tenemos la opción de un vodka especial traído de Polonia. Es uno de las marcas favoritas que tenemos en el momento. ¿Le gustaría probar?
Marlon se quedó callado, con la misma expresión de cuando la miró por primera vez. Callado y detallando cada parte de ella. Estaba intrigado por todo aquello que estaba escondiendo. A pesar de los evidentes nervios, se dio cuenta que ella parecía triste y muy preocupada, esos emociones se percibieron con tanta sinceridad que casi se conmovió.
—A ver, tráeme este trago. Mis amigos no son de beber. Pero no te preocupes, si me gusta, pediré más. ¿Te parece bien?
—Sí, sí, señor. Muchas gracias. Se lo traigo en seguida. —Respondió ella esbozando una sonrisa.
Él la miró y pensó que todo el sitio se iluminó de repente. Luego de verla partir, trató de recordar qué otro momento se había sentido así, pero resultó que fue la primera vez. Entonces se echó para atrás y suspiró por un largo rato.
Candy llegó a la barra, hizo el pedido y esperó el trago.

Terence Grandchester, la historia definitiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora