Los Leegan

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La cuenta comenzó su marcha. La presión por hallar algo que le diera la sensación de estabilidad era inexorable, en cada uno de los hospitales y clínicas de Chicago constaba aún como una enfermera no grata, había dado por hecho tanto a la protección del apellido Ardlay, y de Albert, que algo así nunca pudo ni buscó hacerlo desestimar por los Leegan.
En ese momento estaba sentada en un banco de una enorme plaza. Estaba rodeada de personas que no paraban de hablar, ella tomó aquello como el ruido que necesitaba escuchar para no oír a sus propios pensamientos. Ella ya no tenia 15 años como cuando estuvo en Londres y decidió ser polizón, quizás no habían pasado más que 5 años pero, la mala situación del hogar de Pony y su depresión a causa de Terry, había logrado, no menos que: darle un aspecto ya para nada parecido a una mujer con una buena educación.
Y pasando hambre...
Tiempo después, se levantó y comenzó a deambular por las calles, no tenía rumbo fijo y quería dejarse llevar porque necesitaba tiempo para pensar. Recorrió calles y rincones de todas las formas y estilos. Exploró vecindarios lujosos y hasta lo más pobres.
Siguió andando hasta que se topó con una especie de puerta de color negro incrustada en una pared del mismo color. Estuvo a punto de pasar de largo hasta que vio un afiche colgado en una pared lateral del local.
"Se buscan chicas".
No había más información salvo por la hora de atención. Notó que aún estaba claro, así que aprovechó para tocar la puerta con fuerza. No tenía nada que perder, lo peor que le podrían decir era que no y ella estaba familiarizada con los rechazos.
Esperó un momento hasta que abrió la puerta un hombre alto, calvo y gordo. Tenía lentes oscuros y estaba vestido de camiseta negra y jeans. Candy tuvo ganas de salir corriendo pero por alguna razón, sus pies se quedaron anclados allí, como un par de plomos.
—Ho—hola, vengo por el anuncio... —Dijo entre titubeos.
El hombre la miró de abajo hacia arriba por un largo rato. La chica hizo un enorme esfuerzo por no ponerse a temblar, así que se plantó con la mejor actitud que pudo, hasta que él le respondió con voz grave.
—Pasa.
Candy pasó y se encontró en un pequeño cuarto de paredes blancas. Miró hacia un lado y notó unas luces rojas que tenían parte de las paredes. Se quedó de pie junto a la puerta mientras esperaba lo que estaba por suceder.
—Espera aquí. —Le dijo el hombre gordo.
—Está bien. —Llegó a responder ella con un poco de miedo.
Esperó un rato y luego escuchó el sonido de un par de tacones que parecían acercarse poco a poco. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Poco después, se quedó impresionada por la presencia de la mujer que se paró frente a ella.
Era una mujer alta, de cabello rojo largo, tenía pechos prominentes, la cintura marcada y los ojos oscuros. Estaba vestida de negro y tenía la expresión severa. Su lenguaje corporal de por sí, denotaba seguridad y también una actitud intimidante.
—¿Esta es la chica? —Preguntó hacia el gordo. Este se limitó a asentir.
La mujer se acercó hasta Candy, quien no dejaba de mirarla.
—Bien, sígueme. Iremos a mi oficina.
Candy sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, pero hizo de tripas corazón porque aquella entrevista representaba todas sus esperanzas de encontrar algo estable, al menos por un momento.

Lo cierto es que caminó detrás de esa mujer con todas las expectativas de obtener el trabajo. Después de unos cuantos metros, doblaron por un pasillo y se dirigieron hacia una oficina no muy grande. El escritorio era de madera oscura y sobre el mismo había un par de fotos y unas cuantas carpetas.
Detrás de esta, se encontraba una ventana que casi iba del techo al suelo, estaba recubierta por una película de papel oscuro, de seguro con la intención de evitar que quienes estaban allí vieran hacia dentro, pero con la posibilidad de que la persona que se encontrara en esa oficina, pudiera observar con tranquilidad lo que sucedía fuera de esas cortinas rojas.
—A ver, niña. Siéntate. Como no me gusta perder el tiempo, empezaré a decir las cosas directo al grano. Me llamo Sam y soy la encargada de aquí. Como habrás notado este es un club de caballeros, así que este no es lugar para las chicas buenas. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí, señora. —Respondió Candy con un poco de firmeza.
—Entonces, ¿en qué eres buena? —Dijo Sam con un aire de falsa amabilidad.
—Pues, limpiar, acomodar. Sé cocinar un poco pero no es la gran cosa. Sin embargo, soy eficiente con la limpieza y también conozco algunas cosas sobre enfermería y saturar.
—Vaya, eso sí que es sorprendente. Una chica así enjuta como tú y sabes estas cosas. Bien, bien. Nada mal, entonces comienzas esta noche. Hay muchas cosas por hacer. Por cierto, ¿tienes lugar para quedarte?
—Estoy alquilando una habitación en un hostal no muy lejos de aquí, pero sólo por un par de noches.
—Uhm. Mejor te mudas para aquí. Hazlo mañana en la mañana. Te prepararemos una habitación. Además, contarás con alimentación, así que no tendrás que preocuparte por esas cosas. Recibirás una pequeña paga, pero si todo sale bien, es posible que aumentemos el sueldo. Entonces... ¿Qué dices?
Candy ni siquiera tuvo la necesidad de pensarlo. La oferta le pareció demasiado atractiva como para rechazarla. Aceptó de inmediato y minutos después ya se encontraba familiarizándose con las mopas y los desinfectantes.
Después de unas cuantas horas, Candy regresó al hostal hecha una bola de papel. Estaba tan agotada que tuvo que hacer un esfuerzo por levantarse para cambiarse de ropa. A pesar de que tenía que preparar sus cosas para mudarse al día siguiente, se quedó dormida con una sonrisa. Quizás las cosas se iban a acomodar como debían y pronto podría pagar su viaje a New York.
Se mudó como le habían dicho y de inmediato comenzó a hacer las cosas que le señalaban en el lugar. Trapeaba y sacudía el polvo, barría y acomodaba las cosas con cuidado. Poco después recibió el aviso para comer y se sentó junto a unas cuantas personas más que se encargaban del mantenimiento.
Volvió a lo suyo y continuó hasta que cayó la noche. Sam se acercó a Candy para decirle unas cuantas cosas:
—A ver, tu horario termina aquí porque como podrás ver, el club abrirá dentro de poco. Creo que los dueños vendrán hoy o mañana, así que si te digo para que te prepares para verlos, tienes que hacerlo. Tienen la costumbre de conocer al personal y hacerles preguntas. ¿Entendiste?
—Sí, señora.
—Bien, ahora ve a tu habitación y quédate allí. —Dijo Sam para luego perderse entre los pasillos del club.
Candy sintió un poco de miedo pero se puso a pensar en los cambios que tuvo en los últimos días. Esos años con los Ardlay se sentían tan lejanos, tan distantes que casi pensó que había sido otra persona y no ella quien había vivido todo eso.
Se dirigió entonces a su habitación y se acostó sobre la cama, de nuevo el cansancio tomó control de ella y casi se quedó dormida cuando escuchó el sonido de la puerta.
—Candy, es hora de conocer a los jefes.

Terence Grandchester, la historia definitiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora