07. Dirección

1.2K 135 22
                                    

07. Dirección

Cuanto más perfecto luzca uno por fuera,
más demonios tiene adentro
- Sigmund Freud

Valak Greco

Volver a ver a Kenzie (tacha eso; Mackenzie) no fue bien. No imaginé que podía seguir anhelándola como el primer día, no después de que acabara en la cárcel por su culpa.

Ojalá poder odiarla, ojalá poder despreciarla como debería. Como hace mi familia.

Y, joder, detesto admitir que había vuelto a tener una erección después de seis años por su culpa. Pero es que tenerla en la misma cama que yo, con su cuerpo pegado al mío... Me fui inevitable recordar sus labios, su cuerpo... toda ella.

Ahora estábamos de vuelta en el coche, pero yo estaba mucho más tenso que durante el primer trayecto.

Había soñado con ella. Sus carnosos labios envueltos alrededor de mi polla. Y me era jodidamente complicado no pensar en otra cosa que en eso.

La odias, Val, te mandó a la cárcel.

—¿Qué vas a hacer con él? Con Michael, quiero decir.

Su voz rompió el silencio. Su maldita voz, la misma que solía hacerme sonreír. Era un agrio recuerdo de lo que fuimos.

—Pegarle una paliza, como mínimo.

No se asustó. Mackenzie no era una chica a la que le importaran los lazos familiares. Una parte de mí quería abrazarla y no soltarla, sobre todo después de que me contara por qué lo hizo. Lo entendía, había tenido que madurar muy pronto y nunca le habían dado muestras de cariño, así que fue normal que cayera ante las palabras de Scott. Sin embargo, yo la quise, yo estuve orgulloso de ella, y no se conformó.

—Acabas de salir de la cárcel, Valak, vas a meterte en problemas.

—¿Ahora te preocupas por si acabo preso? —ironicé, ella se calló.

Joder, me sentía un auténtico capullo, pero no podía seguir recordando nuestros momentos juntos después de como acabó nuestra historia. Hacerlo era matarme a mí mismo.

El silencio era mortífero, y me sentía horrible en la situación con la que estábamos Mack y yo. Así que extendí mi mano y puse la lista musical de La Manada, necesitando algo que acabara con esta mierda.

Se me escapó un suspiro, esto sería un viaje largo.

***

Cuando llegamos a Sacramento era de noche y nos costó bastante encontrar algún motel libre. Esta vez, no dormimos en la misma habitación por que yo quise, sino porque realmente no quedaban más habitaciones.

Cuando entramos, Mackenzie dejó caer su maleta y se sentó en la cama, soltando un suspiro cansado. Sus grandes pechos rebotaron con el impacto y me fue imposible no mirar.

Mackenzie realmente era una muñeca. No solo por sus facciones delicadas, sino por su cintura de avispa, sus pechos y trasero redondos respingones y su abdomen plano y definido. Sin embargo, a pesar de parecer una muñeca, la había visto pelear como una auténtica luchadora.

Ella había pasado por mucho. Su madre era drogadicta, así que desde muy pequeña tuvo que hacerse ella misma la comida y limpiar la casa. A los quince, cuando su madre dejó por completo los gastos de la casa para comprar únicamente su mierda, tuvo que ponerse a trabajar para poder pagar las facturas.

Mi Kenzie estaba rota cuando la conocí, ni siquiera tenía esperanza en la vida, y me gustaba pensar que yo la estaba arreglando. Recuerdo perfectamente la mirada cansada de sus ojos cuando la conocí por primera vez, antes de que sucediera lo de Scott.

«Caminaba por los pasillos después de haberme despedido de los gemelos y Ash. Ellos estaban dos cursos por encima de mí, así que solo solíamos vernos en el descanso.

De todas formas, mi reputación como miembro de La Manada hacía que todos mantuvieran sus distancias.

A veces lo odiaba. Odiaba ser Valak Greco, el miembro de La Manada. A veces me gustaría ser solo yo, no Valak, no Val y no el señor Greco.

Amaba mi vida y a mis amigos, pero era cansado resumir toda tu personalidad en una reputación.

Se me escapó una exhalación antes de que mis ojos se conectaran con los de alguien, llamando mi atención. La gente no me miraba a los ojos. Nunca.

Parecía una muñeca.

Pero me fijé en sus ojos, a pesar de su cuerpo y cara de escándalo. Su mirada era verde, pero carecía de brillo. Estaba apagada, casi sin vida.

—Oye —llamé Summer, una de esas chicas que lo sabía todo de todos. Su grupito de amigos dejó de hablar de inmediato—. ¿Quién es ella?

Señalé a la chica, aunque ella ya había apartado la mirada y comenzaba a irse.

—Oh, es Mack.

—¿Mack?

Se encogió de hombros.

—Solo sé que la llaman Mack».

Mack era un misterio para el mundo. Kenzie no, pero solo porque yo era el único que sabía de ella. Que la conocía.

—¿Tienes la dirección de la casa? —le cuestioné. Ella me miró durante unos segundos.

—Dame diez minutos.

Se levantó de la cama para ir a su maleta y sacar su portátil, que estaba metido en una funda turquesa, su color favorito. Mierda, incluso teníamos colores favoritos similares. El mío el azul eléctrico y el suyo el turquesa.

Se recogió el cabello en un moño mal hecho y fijó su vista en el aparato. Se mordió la lengua, dejándome saber que continuaba teniendo esa manía cuando se concentraba en algo, y empezó a teclear con una agilidad increíble.

Mackenzie era una máquina con los ordenadores. Me enseñó mucho en su momento, yo era bueno gracias a ella, pero también era consciente de que nunca la superaría.

Me mantuve en silencio, el único ruido eran las teclas y el click del ratón. Tardó exactamente siete minutos, cuarenta y dos segundos en encontrar la dirección.

Me la entregó y asentí, decidiendo irnos a dormir. Apagué la luz y me quedé mirando al techo, recordando momentos en los que estábamos en una misma cama pero sin la incomodidad de ahora.

Era triste mirarnos en el pasado y mirarnos en el presente. Lo fuimos todo y ahora éramos nada, simples desconocidos.

Cuando me aseguré por completo de que estaba dormida, sin poder evitarlo y como la noche anterior, pasé mi brazo por su cintura y me acurruqué contra ella.

Mañana sería mi venganza y podría alejarme de ella. Olvidarla. Era lo que necesitaba.

Éxtasis (LM #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora