Era una mañana como cualquier otra, cálida y al mismo tiempo fresca, el canto de las aves se había interrumpido por el llanto del bebe, el bebé que habían estado esperando desde hacía nueve meses, él bebe prometido, el mismo que en un futuro portaría una corona sobre su cabeza.
En el reino Dumnonia era esperado el nacimiento de un príncipe, mientras el rey se encontraba a las afueras de la recamara en la cual su esposa daba a luz, pensaba en cuanto había esperado ese día, se había despojado de todas sus responsabilidades, únicamente para presenciar el nacimiento de su primogénito, entre sus telas gruesas y caras se encontraba un cuerpo fuerte y un corazón retumbado vivazmente de emoción, hacía mucho tiempo que no sentía algo como eso.
Solo una guerra podría causarle tal emoción, después de haberse casado con la Duquesa Andreina Krasnodar de una de las casas reales más antiguas del reino de Dumnonia solo por razones políticas y responsabilidades reales, nunca se tomó el tiempo de saber quién era realmente ella, tampoco la vio como algo mas allá de una mujer capaz de procrearle a un hijo, un cuerpo andante en el cual gestaba un futuro rey, el mismo rey que él se encargaría de educar, guiar y imbuir de sabiduría, tal como lo hizo su padre con él, lo hizo su abuelo con su padre, y así como el linaje real lo demandaba.
Una joven partera de cabellos castaños, a la altura de los hombros, ligeramente rizados. Se acercó a él, mientras él se encontraba absorto en sus pensamientos y contemplando hacia la nada.
—Su majestad, por favor pase a la habitación— Insto amablemente al mirarlo con picardía
El Rey la miro indiferente mientras peinaba su barba entre su dedo índice y pulgar, avanzo indemne, orgulloso y ansioso por el amplio pasillo hasta las amplias puertas de madera pintadas con un color blanco y grabados dorados, coloco sus manos hacia atrás e intento ocultar su nerviosismo con una mirada fría, como era de costumbre. Puesto a que alguien con sus estatus no debía mostrar debilidad.
Visto desde otro punto se imaginada a sí mismo como un dios entre los mortales.
Atravesó el portal de la puerta y deslumbro en la habitación a su joven esposa recostada entre las sabanas, las parteras se dedicaban a limpiar y deshacerse de todos los trapos, sabanas telas y utensilios ensangrentados debido al arduo y doloroso parto.
Las parteras dejaron la habitación y cerraron las puertas en silencio, desaparecieron como las aves después de ser ahuyentadas.
—Su majestad— Pronuncio con dificultad y una voz temblorosa.
Andreina se encontraba recostada en la cama, con su bebe entre sus brazos envuelto entre mantas, temía por su vida y la de su bebe.
Estaba agotada por la gran fuerza que requirió traer una vida a este mundo, había esperado tanto tiempo compartir su soledad en ese amplio castillo con alguien más, alguien que si fuera como ella y que tuviera su mismo destino.
—Dejémonos de formalidades— Impero —Muéstrame a mi primogénito, el futuro rey de Dumnonia — Demando con apuro.
Andreina estaba pálida, su piel blanca se había tornado del mismo color de la porcelana, parecía una muñeca viva. Su cabello parecían hebras de oro fino entretejido, y sus labios estaban rotos y secos. Levanto la mirada hacia el rey y luego le entrego al bebe cuidadosamente.
El Rey sonrió levemente hasta remover las mantas por completo y descubrir que su primogénito no era un niño, sino una hermosa niña con la piel del color del papel y los ojos grisáceos con ligeros tonos violetas, el rey quedo petrificado.
Estaba indignado, pero al mismo tiempo estaba colérico. Había hecho más de 5 intentos de procreación, invertido tiempo y esfuerzo en algo que creía innecesario.
«¡¿Cómo es esto posible?! ¡¿Cómo es posible que mi linaje siempre haya provisto varones y justamente me haya tocado esta calamidad a mí?! Dios no ha sido misericordioso conmigo en esta ocasión» Pensó cargando consigo en el pecho impotencia y frustración.
Andreina lo miro con temor y al mismo tiempo con determinación, pues había que si el rey decidía rechazar a su hija, ella misma se sacrificaría si esto fuera necesario para evitarlo.
Porque en un mundo donde los hombres mandan, las mujeres solo pueden subyugarse ante ellos.
El rey la mira indignado lleno de odio, con la mirada sumida en una increíble decepción, sin embargo Andreina no flaqueo ante sus amenazantes miradas.
—Si estas insatisfecho, si no es lo que querías, si no es el varón de tus sueños, pues a veces las cosas en la vida no son como uno quiere— Hablo con determinación, mientras sus manos temblaban.
Andreina estaba cansada, estaba deshidratada, y aun defendería a su primogénita hasta el final, de las miradas de un hombre lleno de poder y de ser posible, de una sociedad aristocrática.
El rey volvió blanda su mirada y se sentó en la cama mientras arrullaba a su hija entre sus brazos, y luego volvió la mirada hacia la reina. La contemplo severo y despreocupado por su anterior declaración.
—Hpm, veo que aun te queda suficiente energía como para poder retarme, pero me quedan aún muchas municiones más, y tú tienes mucho tiempo para darme un varón— Refunfuño antipático.
La mujer sonrió amablemente, luego estiro su agotado brazo para tocar la mejilla del rey. Shariock Sabin III de Amery percibió sobre su piel desnuda los fríos dedos y el frio tacto de Andreina. Y por primera vez en su vida sintió que simpatizaba con la mujer, abrió un poco los ojos y deslumbro un pequeño destello en ellos y su álgido corazón dio un vuelco, conmovido por la mirada moribunda de la hermosa mujer que había sido obligada a casarse con él.
La bebe se quejaba entre sus brazos, buscando el seno de su madre, la niña hambrienta, entre quejidos y sollozos buscaba el cálido cuerpo de su progenitora.
Shariock recupero la compostura y volvió a mirarla con frialdad, pues alguien como él no se podía permitir sentir.
—Tiene hambre— Pronuncio con dulzura Andreina. –Entrégamela, por favor— Insto con amabilidad.
El rey le entrego la bebe a la hermosa mujer, luego se levantó y se retiró sin decir ni una sola palabra, después de todo no tenía nada que decir, solo podía aceptar el fracaso y considerar que tenía muchos otros intentos.
En ese momento Andreina supo que la vida de su hija no sería fácil.
La joven dama coloco su pecho al descubierto y acerco a su seno a la bebe hambrienta y desesperada en busca de su calidez, mientras la alimentaba le hablo con ternura.
—Te llamaras Anastasia— Dijo agotada. –Así que come, Anastasia, se fuerte, tan fuerte como puedas llegar a ser, para que este mundo no pueda ser capaz de lastimarte— Musito llena de esperanza.
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La Dama Blanca y El Dragon
Historical FictionAnastasia I Amery es una hermosa princesa que además fue maldecida con el don de la brujería. A lo largo de su niñez acato cada una de las órdenes de su querido padre el rey Shariock Sabin III de Amery quien la ofreció en matrimonio al reino rival...