Un imprevisto para Anastasia

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Anastasia caminaba en los jardines del palacio, tocaba las Camelias, cortaba los Claveles junto a las doncellas para darle un hermoso arreglo floral a su madre quien cada día se encontraba más entusiasmada por la llegada del rey, el cual había partido en una extraña contienda al sureste del territorio de Dumnonia.

Anastasia se sentó sobre un banco a vislumbrar la belleza del jardín.

Respiro profundo.

Luca la doncella principal se acercó a ella, se sentó a su lado y acaricio su larga cabellera blanca.

—Princesa debe preparar una ramo de flores para cada uno de sus hermanos—Explico amablemente la niña que no se dignaba a emitir sonido alguno.

La niña asintió y cargo con tres ramos de flores, elaborados con claveles morados y atados con un cordón de lana.

Anastasia camino sola por el cementerio, pues las doncellas habían empezado a arreglar las habitaciones reales. Ella ya estaba acostumbrada a recorrer cada rincón del palacio, hasta las catacumbas donde su madre les había dedicado un pequeño espacio a todos los hermanos y hermanas que no pudo darle a Anastasia.

A los costados del camino con un suelo de cerámica blanca, se encontraban las antorchas de fuego azul, las cuales parecían nunca acabarse, eran residuos de magia que utilizaba su abuela Daphne los cuales brillarían, mientras ella estuviera con vida.

Anastasia se encontró frente a frente con las lápidas pequeñas de sus hermanos plasmadas en el suelo, ninguno tenía nombre solo poseían extrañas palabras que aún eran incomprensibles para ella.

Coloco de forma vertical cada ramo de flores y luego de terminar dio una reverencia, se retiró por donde llegó y al salir caminando por las amplias escaleras de forma ascendente, comparo la luz del día con la de las antorchas.

Frunció los labios y desde dónde se encontraba en la entrada a las catacumbas de la colina cubierta por una estructura rocosa y varios pilares de yeso, observó taciturna el imponente castillo y al otro lado cerca del bosque la casa de campo donde se madre solía reposar, frente al castillo se encontraba un pueblo vivaz.

Se dirigió a los jardines nuevamente para fingir que no había escapado silenciosamente a las catacumbas y cortó Camelias para armarle una corona de flores a su hermosa madre. En el bullicio del trabajo ninguna doncella se había preguntado por su ausencia, hasta que su abuela curiosa salió hasta los jardines, desde el pasillo lleno de pilares, la anciana observó a la niña dirigirse a la casa de campo donde su madre solía descansar.

Los guardias rodeaban el castillo, caminaban en las torres, alrededor y se paraban a un lado de cada puerta.

Anastasia caminaba lentamente, ansiosa por darle la corona tejida a su madre, se acercó a asomarse por las ventanas de la parte baja, distinguió que no se encontraba nadie, por lo menos no en la parte baja. Ladeó el rostro, el viento golpeó fuerte contra la copa de los árboles y Anastasia rodeo el lugar en busca de la entrada, deseaba correr con la suerte de darle una sorpresa a su madre.

El silbido del viento distrajo Anastasia de un extraño chillido, la niña desconcertada se aventuró a subir las escaleras de la elegante morada, se acercó a la habitación en la que solía reposar su madre luego de sentarse en el porche.

Se quedó helada al escuchar jadeos, gemidos y gritos ahogados.

Dudo de girar el picaporte de la puerta, miró de un lado al otro en el pasillo y cuando por fin decidió abrir lentamente la puerta se encontró con el cuerpo de su madre y el del caballero Sir Ceretic desnudo retozando sobre la cama uno sobre el otro.

La Dama Blanca y El DragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora