Capítulo IV - Cosas perdidas jamás halladas

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Lo consideró, claro que lo hizo. Si alguien alguna vez le hacen ese tipo de preguntas en una situación de vida o muerte siempre consideran las opciones, incluso las terribles que les indican, si cuentan o dicen lo contrario es mentira. Se duda y se analiza si esa es la mejor opción, pero finalmente, la decisión de desenlace depende del que está acorralado.

Observó a Laela que había adoptado una posición de defensa tras unos arbustos, y esperando que ella estuviese lo suficientemente segura se alejó corriendo de ambos, pensando en que estaba loca pero con la esperanza de que él la siguiera en su ira ciega.

Escuchó ramas rompiéndose a su espalda.

Así fue, la seguía, casi quería gritar de júbilo pero no podía cantar victoria todavía.

—¿A dónde crees que vas, Kal? No hay mucho sitio donde esconderte. —afirmó, mientras ella ya había trazado su plan, se colgó de una rama de un árbol con ambas manos y mientras trataba de subir lo escuchó bajo ella. Un corte apareció en su pantorrilla y sabía que había sido él. En ese preciso momento se lanzó hacia él desde lo alto y lo mantuvo apresado bajo su cuerpo un momento.

—No me harás daño, ni a mi hermana.

—Estúpida, Kal. Entiende esto antes de que sea tarde, no hay dolor más grande que perder a tu mejor amigo, a tu hermano... a tu única familia. No las soporto, a ninguna de ustedes dos, pero no deseo matarlas. —susurró.— Sólo quería que aprendieras la lección.

Laela apareció corriendo hacia ellos muy nerviosa pero vio que su hermana mayor estaba controlando la situación, Kein la escuchó llegar y lanzó lejos a Kali, y bajo la atenta mirada de ambas chicas se deslizó su cuchillo por el cuello, desplomándose de inmediato en el suelo, gorjeos salían por su boca y las observaba con los ojos abiertos, hasta la que la sangre que fluía rápidamente por su herida abierta comenzó a derramarse lentamente y se hizo el silencio.

Ante esa aterradora visión Laela se cubrió el rostro y la boca con ambas manos, no le gustaba ese lugar, era horrible. Hacía que las personas actuaran de la peor manera posible, y la muerte las rodeaba, sin importar el lugar al que fuesen, un sollozo rasgó su garganta. Kali se acercó a ella, para consolarla y también para alejarse del cuerpo.

—Tengo miedo. —confesó luego de atreverse a verla a los ojos. Kali sabía que era demasiado para su hermana, sabía que no podía decirle toda la verdad hasta volver... o hasta que pudiese hacer que ella olvidara todo esto. Laela era una mujer piadosa, que pertenecía a la Iglesia, no podía aceptar lo que estaba viendo con sus propios ojos, incluso temiendo o viviéndolo. La fe era algo que no podía arrancarle a su hermana menor, así que si debía vivir en una mentira para hacerla feliz; para hacerla sentir segura, lo haría.

—No te preocupes, estoy aquí para cuidarte la espalda. —volvió a sonreír aunque esta vez con más fuerza, y sabía que le faltaba poco para desmayarse. La hizo moverse lejos del cuerpo y volvieron al lugar donde estaban inicialmente— Necesito que hagas algo por mí.

La oscuridad crecía sin parar, ya no veía más que el llamativo cabello de su hermana, que brillaba como el sol en esa fría noche. La luna estaba en lo alto del cielo y no estaba segura de haberla visto aparecer en algún momento, pero lo que era seguro es que ya debían de dormir. Laela asintió feliz de poder hacer algo más que simplemente callarse y esconderse.

—Necesito cerrar los ojos un momento y luego, si oyes algo, despiertame, ¿de acuerdo? Como esta mañana, de la misma manera.

—¿Con agua? —Laela inclinó su cabeza con duda, no sabía si era una buena idea, claramente el agua que las rodeaba no era normal, pero no era momento de cuestionar a su hermana.

Profecía: Bruxas, facilis descensusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora