23 Las mentiras tienen las patas cortas

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Lian llegó esa tarde a casa, estaba algo cansado, no tenía muchas ganas de hacer nada. Y todavía debía ir al pentágono a resolver un par de asuntos relacionados a las propiedades Kerati. Pero estaba esperanzado, una vez puesto en marcha el plan de reactivación, las empresas de la familia de su novio se recuperarían, y podría informarle a Kuea lo que había sucedido sin preocuparse por el futuro de su familia, no quería preocupar a su chico innecesariamente.

- Kuea... ¿Quieres pedir algo para la cena? - Debía admitir que el estilo de vida despreocupado de Kuea le hacía algo de bien, le gustaba olvidarse de la responsabilidad de cocinar un par de veces a la semana y simplemente pedir a domicilio.

- Por mí sería genial.

El alfa se acercó a su mejilla para besarlo suavemente.

- Cuando se trata de pedir algo, sé que puedo confiar en tí. Yo debo ir al pentágono un momento. Volveré rápido.

- Tengo ganas de pedir en un restaurante, pero solo aceptan efectivo. No traigo nada conmigo ahora. ¿Puedes prestarme?

- Hay efectivo en el primer cajón de mi oficina.

- Bien.

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Me encuentro en la sala de estar jugando con Nong. La perrita es muy linda y tranquila, en cosa de horas me he encariñado muchísimo con ella. Simplemente me encanta. Yi entra a la sala de estar, pero no le presto mucha atención.

- Entonces, ya no le tienes miedo a los perros - Me comenta con una sonrisa.

- ¿Miedo a los perros? ¿Por qué tendría miedo si son tan lindos? - A menos que, antes de los 10 años les tuviera miedo y no me acuerde, pero si no me acuerdo, entonces no cuenta. - Nunca he tenido miedo a los perros. - Le termino de confirmar. Para mi, mi vida empieza a los 10 años, cuando desperté en el hospital y reconocí a mi alfa destinado.

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Yo todavía me acuerdo de ese día, cuando Diao tenía 10 años, y yo era un poco mayor que él. Yo sabía que él temía a los perros, pero quería jugar y salí con el mío igual. Mi perro era una raza grande, un pastor alemán. No pensé que fuera algo tan problemático, pero la correa se me escapó de las manos y corrió hacia Diao. Mi perro no era violento, solo quería jugar con el chico, pero Diao se asustó y escapó de él. En eso, el perro lo empujó, el omega tropezó y se golpeó en la cabeza. En el viaje al hospital perdió mucha sangre, y la contusión lo dejó un par de días dormido. Cuando despertó, no recordaba nada del accidente, ni de mi, ni su familia, ni nada.

Obviamente mi familia corrió con todos los gastos. Ni mi madre ni mi padre me culparon, pues fue un accidente, aunque recalcaron que no debía salir con el perro solo, pues yo no tenía fuerza suficiente para controlarlo, y menos con Diao cerca, o cualquier niño que temiera a los animales. Por su parte, el padre de Diao, jamás me lo ha perdonado, y la verdad, es que yo tampoco me he perdonado a mi mismo por lo que le hice. Y no quiero saber la reacción de Diao cuando lo sepa.

Él no lo sabe, pero cuando llegó la ambulancia, y lo vi tendido en la camilla, nació en mí un deseo casi desesperado de cuidarlo y protegerlo. El peor día de mi vida, cuando por mi culpa Diao se accidentó gravemente, es, al mismo tiempo, el mejor de mi vida, cuando reconocí a mi destinado. Pero no tengo derecho a reclamarlo, no después de lo que le hice.

Y ahora, abraza tan alegremente a un perro, como si jamás les hubiese tenido miedo. Como si ese día no hubiese existido. Realmente, la vida de Diao empieza a los 10 años. Le quité 10 años de su vida, y tengo miedo de decírselo.

Comprometidos - omegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora