Capítulo 9

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Auset

La cabeza me dolía a horrores, de seguro por no haber dormido lo suficiente anoche, pero es que tenía que escribir las ideas que se me habían cruzado por mi mente, de esas que si no las plasmas se van, se escapan y no vuelven jamás, anoche deje que mis manos volaran sobre el teclado de mi laptop a pesar del malestar de la espalda, pero una vez que empecé no pude parar.
Mas, sin embargo, una vez estando sola en casa y de haber terminado de hacer mis pocas labores domésticas, no pude soportar más el dolor, así que me tomé un analgésico y me recosté en el sofá a esperar a que se me pasara el malestar, lo que no esperaba es que me quedara dormida y que se me olvidara por completo que debía ir por Lía a la escuela, si no es porque suena mi celular y me despierta no creo que hubiera sido capaz de despertarme pronto por mi sola.

Respondí la llamada sin siquiera ver quien era, pero la voz que se escuchaba al otro lado, no era una que yo conociera, mire por un momento la pantalla de mi móvil y mire que se trataba de un número desconocido, pero al decir que hablaba de parte de la escuela y de que Lía le había dado mi numero me percaté de que ya pasaban de las dos de la tarde, como loca y sin colgar, salí de casa y tome un taxi, colgué cuando ya estaba dirigiéndome hacia el colegio. 

Nunca me había sentido tan culpable como madre por mi torpeza o descuido, desde que naciera siempre le procure el mejor cuidado de mi parte, nunca resbalo de mis manos como mi madre me dijera antes de concebirla, me las arregle muy bien para que nada le pasara, pero ahora, la olvidaba en el instituto. Seguramente mi pequeña debía de estar preocupada y sentirse olvidada de mi parte.

Apenas se detuvo el taxi, me baje rapidamente de el para ver con quien se encontraba Lía acompañada, temía que fuera alguien ajeno a la escuela, pero al ver que probablemente era su maestra me tranquilice un poco, mas no me podía dejar de sentir culpable por olvidarla.

No pude evitar que mis ojos se fijaran en la mujer que estaba junto a mi hija, era sin duda simpática, aunque ella me hubiera mirado como estudiándome sobre mi estado, por ese motivo tuve que decir lo que me había pasado para llegar tarde por ella.

Milena, el cual era su nombre, estrecho la mano que le tendí para saludarla, la maestra no podía ser más hermosa, ademas sus ojos grandes de color café eran fascinantes cuando la luz del sol se reflejaba en ellos, su cabello ondulado se parecía a las olas del mar cuando se movían suave con el viento, su aspecto físico era atlético, llevaba unos bonitos pendientes que enmarcaban su rostro ovalado, todas sus facciones eran armoniosas y sobre todo sabía cómo lucir su belleza, su sonrisa era lo más carismático que tenía, sus dientes blancos y perfectos brillaban tanto como la luna.

Tras muchos años era la primera vez en que me fijaba en una mujer, pero una mujer como ella de seguro tenía una pareja, un novio o un esposo, las mujeres hermosas rara vez se hallaban solteras, solo las feas como yo permanecían por siempre solteras y solas.

Lía me saco de mi breve fascinación cuando se me lanzo a abrazarme, me alivio saber que no me odiaba ni estaba enojada por dejarla olvidada, sentí que una parte de mí se reconfortaba, pero que por otra me sentía una mala madre. Me despedí de la maestra no sin antes darle las gracias por segunda vez.

Una vez en el taxi abracé a Lía con fuerza y me puse a llorar como una tonta, la amaba tanto que de pasarle algo jamás me lo perdonaría, me la pase abrazada a ella durante todo el corto camino a casa, en donde una vez alli, Lía se comenzó a reírse de mi por mis fachas, con cara traviesa fue por un espejo y me hizo verme al espejo. Antes de que me reflejara en él, ella ya se moría de la risa y según ella para ocultarse se tapaba la boca con ambas manos, pero la conocía tan bien, que nunca podría engañarme, sus ojos verdes brillaban por la risa.

Tomando aliento me mire en el espejo y alli vi a la mujer de treinta y dos años con el cabello suelto y despeinado, después mire mis pies y recordé que llevaba sandalias, Lía se reía aún más de mí, ya que nunca me gustaba salir sin zapatos, pero esta vez la urgencia me hizo salir sin fijarme en mi aspecto, no es que me cuidara mucho, pero al menos me peinaba las greñas y me calzaba.

Una novia para mamá Donde viven las historias. Descúbrelo ahora