Los Leegan 2

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Cuando comenzaron a caminar, Candy tenía las manos temblorosas y algo sudadas. La verdad fue que sintió un pánico terrible porque la sola idea de perder el trabajo, la hacía sentir con los vellos de punta. No podía permitírselo y menos en el punto en el que se encontraba.
El recorrido se hizo eterno hasta que se dio cuenta que estaban cerca debido al ruido de un par de voces. La situación se estaba volviendo más real, y además tenía la sensación de que había algo mucho más grande de lo que pensaba.
—Buenas noches, señor. Aquí está. La contratamos ayer y ya está trabajando para nosotros. —Dijo Sam con un notable cambio en la voz.
Estaban en otra oficina del club, era un lugar más amplio y con un decorado más extravagante. El suelo era de parqué oscuro y las paredes eran blancas, salvo una de color rojo intenso. Como en la oficina de Sam, se encontraba un ventanal detrás del escritorio que daba hacia un lado de la pista en el club. En ese momento, Candy se dio cuenta de que ya había público y que las chicas estaban bailando casi desnudas sobre los tubos.
Esa fracción de tiempo le sirvió para darse cuenta que su vida estaba a punto de cambiar por completo.
Candy miró hacia el frente y se topó con un hombre alto y fornido, de traje oscuro y con la expresión neutra, como si fuera una estatua. A poca distancia, otro hombre vestido de traje gris y con lentes. Aunque era notablemente de menor tamaño, exudaba autoridad.
—Gracias, Sam. Puedes retirarte.
La mujer caminó hacia la puerta para dejarlos solos... Casi solos.
—Bien, así que eres Candy. Supongo que Sam te habrá comentado cómo son las cosas aquí, ¿cierto?
Ella asintió levemente.
—Bien, esto es con el fin de que todas las personas que entran aquí, saben perfectamente a lo que vienen. Ahora, me comentaron que estás desempeñándote como personal de limpieza, ¿cierto?
—Sí, es correcto.
—Entiendo... —El hombre de lentes se quedó un poco pensativo hasta que se decidió a hablar. —Bien, sucede que el anuncio era para otra materia. Supongo que Sam te dejó ese trabajo para que te familiarizaras con lo que hay. Sin embargo, tengo una propuesta que creo que te resultará un poco más interesante. Hace poco tenemos una vacante en este club y necesitamos a alguien urgente. No es necesario que tengas experiencia, podrías contar con la ayuda de las demás chicas. Podrías empezar sirviendo tragos y, si las cosas van bien, podrías bailar. La ventaja es que al estar ya en la pista podrías recibir propinas de los clientes. Podrías hacer buen ingreso, ¿qué dices?
No pensó que la situación fuera capaz de cambiar de un día para el otro, así que ella se quedó pensativa a diferencia de la primera vez, donde se sintió un poco más segura de su decisión.
—Tranquila. Sólo consistiría en servir tragos. Con respecto a la ropa no creo que tengas algún problema porque la chica anterior y tú parecen ser de la misma talla. Así que, ¿qué te parece?
Candy permaneció por largo rato en silencio hasta que se animó en decir unas cuantas palabras.
—¿Podría conservar la habitación? Es que no tengo lugar a dónde ir.
—Por supuesto que sí. No hay problema con ello. Puedes sentirte tranquila. Por otro lado, las propinas son tuyas, no tendrías que compartirlas con nadie.
Era obvio que ese tío estaba seduciéndola con una oferta que era irresistible. Así que no lo pensó más y aceptó.
—¡Perfecto! Puedes empezar esta noche para que veas cómo es el ritmo de las cosas. Por cierto, soy uno de los administradores. Es posible que mi jefe, el dueño de este local, pase pronto por aquí. En cualquier caso, seguirás tratándote con Sam y conmigo.
En ese mismo momento, Candy se dio cuenta que aquellos acontecimientos parecían extraídos de un lugar extraño, como si estuviera viviendo en una historia. Así pues, fue corriendo a su habitación para cambiarse y para trabajar en algo nuevo en menos de 24 horas.
—No puedo creer que esto me esté pasando a mí.
Se dijo a sí misma mientras se acomodaba de nuevo el cabello.
Después de esa noche, Candy pasó de ser muchacha de limpieza a unas de las meseras consentidas en el club de striptease. Todas las noches, desde las 7, se alistaba para trabajar: acomodaba su vestido negro, las medias de red, los zapatos de tacón y luego se hacía una trenza que algunas veces colocaba de lado para hacerla más manejable.
Se maquillaba de forma sencilla, un poco de delineador por aquí y por allá, además del labial rojo que acentuaba la belleza de la forma de sus labios. Respiraba profundo y luego iba a la oficina de Sam para recibir instrucciones para esa noche, con el resto de las chicas que estaban allí.
La rutina se volvió mucho más agradable de lo que pensó. Gracias a las propinas que recibió, se dio cuenta que era posible ahorrar lo suficiente como para viajar en unas semanas, sin embargo el club se volvió en epicentro de situaciones verdaderamente incómodas y difíciles de tolerar.
Ya no estaba trabajando en su horario, sino que estaba sujeta a las demandas de los jefes quienes solicitaban de sus servicios así fuera en la madrugada. Por si fuera poco, estaba siendo presionada a bailar aunque no tenía la más remota idea de cómo hacerlo.
La sola idea la intimidó lo suficiente como para mostrarse renuente ante la propuesta. Sin embargo, la presión se hizo casi insoportable y no sabía qué hacer.
Hizo el intento de renunciar pero no se lo dejaron. Para ese momento, Sam le insistió como nunca porque pensó que así podría ayudarla de alguna manera y así se apoyarían de persistir los problemas.
Cuando pensó que al menos podía contar con un aliado, despertó un día con la noticia que ella había sido "retirada" y para reemplazarla, había optado por un tío maltratador, ordinario y borracho. El club se convirtió en un nido de perdición.
Los únicos momentos en los que ella se sentía mejor, era cuando podía encerrarse en su habitación. Se quedaba allí por largas horas hasta quedarse dormida o simplemente buscaba la manera de irse de allí. De resto, vivía en una constante desesperación.
—A ver, a ver, Candy. Nos vemos de nuevo porque aún nos debes una respuesta importante, me parece que nos debes contestar sobre bailar. —Hizo una pausa para levantarse, luego caminó hacia ella con cierto aire lascivo. —La verdad es que te propuse eso porque me parece que una mujer como tú nos puede dar mucho dinero. Además, también creo que tienes mucho potencial y sería una lástima desperdiciarlo.
Candy permaneció en silencio. La verdad es que ya no sabía qué decir ante las insistencias. Dio su opinión al respecto pero fue obvio que era ignorada con creces. No la dejarían en paz hasta que aceptara.
—No, señor. Estoy bien con lo que estoy haciendo hasta ahora. Recibo buen dinero de las propinas y hasta ahora no he tenido problemas.
El tipo se acercó más de manera que casi empezó a rozar sus dedos en su brazo. Ella sintió ganas de salir corriendo, de que la tierra se la tragara pero se mantuvo firme.
—... Es que me imagino una chica como tú, bailando, moviéndose como Dios manda.
El aliento a Whisky casi le hizo vomitar, Candy se alejó lo más posible hasta que pudo acercarse a la puerta.
—No, señor. No estoy interesada. —Dijo con severidad.
El tipo finalmente se apostó en el escritorio y la miró con condescendencia por un largo rato. Luego comenzó a tamborilear los dedos sobre el escritorio, hasta que comenzó a hablar con lentitud.
—Hemos sido muy permisivos contigo y eso lo sabes muy bien. Yo tengo paciencia. Mucha, pero esta situación me está llevando al límite. Lo que más te conviene es aceptar lo que te digo y trabajar de esa manera. Así mantendrás tu habitación y obtendrás todos los beneficios que quieras. De lo contrario, no me temblará el pulso para desaparecerte o aparecerte en pedazos en un dos por tres. Así que por lo pronto te dejaré tranquila, pero no será por mucho tiempo. Ahora, vete y trabaja.
Las últimas palabras las dijo con un desdén tal, que ella se sintió como si fuera un objeto. Salió y sintió que todo su mundo se desplomaba lentamente. Tenía ganas de llorar pero no podía hacerlo, así que bajó esas escaleras haciendo el máximo esfuerzo por sonreír y mostrarse lo más complaciente del mundo.
En seguida, las luces de neón incidieron en su rostro triste. Caminó lentamente entre las mesas, mientras pensaba en lo que podía hacer para salir de esa situación.

Terence Grandchester, la historia definitiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora